jueves, 28 de agosto de 2008

COSAS QUE JODEN

Apuré medio vaso de anticongelante y me serví otro medio. Hay cosas que joden y otras que rejoden. Esperar en una cola me jode, el sonido de las chanclas me jode, las fiestas hasta el amanecer de mis vecinos rumanos me joden, pero repetir el trabajo me rejode. Estoy seguro de que cuando escribí en mi cuaderno CASO CERRADO es porque di con la clave del misterio y ahora me va a tocar hallarla de nuevo. Y esta resaca no está por ayudarme. Hasta donde recuerdo… no recuerdo más que salí a tomar unas copas dispuesto a hacer algunas preguntas. Una excusa como otra para no quedarme encerrado en el despacho compadeciéndome.

Valeria Fonollosa era la hija del importante empresario Emilio Fonollosa, los negocios de papá habían brindado a la joven gacela una existencia feliz y algodonosa; más aún si se tiene en cuenta que la chica se las había arreglado para convertir un físico escuálido, de perfil judío, en el de una de las mujeres más deseadas en cualquier ranking de belleza. Con la cartera llena y sus ingles brasileñas podía meterse en el catre a quien se le antojara. Malcriada, hizo bandera de sus modales caprichosos ante unos medios de comunicación que, literalmente, babeaban ante su arrogancia. Fiestas y saraos eran su hábitat desde muy niña. Una privilegiada en toda regla.

Desgraciadamente, un buen día su padre se aburrió del acero y decidió diversificar su negocio. Invirtió en ladrillos y le fue aún mejor con lo que, crecido, se dedicó también a los combustibles. Con enorme éxito hasta que unas desavenencias con los rusos le pusieron en el punto de mira de la mafia, que aprovechó un veraneo de la familia en la Costa del Sol para volar su vehículo. Bastante magullados, salvaron la vida de milagro y ahí entré yo a participar en el juego de los Fonollosa. Me hicieron llamar, enviándome un billete de avión y un cheque como adelanto por descubrir a los artífices del atentado. No sé quién les habló de mi reputación pero no iba a ser yo el que les llevara la contraria. El día que me personé en la mansión Emilio Fonollosa aún empujaba la silla de ruedas de su esposa y su secretario parecía la momia; sin embargo Valeria no presentaba ni un rasguño y se acurrucaba en un sillón bebiendo batidos de fruta, mientras ojeaba las revistas. Nunca olvidaré los shorts deportivos que vestía aquella mañana.

No me costó mucho descubrir quién estaba detrás del atentado pero le recomendé a Don Emilio Fonollosa que no emprendiera una vendetta contra tipos tan peligrosos. Me respondió: “Pardo, su trabajo ha concluido pero creo que le haré caso”. Días después y aprovechando que gracias a la minuta permanecí un tiempo de vacaciones en la Costa del Sol, leí en un diario local sobre la detención de uno de los capos de la mafia rusa, acusado de ordenar el intento de asesinato de los Fonollosa. No tengo ni idea de qué hilos se movieron durante aquellos días y prefiero no saberlo. Como en El nombre de la rosa, el conocimiento puede resultar mortal.