lunes, 27 de abril de 2009

TRAGEDIA LA GRANJA

“Un aparatoso incendio arrasó, en la noche de ayer, las instalaciones de una granja ecologista situada en el término municipal de Mingorriana. Según fuentes del Seprona, las causas del mismo podría ser la mala combustión de un calefactor. Los habitantes de la granja se encontraban concentrados en una sesión de ejercicios espirituales y no percibieron el fuego hasta que resultó incontrolable. Efectivos del cuerpo de bomberos trabajaron durante toda la noche para impedir que las llamas se extendieran por el monte a poblaciones cercanas. Aunque no se han registrado víctimas mortales, hay más de una decena de personas ingresadas en el hospital de la comarca por intoxicación, fruto de la inhalación de monóxido de carbono.”

Eso era todo. Ni drogas, ni orgias, ni Angeline Shepard, ni referencia a ningún capitoste… Tan solo una columna en página par de un diario regional. Don Emilio y sus socios habían conseguido imponer su versión oficial; no me resultó extraño.

Pasamos unos días cuidando de Valeria. A base de tranquilizantes, descanso y buenos alimentos logramos atajar sus delirios. Le recomendé que se pusiera en manos de un especialista cuando la devolviera a su familia.

- No quiero volver.

- Ese no es mi problema. Yo tengo que entregarte.

- No soporto lo que me aguarda.- Me tocaba sesión de sicoanálisis. Me armé de paciencia para escuchar lo que ya intuía.- ¿Recuerdas cuándo mi padre te contrato la primera vez, después del atentado que sufrimos en la Costa del Sol?

- Sí.

- Yo viajaba en el asiento trasero. El coche dio dos vueltas de costado debido a la onda expansiva. No llevaba el cinturón de seguridad y mientras volteaba supe que iba a morir. Cuando el vehículo se detuvo y nos sacaron por la ventanilla seguía conociendo que mi muerte llegaría. Hasta entonces, me limitaba a disfrutar de los mimos que me dispensaban familiares y amigos, pensando que durarían para siempre.- A pesar de su aspecto zarrapastroso, seguía expresándose con la afectación de las niñas consentidas.- A partir del atentado fui consciente de que mi vida podía terminar en cualquier instante. Entonces todo comenzó a parecerme vacuo y banal: la noche, las fiestas, mis romances… me aburría y me invadían una terrible tristeza al contemplarlos a todos: a mis amigos con sus perpetuas competiciones, a mi padre y su nulo interés por todo aquello que no diera rendimientos, mi madre con su vida al vacío... Fue justo entonces, durante un seminario sobre superación de la melancolía, cuando conocí a Clementine. Comencé a acudir a sus clases. Ella nos enseñó que existe un mundo más allá de lo sensible, que hay fuerzas ocultas a los sentidos, que el gozo no se terminaba con la muerte, ella nos mostró la inmortalidad… No quiero perder ese sentimiento, no puedo integrarme de nuevo en mi antigua vida.

- Joder, te podías haber metido a monja y no dar tanta guerra- lo pensé pero callé. Al fin y acabo aquella aventura espiritual no había terminado del todo mal e iba a sanear mi cuenta corriente. La habían utilizado para cometer crímenes, drogado, prostituido y aún así la chica quería más. El padre de Valeria iba a necesitar de un desprogramador, mejor que de sicólogo, pero eso ya no era cosa mía. Volvíamos a casa.

Cuando entregué a Valeria me sentí como si yo fuese su secuestrador: cabizbaja, llorosa, hundida, saludó a su familia sin efusividad alguna. Sé demasiado bien que los afectos deben circular en ambas direcciones para que funcionen. La chica quedó a merced de su madre y el servicio. Don Emilio me hizo pasar a su despacho para arreglar cuentas. Intenté darle los pormenores del caso pero declinó mi ofrecimiento; me dio la impresión de que ya tenía más información de la que yo podía proporcionarle. Sin explicitarlo, compró mi silencio pagándome el doble de lo convenido. Me sentí violento pero mis números no estaban como para rechazar su oferta y la última vez que me hice el héroe perdí la mujer, el trabajo y la credibilidad.

Cuando termino con un caso siempre experimento una sensación de vacío. Creo que es la certeza de que, en realidad, no he solucionado nada. Que pese a nuestros esfuerzos, el mundo seguirá girando igual de mal que siempre. Ya me conozco esa suerte de tristeza post coitum así que en cuanto la detecto intento dominarla: Me encaminé al restaurante de mi amigo Antonio a escanciar unas sidras y dar cuenta de una ración de cabrales. No conozco mejor remedeio para el desánimo.

A los pocos días el cartero trajo a mi despacho un curioso paquete. Me extrañó, dado que los últimos meces tan solo recibía cartas del banco. Un paquete franqueado desde Francia que contenía algo enroscado en espiral. Pensé en una serpiente, tanteé con mi revolver pero aquello no mostraba signos de vida. Al abrir el sobre, contenía un cinturón: el mismo con el que dejé amarrada a Angeline Shepard la última vez que la vi.

viernes, 24 de abril de 2009

INTOXICACIÓN

El viaje con las ventanillas del coche abiertas, espabiló a Valeria. Por el espejo retrovisor observaba su cara de desconcierto: la expresión era semejante a la que tendría si viajara en OVNI. No sé qué mierda se estaban metiendo en la granja pero veríamos a ver si aquello no dejaba secuelas.

Negociando con su cuerpo, que no estaba por ofrecer demasiada resistencia, la empujé hasta el piso de Mario, que al verme aparecer mostró cierta extrañeza.

- Ahora te explico. Acabo de escapar de una buena– le dije señalando a Valeria.

La pobre se encontraba completamente perdida, ni rastro de aquella muchacha en ebullición que conocí hace años en la Costa del Sol. Era mejor dejarla descansar porque al día siguiente le aguardaba una resaca de espanto. Salí al encuentro de mi amigo.

- ¿Tienes posibilidad de conseguir tranquilizantes, Mario? Los vamos a necesitar a paladas.

- No hay problema, conozco a la farmacéutica. Pero ¿tú no habías marchado a la ciudad?

- ¿Cómo?

- Me llamaste para decirme que tenías asuntos pendientes allí.

- Hijoputas. Me mangaron el móvil y te llamaron pensando que sospecharías de mi ausencia. Me han tenido secuestrado en la Granja.

- No jodas, tío.

- Espérate a mañana. Estaban organizando orgías para gente muy importante, todo ello regado por buenas dosis de peyote –Mario me miro incrédulo-. Mira cómo viene esta pobre chica. Dormiré en tu sofá, si no te importa. Estoy molido pero Valeria esta peor aún, necesita descansar en condiciones.

- Sin problemas. Puedes usarlo cuanto necesites.

Algo semejante a un rugido nos distrajo, provenía de la habitación donde se encontraba Valeria. Acudimos para comprobar que había vomitado. Se encontraba tiritando encharcada en sudor helado. La llevé al baño. La desnudé y le di una ducha para limpiar los restos de vómito. Mientras lo hacía, Mario me dijo que salía en busca de medicamentos, en aquella casa no había una mala aspirina.

Nos preparamos para pasar la noche cuidando de la niña del exorcista, a juzgar por su mirada de pánico, Valeria estaba sufriendo alucinaciones. Con cada lexatin conseguíamos calmarla un poco pero su sueño era inquieto, lleno de delirios y convulsiones. Esperaba poder recuperarla un poco antes de entregarla a su familia aunque, si lo habían trincado los civiles, igual don Emilio se encontraba ahora en calabozo. Probé a marcar su número.

- Pardo, estoy de regreso de un viaje y voy al volante ¿qué desea? –mintió.

- Tengo a Valeria.

- Gracias al cielo, Pardo. Estaba seguro que lo conseguiría. Cuándo podremos verla.

- Creo que en un par de días. Yo también estoy fuera. La he rescatado de una Granja de Mingorriana que ha sido pasto de las llamas ¿le suena el asunto? – percibí como Emilio Fonollosa tragaba saliva y se hizo un incómodo silencio.

- Escúcheme, Pardo. Sobre todo en este momento, le ruego especial discreción. Estamos tratando de darle al asunto el tratamiento adecuado y no querríamos que el nombre de Valeria saliese implicado.

- Por supuesto, don Emilio, ni su honorable apellido– no me pude reprimir-. Espero, pues, sus órdenes. Buenas noches.

miércoles, 15 de abril de 2009

LLAMAS

Arrastraba por el bosque el cuerpo de una Valeria semiconsciente. De tanto en tanto, nos adelantaba alguno de los adeptos que escapaban, entre el shock y el colocón. Yo me lo tomaba con calma, aquellos pobres eran inofensivos con el susto que llevaban. Al fondo, las llamas iluminaban la noche mientras devoraban la Granja y sus alrededores.

Por momentos, tenía que detenerme a recuperar el resuello; definitivamente iba a tener que recuperar la forma. En una de las necesarias paradas para respirar, algo me derribo por detrás dando un buen costalazo en el suelo. Lo siguiente fue un madero que avanzaba hacía mi rostro y que apenas logré esquivar. El madero se estrelló contra la tierra del camino levantando una polvareda de cazabombarderos derribado. Al otro extremo, la puta Angeline Shepard con los ojos a juego con su cabello rojo, que se negaba a dejarme marchar. Alzó de nuevo su arma para intentar otro golpe. A juzgar por la expresión de su rostro debía pesar un quintal. Con un torpe juego de piernas, de nuevo pensé en ponerme en forma, conseguí derribarla. Me senté a horcajadas sobre su cuerpo inmovilizándola con mis noventa kilos de peso; mira, a veces va bien no estar tan en forma. La Shephard chillaba como un maldito gorrino. Le asesté una buena bofetada, me desabroché el cinturón y le ate las manos. Comencé a escuchar sirenas, los guardias forestales habían detectado el fuego y venían a toda prisa. Valeria estaba hecha un fardo y Angeline una víbora, era imposible escapar de allí con las dos así que amarré a la Shepard al tronco de un árbol y cargué de nuevo con la chavala.

Por fin alcancé mi coche, eché a Valeria en el asiento trasero y me dirigí hacía Mingorriana. De camino me crucé con varios camiones de bomberos y un coche de la Guardia Civil. Como suele decirse, la había liado parda.

lunes, 6 de abril de 2009

CANUTO

Poco podía hacer, atado como estaba por muñecas y tobillos. Todos mis intentos de acceder al ventanuco terminaban con mis huesos en el suelo. Me prometí que si salía de aquella volvería a ponerme en forma. Se abrió la puerta. Era Angeline Shepard, vestida con la túnica naranja con la que oficiaba en las orgías. De su zurrón extrajo un canuto.

- Me han dicho que deseabas fumar algo –dijo mientras prendía el porro antes de ofrecérmelo.- Esto te relajará.

- Muy piadoso por tu parte – Me miró ofendida, como si ese último detalle de generosidad redimiera sus intenciones de darme matarile.

- No nos pongas las cosas más difíciles, Pardo.

- Realmente me parece muy osado mezclar a Emilio Fonollosa con su hija en una bacanal.

- No somos tan inconsciente. Las actividades de nuestra comunidad son populares en los círculos que frecuenta el señor Fonollosa y resultaría desconsiderado negarnos sus generosos donativos. Pero Valeria hoy descansa; solo tú sabes de su presencia en nuestra casa.

- El que juega con fuego termina chamuscado.

- ¡Desagradecido!-contestó airada, mientras cerraba de un portazo.

Me quedé solo en la habitación, pegando suaves caladas al porro. No tardarían en venir a por mí pues escuchaba el parlamento de la Shepard a través de los muros de madera. Se dirigía a Don Emilio:

- …esta noche cerrarás un pacto con nosotros. Derramarás sangre la sangre de un elegido como sagrado sacrificio a la Madre Tierra y ella te concederá los dones del placer y la dicha…

Di una penúltima calada al porro. Lancé la colilla sobre el montón de paja y arpillera que hacía las veces de camastro y comencé a soplar intentando avivar el fuego. Una vez lo conseguí me puse de espaldas, intentando quemar las correas sin lesionarme las muñecas. No lo conseguí pero aguanté lo suficiente para consumir la cuerda. Hecho esto, no fue difícil desatarme los tobillos. La pira comenzó a humear de lo lindo, convirtiendo la celda en una cámara de gas. Comencé a asfixiarme y me derrumbé en el suelo en el momento en que escuché como descorrían el cerrojo de la puerta. El incendio produjo en el guardia un momento de confusión que aproveché para derribarlo y golpearle hasta que perdió el conocimiento.

Del barracón asomaba el sonido de la orgía y la voz de Angeline alentando a sus discípulos. No tardarían en descubrir mi fuga pero no iba a marcharme de allí sin Valeria. Entré en el edificio que hacía de dormitorio, abriendo una habitación tras otra. Por fin encontré a Valeria descansando en una litera. Intenté despertarla, abrió los ojos pero no miraba: se encontraba como en trance. Decidí cargarla sobre mi espalda.

Al volver al exterior la situación había cambiado. El fuego se estaba extendiendo a todas las naves de la Granja. El barracón donde celebraba la orgía comenzaba a arder por el tejado. Alguien dio la alarma pero estaban todos tan colocados que no acertaban qué hacer. Corrían de un lado a otro como pollos decapitados. Angeline Shepard gritaba “¡Hay que apagar el fuego!¡Qué alguien acerque la manguera!”. El techo comenzó a derrumbarse, maderos en llamas caían sobre la tribu y un formidable tapón humano colapsaba la salida. Los barbudos y las chicas que escapaban con cuentagotas se perdían en el bosque entre gritos histéricos. Me acordé de Don Emilio pero era demasiado arriesgado esperar allí más tiempo; tendría que apañarse el solo. Me marché en dirección al coche cargando con Valeria sobre mis hombros.

lunes, 30 de marzo de 2009

LA ÚLTIMA CENA

No acertaba averiguar las razones por las que prolongaban mi cautiverio, aunque era evidente que el final se aproximaba pues me habían doblado la ración de puré sicotrópico: me querían dócil y sedado en el momento de eliminarme. Por fortuna, logré adiestrar mi estomago como una adolescente anoréxica para devolver cada ingesta en cuanto me quedaba solo.

Con el aumento de mis vómitos hube de depurar la técnica para escamotearlos. En el cubículo donde me mantenían secuestrado me obligaban a hacer mis necesidades en un cubo que después algún lacayo vaciaba en la fosa séptica. El único modo de camuflar mis vómitos era mezclándolo con una porción de heces y orín, de modo que se formara una papilla inidentificable. Solo entonces avisaba al encargado de vaciar el balde. Así me convertí en una suerte de recién nacido, únicamente preocupado de vomitar, cagar y orinar.

Una noche me trajeron una cena especial. Al contemplar el menú a base de humus, braseado de setas y pastel de verduras lo tuve claro.

- ¿No crees que una última cena se merece acompañarse de un último pitillo?- pregunté al esbirro que esquivó mi mirada.

- Lo comentaré a la señora –respondió mientras cerraba la puerta.

Cené y en seguida percibí los primeros signos de confusión. Me introduje los dedos por el gaznate y tras un par de arcadas, vomité el menú completo. Si ellos no se arriesgaban a un último error, yo tampoco.

Había anochecido. Me asome por el ventanuco en busca de movimientos de mi ejecución. Todo en el campamento estaba en aparente calma. Los discípulos se preparaban, como tantas otras noches, para otro presumible ritual orgiástico. A lo lejos, observé una procesión de linternas que avanzaba por la senda que baja a la Granja. En los soportales de uno de los barracones aguardaba Angeline Shepard escoltada por dos de sus secuaces. Según se acercaban, Angeline saludaba afectuosa a cada miembro de la comitiva: a Fernando Espinosa y Martos Tejero ya los había visto en acción antes de que me secuestraran; sin embargo, con ellos venía un nuevo integrante, presto a unirse a la bacanal. Cuando se acercó a presentarse a la anfitriona el candil iluminó el rostro de ¡la puta! Emilio Fonollosa.

jueves, 26 de marzo de 2009

INTERLUDIO

Mario se encontraba enfrascado en lecturas sobre melanocitos cuando sonó el teléfono. Era Pardo.

- ¿Qué pasa, tío? Llevas tres días sin aparecer por aquí. Estaba a punto de avisar a la policía.

- Tranquilo– La voz sonaba extraña por culpa de la cobertura.- He tenido que venir a la ciudad para seguir una pista. No te preocupes por mis cosas regresaré pronto a por ellas.

- Vale, vale, tú a lo tuyo. Vuelve cuando quieras.

- Hablamos.

- Ciao.

Y Mario siguió leyendo tranquilamente.

martes, 24 de marzo de 2009

CAUTIVERIO

Aún ahora, no podría cuantificar correctamente los días posteriores a mi captura recurriendo a mi memoria. Debido a las sustancias que me administraban, me encontraba en un estado vaporoso, carecía de preocupaciones a pesar de encontrarme maniatado y por momentos, amordazado. Mi existencia se disolvía como una bruma y apenas tomaba consciencia de mi ser cuando alguno de los esbirros de la Shepard venía a darme una suerte de papilla adulterada con sicotrópicos que me ponía a flotar de nuevo. Experimentaba una anormal empatía por los habitantes de la Granja. Me sometieron a interrogatorios a los que me entregué sin oponer la menor resistencia. Canté que, al contrario de lo que suponían, no era policía y que trabajaba para el padre de Valeria. Para mantenerme aún más desconcertado y premiar mi comportamiento sumiso, Angeline Shepard, colaba en mi habitáculo a alguna de sus concubinas. Teníamos sexo pausado con la extraña sensación de no ser protagonista del encuentro, como un sujeto pasivo que disfrutara del acto desde varios metros por encima del catre. Todo ello con el fin de impedir que mi ego recuperara los mandos de mi cabeza.

Poco a poco desarrollé cierta tolerancia a aquella droga. Habían pasado varios días y comencé a recuperar sensaciones. Lo primero fueron unas terribles ganas de fumar, después tomé conciencia del peligro que corría y desapareció mi simpatía hacía los integrantes de la secta. Aunque no había informado a nadie de mis indagaciones, me extrañaba que mi amigo Mario no se alarmara por mi ausencia; más tarde entendería por qué.

Cada vez que me alimentaban, me provocaba arcadas con objeto de eliminar la mayor cantidad de droga. Fingía aspecto de colgado igual que los días anteriores, intentando no levantar sospechas y recuperar mis neuronas para urdir un plan. No acertaba a entender porque me mantenían con vida cuando era evidente que mi fuga desbarataría toda su organización. Desde mi cubículo descubrí que los yogures y las hortalizas eran el menor de los negocios de aquella granja. Observé a un individuo de aspecto extranjero que venía con frecuencia a retirar su pedido. El principal activo de la granja era la exportación de hongos a todas luces alucinógenos.

viernes, 20 de marzo de 2009

VIGILANCIA

Cuando uno piensa que hasta lo que le salió bien salió mal, aprende a disfrutar de las raras ocasiones en que uno se siente feliz en sus zapatos. El asunto Valeria iba por buen camino: había conseguido encontrar a la chica y el hallazgo me había revelado una trama de sexo y drogas que implicaba a figuras relevantes de la alta sociedad. Quizás el destino me reservaba un último golpe de gracia después de tantos sinsabores. Aunque la vida también me había enseñado a desdeñar los golpes de suerte.

Quería liberar a Valeria antes de dar el soplo a la pasma a través de Óscar, mi último amigo en el cuerpo de policía. Para ello establecí un puesto de observación del campamento. El buen tiempo hacía que la tarea de vigilancia fuese de lo más agradable. Oculto por la maleza me recostaba en una ladera del monte, con dos paquetes de Coronas y unas cuantas cervezas siendo mi única preocupación que el reflejo del sol no delatara mis prismáticos. Así me fui familiarizando con la rutina de la Granja a la espera de encontrar un hueco por donde sacar a Valeria. Madrugaban bastante y tras practicar todos juntos una serie de suaves ejercicios gimnásticos entraban a desayunar una suerte de gachas y abundante fruta. Tras lo cual, adecentaban el barracón que hacía de dormitorio y se repartían las tareas (alimentar y ordeñar el ganado, desbrozar los caminos, cultivar el huerto, limpiar la piscina, atender la tienda, bajar a comerciar al pueblo…). A mediodía realizaban el ritual del baño y saludo al sol que ya contemplé en mi primer acercamiento, después parecía gozar de tiempo libre hasta la hora del almuerzo. Recogida la mesa se volvían a dividir en grupos y se dedicaban a la oración, al yoga o talleres diversos. Aquello era una mezcla entre campamento y monasterio, salvo por las frecuentes orgías que organizaban a la noche; si bien en varios días no vi aparecer ninguna celebridad. Me devanaba los sesos sobre cómo secuestrar a Valeria. Lo más sensato sería esperar un día en que le tocara llevar productos al pueblo pero la espera empezaba a impacientarme.

Apuraba la quinta birra cuando unas manos vigorosas me apretaron el gaznate, la presión me hizo atragantarme y expulsé cerveza por la nariz. Dos barbudos trataban de sujetarme y uno de ellos me introdujo alguna sustancia en la boca, tapándome las vías respiratorias hasta que perdí el sentido.

Desperté en un suelo de madera, atado con sogas, mi vista tardó en enfocar. Enfrente, Angeline Shepard ya no me parecía aquella bruja famélica sino una belleza deslumbrante. Su pelo rojo refulgía, su blusa trasparentaba unos pechos airosos que apuntaban al cielo, su mirada era tan tierna y a la vez tan excitante que me produjo una erección. Me habían drogado a base de bien.

jueves, 12 de marzo de 2009

PERSEGUIDO

Debí haberle arreado con más fuerza pero en el último momento aflojé el golpe y ahora me encontraba huyendo por el bosque de un mastín gigantesco. El golpe había aturdido al chucho dándome unos metros de distancia que el animal no tardaría en recortar. A oscuras, escuchaba sus pisadas cada vez más cerca y veía la luna reflejada en sus ojos, semejando un par de luciérnagas con mandíbulas de caimán. Me dio alcance y lanzó tal dentellada que hube de ahogar mi grito, cabrón. Mientras me sujetaba la pantorrilla con sus mandíbulas, lancé una patada hacía su sombra alcanzando su mullido estómago, el perro aflojó su presa y proseguí mi renqueante huída. El animal no tardó en recuperarse, mientras yo corría a tientas arrasando toda vegetación a mi paso. Tropecé con algo, tirado en el suelo sentía como el perro se aproximaba; a tomar por culo la discreción. Saqué la linterna y la alineé con mi arma, la cabeza del mastín no tardó en entrar en foco, despacio, como saboreando una victoria. La pedrada le había provocado una brecha y la sangre le chorreaba por el morro tiñendo sus colmillos de rojo. Apunté a su cabeza cuando el animal emitió un gruñido, sufrió un espasmo y cayó derrumbado, algo había reventado por dentro.

Volví a apagar la linterna y busqué una pendiente accesible para alcanzar el camino forestal. Me costó un huevo llegar al coche: cojeaba y disipado el miedo, el mordisco había empezado a dolerme como una res marcada a fuego. Mañana me tocaría ir a ponerme la anti rábica pero por lo pronto conduje hasta una taberna para serenarme.

Después de media docena de chupitos, la cosa pintaba mejor. Ya no me escocía la pierna y pensaba con mayor claridad. No pensaba acudir a la pasma: a la familia Fonollosa no le agradaría ver a su niña implicada en semejante escándalo. Pero había que arrebatarla de manos de Angie Shepard. No quedaba otro remedio que, esta vez sí, secuestrar a Valeria Fonollosa.

viernes, 6 de marzo de 2009

OJIPLÁTICO

Fui a por mi vehículo. ¿Qué pintaba aquel furgón de lujo en dirección a la Sierra a aquella hora? No tenía sentido que fueran vulgares excursionistas cuando apenas quedaban unos minutos de luz. Ascendí por la carretera con precaución y abandoné el coche en un apeadero, a un kilómetro de donde terminaba. La oscuridad iba en aumento, lo cual favorecía mi invisibilidad. En el pequeño aparcamiento donde arrancan las sendas forestales encontré el Hummer: el conductor fumaba despreocupado y lo sorteé sin dificultad. Desde el camino se divisaban los pabellones de la Granja, por las ventanas asomaba el titubeo luminoso propio de una combustión. Me deslicé por un terraplén intentado no abrirme la crisma y con sigilo me acerqué al pabellón. Tenía una idea de lo que podría encontrarme, aún así me quedé ojiplático.

Bajo la luz de las antorchas, se celebraba una extraña orgía. Sonaba una suave música tecno, saturada de sitares y bucles sicodélicos, los discípulos, esparcidos por una alfombra, se entregaban al sexo desapasionado, parecían babosas copulando. Angeline paseaba entre los diferentes grupos, no siempre parejas, portando un bolso de cuero del que extraía lo que me parecieron unos hongos que iba administrando a sus súbditos. “Ofreceos a Gaia, nuestra Madre Tierra” repetía entre los alucinados. Varios miembros de la secta vestían máscaras de arpillera lo cual, unido a la languidez general, los hacían parecer lúbricos espantapájaros. Todos follaban con la mirada perdida marca de la casa, salvo cuatro o cinco que lo hacían como bestias en celo. Mi asombro fue mayúsculo cuando logré reconocerlos: Fernando Espinosa, genio de las finanzas; Martos Tejero, la mano derecha del edil de urbanismo; Estefanía Molero, viuda heredera de un importante legado artístico, y al otro no conseguí ponerle nombre pero estaba seguro de su relevancia en la prensa salmón y casi de que la chica enmascarada con la que yacía era la misma Valeria Fonollosa. Parecían sentirse muy excitados entre aquella manada de zombies barbudos y ninfas famélicas pastoreados por una bruja new wave repartiendo consignas y sicotrópicos. De no mediar el caso Valeria, tiro de cámara de fotos y armo la mundial.

Sentí una suerte de vapor caliente que me acariciaba la mejilla. Al girarme, di de bruces con un enorme mastín. Su mirada era de abierta hostilidad, y emitía un gruñido ascendente que no tardaría en convertirse en ladrido y delatarme. No quedó otra que arrearle al chucho con un pedrusco y salir de allí por pies.

viernes, 27 de febrero de 2009

DOSSIER

Dediqué buen tiempo a leer los pormenores del dossier sobre Angeline Sheperd. Desde muy joven tuvo interés por los estados alterados de conciencia. Tras convertirse en maestra de yoga, fue introduciéndose en todas aquellas disciplinas que prometían conectarla con otras realidades, de ahí su continuado viaje a las fuentes del esoterismo. Con el tiempo, descubriría una herramienta para expandir su mente mucho más poderosa que los ejercicios físicos o la respiración en cuatro tiempos: las drogas. Comenzó a experimentar y quedó fascinada por el enorme potencial de los sicotrópicos. Sin embargo, necesitaba alguien que le sufragara sus excursiones mentales y decidió abrir una escuela orientalista en Ixelles. Lo que se inició como una academia, devino en autentica secta: Abrió una residencia permanente donde los que ingresaban eran aislados de su entorno, se les sometía a trepanaciones con objeto de favorecer el riego del cerebro y se les infligían pequeñas mutilaciones para que explorasen a través del dolor áreas ocultas de su sique. Aunque aquellas prácticas pusieron la fundación en el punto de mira de la policía, poco se pudo hacer en tanto que contaban con el beneplácito de los adeptos. Hubo que esperar a que, tras varios ejercicios discretos, la cuenta de resultados se disparase: no era posible generar aquellas cifras de ingresos a partir de seminarios de meditación tántrica. La investigación destapó un laboratorio clandestino en el que se sintetizaban estupefacientes de todo tipo y se desmontó una red de distribución que proporcionaba pingües beneficios. Se sospechaba que Angeline controlaba a sus adeptos a través de un cóctel de ácido lisérgico mezclado con otras drogas y que ejercía de madame en orgías en las que podrían participar magnates y políticos de Bruselas. No parecía mala hipótesis a tenor del comportamiento de estos, entorpeciendo la investigación y silenciándola en los medios. Incluso se acusó a un director de periódico de complicidad en la inmediata fuga de Angie. Nadie contaba con la proverbial actuación de un mediocre detective de bajos fondos. Por fin, aquel asunto me ofrecía la oportunidad de lucirme; una oportunidad que llevaban demasiado tiempo hurtándome. Me invadió cierto pánico.

Sonó la señal de mensajes de texto en mi móvil: “Necsito l piso un par de horas. S ha prsentado Aurora. Mario”. Había de ser cuidadoso con mis siguientes pasos, así que renuncié a hacer tiempo en la taberna por aquello de mantener la cabeza despejada. Caminé hasta el parque del pueblo y me detuve en su mirador. Mingorriana está levantado apurando al máximo la orografía serrana, por lo que ofrece unas espléndidas vistas del valle en su atardecer. A un lado quedaba la carretera que sube hacía la sierra y que se corta a los dos kilómetros, justo donde arranca el camino forestal que conduce a la Granja. Vi pasar un furgón Hummer que ascendía en esta misma dirección.

lunes, 23 de febrero de 2009

PASAPORTE

Según regresaba, conduciendo, me sentía un imbécil integral. Haberme dejado asustar por aquel rebaño… pero ciertamente Clementine me parecía peligrosa y uno le debe ya demasiadas vidas a su instinto. Además, era imprudente seguir en la Granja y arriesgarme a un encuentro con Valeria, aunque tan ida como estaba la última vez sería difícil que me reconociera.

Proseguí mis indagaciones en el Ayuntamiento. El propietario de la granja resultó ser un cordial labriego, invalido tras un accidente. La Seguridad Social le había concedido una pensión y en su Granja se encontraba demasiado aislado y decidió alquilarla para venirse al pueblo. Según me explicó, Clementine pagaba puntualmente la cantidad acordada y nunca le había creado problemas, aunque a decir verdad él tampoco se los había dado a ella pues nunca subía por allí. Le pedí ver el contrato y me dijo que nunca habían firmado uno, la única documentación que poseía era una copia del pasaporte. Clementine McGuire, americana, había dado unos cuantos tumbos por el mundo, aunque parecía que Bruselas se destacaba como campamento base de sus variados periplos por Europa, India o las Antípodas. Me despedí del labriego, prometiéndole un chato de vino la próxima vez que nos encontrásemos en la tasca.

Llamé al único amigo que aún me quedaba en el Cuerpo y le pedí que moviera el nombre por los ficheros, a ver qué suerte teníamos. Mientras esperaba y como no me apetecía interrumpir a Mario que estaría absorto en sus estudios sobre hemoglobina, me largué a la taberna más cutre que encontré: de las de suelos de serrín y el poster de la selección española en las paredes, la selección de 1982, claro. Pedí un vermú y luego otro y luego otro, esperando algo de charla. Me sentía como la tipa esa de los gorilas, tratando de ganarme la confianza de los paisanos. Era cuestión de echarle tiempo.

Por fin, uno se avino a hablar conmigo y me contó que el turismo les estaba haciendo mucho bien y trayendo buenos duros al pueblo. Y luego están todos esa gente rara que van a la Granja de la montaña. Toda esa cantidad de tipos que se iban allí a vivir como ganado le llamaban mucho la atención: Bajan al pueblo a vender yogures que luego se llevan los turistas porque nosotros ya lo fabricamos en casa. Y luego, la jefa que tiene una mirada que asustaba. Coincidía al ciento por ciento con el amigo.

A media tarde sonó el teléfono. Como Clementine McGuire no teníamos nada. Pero, podría ser casualidad que alguno de los movimientos del pasaporte coincidían con una tal Angeline Sheperd, sobre todo en cuanto a sus estancias en Bruselas. Y ahora viene lo bueno, actualmente se halla en paradero desconocido, tras ser verse implicada en una trama muy turbia de prostitución y tráfico de estupefacientes. Le pedí a mi amigo que me enviara de inmediato un dossier a mi correo electrónico y allí la tenía… una joven Angeline Sheperd, me miraba desde la pantalla del cibercafé con la misma lumbre en los ojos que aquella misma mañana en la Granja.

lunes, 16 de febrero de 2009

PELIRROJA

Terminada la sesión de solárium, la formación se disolvió, acudieron a un barracón que servía de vestuario y de allí salieron hacia diferentes frentes, cada uno con su tarea: el huerto, los establos, limpieza, la venta… Se movían ordenada y pausadamente, como una colonia de abejas funcionando al ralentí.

Decidí saltar al ruedo. Retrocediendo unos cien metros desde mi posición se abría el sendero que descendía al campamento. Era un camino incómodo plagado de guijarros que cedían con mis pisadas, como intentando salvaguardar alguna clase de secreto. En el último tramo, por culpa de un resbalón, casi doy de bruces con uno de los tipos, barbudo y desaliñado, que desbrozaba la entrada de la Granja. La mirada era la misma que lucía Valeria el día de su fallida liberación: pupilas, como platos, perdidas en el horizonte. El tipo sonrió mecánicamente. Aquello era como aparecer en mitad de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos. Avancé entre los miembros de la comunidad que desempeñaban su labor, ajenos a cuanto les rodeaba.

Accedí al a un almacén de madera abierto al público. Me detuve a estudiar el tablón de anuncios que ofrecía información sobre talleres de artesanía, cursos de meditación vedanta y ponencias sobre sanación y homeopatía. Un poco más adelante un pequeño mostrador desvencijado tras el que se exponían toda clase de cultivos y productos naturales. Atendía una chica de apenas veinte años: mismos andrajos, misma mirada. De la trastienda apareció la mujer huesuda y pelirroja; de momento era la única que no exhibía mirada ausente sino que clavó en mí sus pupilas de fuego. Cada vez daba peor rollo andar por allí.

Fingí ser un comprador. Pedí lo primero que encontré a la vista: pimientos, tomates y un tarro de yogur que producían con métodos naturales. Mi médico estaría orgulloso, de existir.

- ¿Me aconsejas un producto más? – pregunté por distraer las miradas de la pelirroja que se hallaba tensa como un perro de presa.

- Nuestros melones tienen buena fama.

- Bien, llevaré uno mediano.

- ¿Clementine? –preguntó la chica que despachaba - ¿A cuánto está el kilo de melón?

Joder, era Clementine y no Clemente a quién andaba buscando; así habían errado mis indagaciones. Por fin, en una sola mañana, conseguía atar varios de los cabos que me habían atormentado las últimas semanas. Decidí salir de allí cuanto antes. Mejor no tentar la suerte porque se apoderó de mí una extraña sensación: De repente, no me pareció disparatada la idea de que la tipa ordenara mi despiece a su legión de zombies. Tan precipitado salí en mi huida que choqué contra uno de aquellos mastuerzos que empujaba una carretilla, derramando todo su contenido. Volví a sentir como se me clavaba la mirada de Clementine mientras subía la pendiente que me alejaba de la Granja.

martes, 10 de febrero de 2009

LA GRANJA

La noche acabó como dios manda: dos tipos tambaleantes marcándose el rumbo a casa a empujones en el costado.

Las resacas con pan son menos y en el campo apenas una molestia. El sol calentaba lo suficiente para que salir de la cama no fuese un calvario y el reloj de campana que habitualmente golpea mi cabeza era hoy un Casio de pulsera.

Mario ya se estaba levantado, trabajando en su escritorio.

- Pensé que ibas a pasarte todo el día sobando. A este paso Valeria muere de vieja antes que la localices. – Sufrí un deja vu: ¿había regresado a casa de mis padres?

Mientras se hacía el café, cotilleaba en el escritorio de mi amigo, plagado de libros de medicina.

- ¿En qué andas, tío?

- Estoy documentándome para mi próxima novela.

- ¿Y de qué trata, de un hospital?

- De vampiros.

Me resultó curioso pero me abstuve de hacer más preguntas. Como muchos, Mario tiene sus supersticiones respecto a sus proyectos. No es que crea mucho en ellas pero gusta respetarlas.

Me disfracé de excursionista: chirucas, pantalón de pana y, si no fuese por el forro polar, parecería un progre trasnochado. Los prismáticos, dos paquetes de Coronas y una petaca por todo equipamiento.

Arranqué el coche y serpenteé hasta el apeadero donde terminaba la carretera. “Sigue a pie por el camino forestal y a unos quinientos metros, a la derecha, queda la Granja Violácea” me indicó Mario. Fue fácil dar con ello: un cartel de madera en forma de flecha indicaba el camino que descendía hacía la Granja. No se ocultaban de nadie.

Decidí husmear. El camino forestal quedaba como a unos 50 metros por encima del valle dónde se ubicaba la granja. Estaba compuesta por tres edificios, uno de ellos un establo por el que asomaban gallinas y otros animales.

No hacía frío pero sí fresco. Por eso me sorprendió encontrarme en la trasera del último edificio a una treintena de personas en pelotas. Pegué un lingotazo a la petaca y me senté en una piedra a espiar con los prismáticos: era un grupo variopinto, formados por tipos barbudos y chicas de pelo sucio. Se encontraban en formación de semicírculo frente a una alberca en la que se iban introduciendo de uno en uno. Al salir por el lado opuesto les esperaba una mujer pelirroja y enjuta: Parecía que le hubiesen introducido un aspirador por el culo, vaciándola de masa corporal; sus pechos colgaban como dos diminutas bolsas de basura. La pelirroja, con un paño, iba secando al resto antes de incorporarse a una nueva formación, que tomaba el sol en medio de una explanada. Allí estaba Valeria, huesuda y desaliñada; apenas recordaba a aquella lolita con la capacidad de pervertir al monje más virtuoso. Me administré un trago. Otra de las chicas salió de la piscina, mientras la pelirroja secaba sus pechos reparé en la espantosa cicatriz que lucía donde debía figurar su pezón izquierdo. El lingotazo se me acababa de atragantar en el gaznate.

jueves, 5 de febrero de 2009

FORASTEROS

Los pacharanes y la exaltación de la amistad nos hicieron pasar a mayores. Sírvanos un par de gin tonics repetido el suficiente número de veces te garantiza una estupenda melopea,y aunque al final pronunciásemos hirfanoz un bar de girntonis el camarero seguía entendiendo nuestro mandado. Y los servía, claro. Seguimos departiendo de la condición de meretrices del género femenino, excepción hecha de madres y hermanas y de cuantos temas absurdos se nos ocurrían. Con el suficiente combustible, Mario se liaba a teorizar sobre los asuntos más peregrinos: desde filosofía presocrática a la vanidad de los que soportan las oenegés. Nuestra sobremesa devino cena y ya éramos parte del mobiliario de la taberna. Los paisanos nos miraban con una mezcla de sorpresa y hostilidad, al tiempo que mi percepción de los mismos varió de la de inocentes moradores de la tierra a embrutecidos explotadores de la misma. Cosas que me suceden cuando bebo.

Decidimos plegar velas no sin antes tomar la penúltima en el pub local. Entramos y observamos el singular concepto de elegancia de su propietario: una mezcla entre bar de camioneros y cantina del oeste, con acabados en madera y algún animal disecado por sus paredes. Desde luego no desentonábamos entre grupos que terminaban el día jugando al billar, las divorciadas borrachas gritando canciones de Shakira o el tipo derrumbado delante de su enésima cerveza al final de la barra. Nuestra charla seguía y seguía: ahora Mario me explicaba cómo los servicios de inteligencia habían conseguido burlar la infertilidad de un miembro de la casa real, fingiendo el embarazo a base de almohadones y un secuestro; cosas que se entera uno por internet. Naturalmente no creía en conspiraciones pero le divertía difundirlas. Y de lo que seguimos hablando ya no me acuerdo. Solo recuerdo que, en un momento dado, al levantar la vista de la barra, observé como detrás de mi amigo aparecía un garrulo tambaleante intentando abrirle la cabeza con un taburete. Me asusté y al percibirlo, Mario se dio la vuelta y un empujón de su dedo índice bastó para que el agresor perdiera todo equilibrio y cayera de culo al suelo.

- Te presento a Damián. Es un clásico. Odia a los forasteros, lo cual significa odiar a cualquiera que no haya nacido en un kilómetro a la redonda. Sucede mucho por aquí; por este país me refiero…- y rió con sordina.

miércoles, 4 de febrero de 2009

PUTAS

- …todas las mujeres son unas putas.

Sin duda, hay oraciones con el poder atávico de provocar la total comunión entre dos hombres. Sobre todo después de una buena comida, tres copas de pacharán y de que mi amigo me preguntara como iban las relaciones con mi ex.

Llegué a casa de Mario en la sierra. Un piso no muy grande de dos habitaciones en una de las cuales me alojó. La estancia, atestada de cajas con libros, tenía una cama desde la que se divisaban los montes. Iba a ser agradable despertar allí.

- Espero que no te molesten las cajas. Llevo aquí ya un año y no he tenido tiempo de ordenar la biblioteca. Creo que estoy esperando a la jubilación- se disculpó y marchamos a comer.

La cercanía de la materia prima es señal de que uno disfrutará de un buen almuerzo y entre los dos diezmamos las ganaderías que pacían en los pastos cercanos. Charlamos e interrogué a Mario sobre la lamentable adaptación al cine de su novela.

- Sabía que sería una mierda pero me ha permitido cumplir con mi anhelo de establecerme en el campo. ¿Qué otras opciones tiene una película en este país si no trata sobre la guerra civil? Pero si te soy sincero me importa un bledo: yo escribí una novela, no una película. Que por carambola las facturas me las pague el cine en lugar de los libros es algo que no me quita el sueño. Al menos no rodaron un thriller erótico.

Mario me estuvo explicando hacia dónde debía encaminar mis investigaciones: una granja naturista en las afueras de Mingorriana. Allí se asentaba una comuna que se pretendía autosuficiente, aunque no lo era tanto y solían bajar al pueblo a comerciar con huevos, hortalizas y artesanía. En una de esas fue donde Mario creyó reconocer a Valeria. Husmearía por allí tan pronto digiriese el efecto de los pacharanes.

Igual que le había pasado con la vida en la urbe, Mario se había cansado del perfil femenino habitual de los círculos intelectuales, plagado de neuróticas dueñas de su vagina, y había decidido buscar la sencillez. Le pregunté por Aurora, la chavala del pueblo con la que se veía:

- Lo dicho, Pardo, todas unas putas.

- Salud, amigo.

lunes, 26 de enero de 2009

KRAKEN

Mientras preparaba la bolsa para pasar unos días en la sierra, escuchaba los golpes de las vecinas de arriba, moviéndose como rinocerontes borrachos; la discusión de la pareja de al lado que no han dejado de gritarse desde su luna de miel; el atronador sonido de la televisión del anciano de enfrente, al que algún día habremos de regalar un audífono… Demasiado ruido.

En la calle nadie da ya los buenos días, no se cede el asiento ni a la ancianita más desvalida y todos conducen como si participaran en una competición para atropellar peatones.… Demasiada hostilidad.

Los timadores tratan de estafar al pardillo y el timo se ha institucionalizado: el funcionario se escaquea, el sindicalista entretiene su jornada jugando al mus y el trabajador escribiendo a sus falsos amigos del facebook… Demasiada falsedad.

Cuando cargo mis bolsas en el maletero del coche, me siento como si me fuese de vacaciones en lugar de a seguir investigando el caso. Esta ciudad puede resultar agotadora, es demasiado el nivel de exigencia que requiere estar en la pomada. Por eso me alegro que la deriva del caso me aparte una temporada. Según me alejo por la autopista, imagino que voy recorriendo un enorme tentáculo: el tentáculo de una bestia milenaria que se alimenta de hostilidad y odio. Un Kraken que hubiera escapado de las fosas abisales y tomado posesión de la meseta. Por un momento, siento el absurdo temor de que la bestia descubra mi huida y me atraiga con su tentáculo para devorarme.

Cambia el paisaje y con este mi ánimo. Hace una mañana luminosa y en mi cabeza se instala el buen humor. Según avanzo, observo como va desapareciendo el caparazón de metal y hormigón y se descubre la verdadera piel del planeta de un verde y ocre realmente hermosos. Al desviarme de la autopista hacia la sierra, el paisaje estalla en mil variantes de vegetal y roca. Bajo la ventanilla y el flujo de aire frio contra mi rostro me despeja y pienso en por qué nos negamos con frecuencia los placeres más disfrutables.

Paro a comprar algunas viandas para no presentarme de vacío en casa de Mario: un par de botellas de Beronia, pan de horno y una frasca de licor de hierbas para la sobremesa; según se gana altura los licores pesados se vuelven menos.

Cuando llego a Mingorriana el pueblo huele a la madera en combustión de las chimeneas. Un coro de perros ladra en la lejanía pero no es ese grito enfebrecido del perro urbano, sino un grito de comunión con la tierra y el aire. Vaya, qué pastoril me vuelvo al contacto con el agro.

martes, 30 de diciembre de 2008

AMNESIA

Aquella noche tuve mi propia epifanía. Resolví el caso o encontré la pista que me llevaría a hacerlo. La anotación "CASO CERRADO" en mi cuadernillo no dejaba lugar a dudas. Sin embargo, de nada sirve una buena iluminación cuando tu cerebro está fuera de foco.

Al amanecer del día siguiente, tirado en el suelo del despacho, no recordaba nada de la maldita Nochebuena. Durante los días siguientes, dediqué bastante tiempo intentando reconstruir mis pasos pero todo fue inútil. Indagué en los garitos habituales pero no me había dejado caer por allí. Tampoco había señales de actividad en mi teléfono móvil, ni movimientos en mi tarjeta del banco que me pusieran sobre la pista de mi pista. Ya es mala suerte, la que uno se busca.

Una jornada más, regresaba desnortado hacia mi apartamento cuando recibí una llamada:

- Capullo ¿hasta cuándo vas a esperar para resolver el misterio Valeria?

Era Mario Bravo. Me explicó que nos encontramos en la calle la noche del 24 y que estuvimos bebiendo hasta tarde. Que me contó que se acordaba a menudo de mí pues en su pueblo se cruzaba con una chavala sorprendentemente parecida a Valeria, pero que era absurdo pues la chica residía en una granja, en los alrededores del pueblo, donde se dedicaban a la agricultura e impartían terapias nuevaoleras. Aunque Mario pensaba que era el último lugar donde se refugiaría un personaje como Valeria Fonollosa, yo me mostré excitado y agradecido. Saqué mi cuaderno y apunté algo y que prometí visitarlo en los días siguientes.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

NOCHEBUENA

A traición, como una arcada de buena mañana, llegó la Navidad: la ciudad se transformó en un inmenso burdel, llena de farolillos rojos. Son malas fechas para un investigador privado: los clientes piden resultados y el personal se presta poco a colaborar. Habría que torear a Don Emilio con delicadeza.

La tarde de Nochebuena deambulaba por el centro observando como todo se compra y se vende durante estos días. Incluso yo llevaba una bolsa con provisiones: la botella de bourbon que me ayudaría a sobrellevar la estúpida programación navideña, pletórica de duendes y villancicos. Acudí al restaurante de Antonio, que como buen divorciado, alargaba la jornada antes de irse a casa. Comenzamos a beber un güisqui tras otro hasta eso de las nueve, cuando nuestra estampa a ambos lados de la barra resultaba más patética de lo que podíamos soportar. Me despedí de Antonio y marché a casa entre imbéciles con peluca y gorro de Papa Noel que llegaban tarde a sus cenas.

Me serví unos frutos secos por todo acompañamiento y me propuse descubrir lo que escondía el fondo de la botella. Sonó el móvil que descansaba dentro de mi abrigo. Por un momento, dude en levantarme a cogerlo: me encontraba muy feliz en mi sillón favorito, emborrachándome e intentando descifrar la gracia de los cómicos de la tele. Al final me venció la curiosidad que es la única deontología de un detective. Era mi Marta, mi hermana, desde Galicia.

- Hola Maaadta… – Yo tenía la lengua más blanda que el culo de un banquero.

- Joder, Pardo, ya estás borracho.

- He ehtado tomando algo con los compagggeros del trabajo.

- Vete a la mierda, hermano. Hace tiempo que trabajas por libre.

- Venga Maadta, no te enfadeh conmigo en Nocheuena. ¿Qué tal mis sobrinos? Pónmelos que les feligite las fiejtas.

- ¡Ni lo sueñes! Al menos hasta que te comportes como un verdadero tío. No quiero que tengan esa imagen de ti. Hermano, no puedes seguir machacándote de esa manera.

- Eso es fácil de decir, veeejdad Madta. Desde tu hogar pedjfecto, tu trabajo pedjfecto, tu vida peedfecta…

- Mira Pardo, vamos a dejarlo que ya me has jodido unas cuantas Nochebuenas. Te llamaba para que supieras aún que hay quién se acuerda de ti pero ya veo que lo único que te importa es tu autocompasión. Ya hablaremos. Hazme el favor de no seguir bebiendo y vete a la cama temprano: es lo mejor que puedes hacer. Buenas noches.

Colgó.

- Feliz Navidad, heddmanita.

Mi hermana era buena chica. De pequeña siempre terminaba los deberes a tiempo y así siguió el resto de su vida: en la facultad de agrónomos conoció al que sería su marido y no tuvieron inconveniente a la hora de mudarse a Orense cuando sacó las oposiciones. Allí ha criado a mis sobrinos y hace bastante que no nos visitamos. El que mantenga las formas me enternece pero no cambia un ápice mi percepción de que toda vida se puede ir al carajo por una decisión errónea. La mía fue no mirar hacia otro lado cuando investigaba la trama de Atocha. Pensé que me premiarían por descubrir la implicación de varios miembros de la inteligencia nacional y fue al contrario: tejieron una red a partir de falsos indicios y sobornaron testigos para desacreditarme. Me he preguntado mil veces si no les habría resultado más rápido lanzarme viaducto abajo sin paracaídas pero habrían levantado sospecha. Arruinando mi reputación se cargaron toda mi credibilidad y de paso, mi carrera. Y como en una siniestra carambola, aquella jugada arrasó mi matrimonio. Mi carácter se volvió difícilmente soportable y Carlota hizo las maletas. Aunque no siempre fue así, hubo buenas Nochebuenas solos o con nuestros amigos.

Terminé mi botella a mitad de Qué bello es vivir y seguía con Carlota rebotando de un lado a otro de mi cabeza. Joder, qué mierda. Por algún oscuro conjuro no me acordaba de las broncas, los reproches ni las jugarretas durante nuestro divorcio, solo de su olor, su risa, su piel… Agarré el móvil y marqué su número de teléfono.

- “El abonado tiene restringidas temporalmente las llamadas salientes. Le rogamos se ponga en contacto con la compañía para solucionar la incidencia de facturación.”– Aquella locución me hizo recobrar algo de cordura. Nunca me alegré tanto de un impago.

- A tomar por culo– me dije. Enganché el abrigo y me lancé a las calles.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL ATRACO

- Pardo, necesito que acuda a mi casa cuanto antes.- La voz de Don Emilio transmitía una mezcla de autoridad y preocupación.

Conduje rápido hasta la urbanización de lujo donde residía la familia Fonollosa. Don Emilio me estaba esperando, pasamos a un despacho donde encendió la televisión. Me explicó que el vídeo había sido grabado por las cámaras de seguridad de una relojería situada en la milla de oro, de la que Don Emilio era socio. En la pantalla aparecieron las clásicas imágenes del comercio en blanco y negro. De repente, irrumpen cuatro encapuchados, dos de ellos portando rifles, los otros revólveres. Atrancan la puerta y, a empujones, arrinconan a los clientes y empleados en una esquina. Uno de ellos levanta de la corbata al encargado y se lo lleva a la trastienda, mientras otros dos revientan los expositores y vacían las cajas. Al poco el encargado reaparece con el atracador portando una bolsa con lo que parece un buen botín. Puñetazo en el vientre del encargado y los ladrones salen a escape, mientras la plantilla acude a socorrer al pobre hombre. Total de la incursión: tres minutos treinta y cuatro segundos. Al pobre Don Emilio le estaban creciendo los enanos pero era buena señal que siguiera confiando en mí para resolver sus problemas.

- La cinta la trajo la policía hará unas dos horas.

- ¿Le han comentado si tienen ya algún sospechoso?

- Mi hija Valeria. Argumentan que el atraco no habría podido llevarse a cabo de no conocer muy bien el terreno. Y es cierto que Valeria conocía bien la tienda. Afirman que los ladrones incluso conocían a los empleados por su nombre.

- Demonios. ¿Y cuál es su opinión?

- Pardo, un padre conoce bien a sus hijos y sé que Valeria es exactamente esta – señaló con su dedo a uno de los enmascarados de la pantalla.- Por supuesto no le he contado nada a la policía, pero estoy seguro de que es ella. ¿En qué se ha metido esta chiquilla?

- En un feo asunto Don Emilio– dije por tirarme, el rollo aunque no tenía ni idea.- Ahora he marcharme. Hay que tomarle la delantera a la pasma.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

CHAKRAS

Natalia abandonó los Berrocales por el garaje privado yo decidí quedarme un rato terminando una copa. Sin pretenderlo, Natalia me había proporcionado un nuevo dato. Al hablarle del caso Valeria, me comentó que la tarde anterior había tomado café en casa de su amiga Encar, que conoció a la chica en una clase de yoga. Yo ya no sabía si marcharme a Villaconejos o subirme al Himalaya. Opté por la segunda opción: me sentía bastante ligero después de mi encuentro con Natalia.

Como no quería implicarla, opté por indagar por mi cuenta. En contacto con el contable de los Fonollosa encontró un único recibo de setenta euros de la Escuela Vishnudevananda. No parecía ni mucha pasta ni mucha pista pero decidí asomar por allí. Afortunadamente, la puerta permanecía abierta en gesto de buena voluntad y pude husmear un rato antes de ser sorprendido: mi aspecto no colaba como yogui. No encontré nada fuera de lo común: un piso de techos altos y suelos de madera, con tufo a incienso, plagado de mujeres tratando de aplacar la ansiedad que les provocaba su matrimonio.

- ¿Puedo ayudarle en algo?- A mi espalda una mujer de mediana edad, larguirucha y algo famélica me estiró la mano.- Soy Hannah, la directora del centro.

- Verá, en realidad sí me puede ayudar. Me llamo Pardo y soy investigador privado. Trato de resolver la desaparición de Valeria Fonollosa y creo que en alguna ocasión vino por aquí.

- Valeria, claro, cómo no acordarse. Lo cierto es que a nosotros también nos sorprendió que viniera a uno de nuestros Amaneceres.

- ¿Amaneceres?

Hannah me hizo pasar a su despacho y ofreció una taza de té verde. La habitación era como un incendio en miniatura, con pequeñas luminarias desprendiendo humo a cada poco.

- Los Amaneceres son el ritual que realizamos una vez al mes: Nos juntamos unas cuantas mujeres y salimos al campo para abrir nuestros chakras y agradecer a la Madre Tierra por el día naciente. Es muy confortante.

- ¿Y Valeria solo acudió en una ocasión?

- Sí. No es necesario ser una iniciada para acudir. Lo cierto es que su actitud respetuosa chocaba con la imagen frívola que teníamos de ella. Fue muy disciplinada en todos los ejercicios.

- Sin embargo, no regresó.

- Verás, hay para quién la experiencia es tan intensa que resulta desagradable.

- ¿Un tal Clemente no participó aquel día?- Hannah me miró escandalizada.

- ¡No! No permitimos asistencia masculina. Es un rito muy íntimo en el que como madres conectamos con la Madre Tierra.

- Curioso.– Apuré el té y al intentar levantarme del cojín donde estaba sentado, sonó un crujido procedente de una de mis extremidades- Joder, tengo los chakras hechos cisco.

viernes, 5 de diciembre de 2008

LOS BERROCALES

De vuelta a casa vi en las marquesinas de la Gran Vía la promoción de la película Llámame Cómo Quieras curiosa adaptación de Como Un Saco Roto, versión cinematográfica de la novela de mi amigo Mario. Espero que los royalties le compensen por el bochornoso cartel de comedia romántica con que se anunciaba su película.

Me dispuse a abrir una botella de Ribera de Duero y echarme a meditar sobre el tal Clemen, que acababa de entrar a formar parte de mi investigación. Un tipo que al parecer tenía un gran ascendente sobre Valeria y le obsequiaba melones. Sonó mi teléfono celular y no pude contener la sonrisa al ver iluminarse en la pantalla el nombre de “Natalia Masdeu”.

Natalia Masdeu era en realidad Natalia Gálvez. Un día de estos debería actualizar mi agenda. La conocí en Barcelona cuando aún estaba casada y utilizaba el apellido de su marido, el conocido joyero, para el que resolví un caso de distracción de piedras preciosas en uno de sus establecimientos. Durante dicha investigación conocí a Natalia una mujer astuta que había ascendido de contable a asistente personal de Carles Masdeu y de ahí a su cónyuge. Lo cierto es que el matrimonio hubiera funcionado de no ser por las preocupaciones de Natalia: “No quiero que cuando se me caiga el pecho me abandonen por una becaria. Me gusta la buena vida, Pardo, y no soporto depender de nadie.” No fue complicado descubrir que el señor Masdeu mantenía a una de sus amantes, residente del Eixample. Esto facilitó mucho los trámites, pero hasta que se resolvió el divorcio ni Natalia, ni yo queríamos destapar quién había servido como agente doble, así que acordamos el pago en especie: Estuve varios meses tirándome a la mujer del jefe. Al regresar a Madrid pensé que mi suerte había terminado pero, de cuando en cuando, Natalia se acordaba de los viejos amigos.

En los años sucesivos y con la ayuda de la enorme indemnización que le proporcionó su divorcio, Natalia se convirtió en empresaria: Montó una cadena de tiendas de ropa exclusiva a lo largo de la Costa Brava, donde vendía camisetas de diseño a los cachorros con mejor pedigrí de Pedralbes. El negocio no era sino una excusa para pasarse cuatro meses tomando el sol en la cala privada de su chalet de S´agaró. El resto del año lo pasaba viajando, de pasarela en pasarela, seleccionando su próxima colección.

Recibí la llamada:

- Buenas noches, guapa.

- Hola Pardo ¿qué haces mañana?

- Supongo que veré a una antigua amiga.

- Ok. Estaré por allí a mediodía.

Allí era el Hotel Los Berrocales; un negocio cuya clave era ser conocido solo por sus clientes. Desde luego, la agencia publicitaria había hecho un magnífico trabajo: arrumbado en un apeadero de la autopista de La Coruña, el hotel funcionaba como picadero de artistas, empresarios, probos padres de familia homosexuales y algún ministro.

Yo era uno de los pocos visitantes que entraba por la recepción, la mayoría accedía por el aparcamiento, donde el registro se realizaba por un interfono que impedía ver y ser visto. Y desde el parking individual se subía por una escalera a cada una de las habitaciones.

Golpeé en la puerta de la 104 y escuché como cedía el pestillo, crucé el umbral y me encontré con Natalia al otro lado. La situación era un tanto chocante dado que, en aquel momento, ninguno de los dos estábamos comprometidos pero el amor furtivo era nuestra costumbre, además Natalia no quería líos.

- Hola, preciosa, cuánto tiempo – dije mientras la estrechaba. Olía a ángel.

Ve con cuidado: es de las que pueden arruinarte la vida con solo pestañear, me dijo alguien al conocer mi romance con Natalia. Sin embargo, solo los imbéciles esperan que la familia real se quede a dormir cuando te concede una visita.

Natalia se despojó del albornoz y se introdujo en la bañera de hidromasaje. Sus pechos lucían mejor que la última vez que la vi hace unos meses, aunque Natalia no era como esas bobas que a la que pueden se aumentan diez tallas el sostén.

- Pide algo, Pardo.

Telefoneé al servicio para que nos sirviera una botella champán y un buen güisqui. Los pedidos llegaban a través de una celdilla, donde la luz de una bombilla avisaba al depositarlos el camarero. Me recordaba a las inclusas.

Acompañé a Natalia en la bañera, tratando de reducir el tiempo de exposición de mi desnudo; pasados los cuarenta, mi cuerpo semeja al de Harvey Keitel en Bad Lieutenant. Servimos las bebidas y comenzamos a restregarnos. Natalia posee dos grandes virtudes: una, disfruta haciendo felaciones. Sumergió su cabeza en mi entrepierna. La otra virtud es la cantidad de segundos que aguanta sin respirar bajo el agua.

martes, 2 de diciembre de 2008

MELONES

Siguiendo la sugerencia de Antonio, hice algunas llamadas para confirmar lo que ya intuía: Valeria era demasiado joven, guapa y lista como para entregarse en exclusiva a ningún amante. Sin embargo, la conversación con Cuca Gamoneda despertó mi curiosidad hacia un tal Rubén Alameda: Había liderado uno de esos grupos pop a punto de ser la gran sensación. Sin embargo, problemas de ego habían dado al traste con una carrera que lo tenía todo para triunfar: Cuatro imberbes, vistiendo perpetuas gafas de sol, vaqueros caídos y modales portuarios. El sueño de toda suegra, vaya. Al parecer el resto de la banda había desertado dejando a Rubén Alameda con su gesto de “sin mí no valéis una mierda”. El tiempo demostró que en aquella banda no había otro talento que el saber combinar ropa de mercadillo y el resto de los chicos al menos sabían sostener algún instrumento. Rubén se forjó una aureola de maldito, mientras se fundía en sicotrópicos los escasos royalties generados por su tema Strange Hearth, incluido en la promoción de una marca de pantalones vaqueros. Al parecer Valeria se veía con el rockero los meses antes de su desaparición y paraba por el estudio del rentista con cierta frecuencia.

La puerta estaba mal cerrada y al golpearla se abrió dejando escapar un tufo acido, como de fruta podrida. La estampa del piso de Rubén Alameda era desoladora. Un pobre chaval con pinta de abandonado, despatarrado sobre unos cojines escandinavos a modo de cutre-chill-out. Se encontraba a escasos días de realizar el clásico viaje de regreso a casa de sus padres, previo paso por alguna clínica de desintoxicación. El suelo era un revuelto de pelusas y envases de comida a domicilio. Como pude me hice un hueco entre los cojines en los que sufría la resaca la última estrella estrellada del panorama musical.

- No quiero entretenerte mucho. Ando tras los pasos de Valeria Fonollosa y alguien pronunció tu nombre.

- Tranquilo. No tengo gran cosa que hacer. Echa un trago – Me alcanzó una litrona caliente a medio consumir.

- Nunca bebo antes de caer la noche – Mentí.- Es mi secreto para mantenerme en forma. ¿Qué hay de Valeria?

- Me caía bien esa chica. No era una estirada como el resto de sus amigas. Tenía inquietudes ¿sabes?

- ¿Inquietudes? ¿Aparte de la ropa exclusiva y su bronceado?

- Sí, le interesaban el karma y esas cosas.

- ¿El karma? No tenía ni idea.

- Si estaba preocupada. Sobre todo después del atentado. Quería estar preparada por si la muerte la alcanzaba inesperadamente- Rubén regurgitó, su boca se inundó de bilis que volvió a tragar.

- ¿Preparada? ¿Y cómo se prepara uno para eso?

- Bueno, tío, no hablaba demasiado sobre eso. Peros cuando fumábamos maría empezaba a delirar sobre conexiones invisibles en el universo. Sobre el orden secreto del cosmos y mil paranoias más.

- Vaya y quién le enseñaba eso.

- Por lo que sé un tal Clemen.

- ¿Clemen? – Aquel nombre no figuraba en mi lista de celebritys.

- Siempre que recibía su llamada Valeria salía disparada; no importa lo fumados que estuviéramos. Y luego volvía cargada de melones.

- ¿Melones? ¿Quién coño era, el frutero?

- Ni puta idea, pero mira– Rubén Alameda señaló la barra que separaba la cocina americana. Me incorporé y contemplé el espectáculo de varias decenas de melones en diferente grado de descomposición. Me giré pero Rubén se había vuelto a derrumbar y estaba inconsciente. Le giré la cabeza con el pie para evitar que se ahogara con su vómito y me marché del apartamento.

lunes, 17 de noviembre de 2008

FRAY GUILLERMO

Acabé de comer y me arrimé a la barra a tomar un digestivo. El turno de comidas tocaba a su fin y en el asturiano los sindicalistas montaban su habitual timba de mus de todas las tardes. Era el momento en que Antonio cedía los trastos y aprovechaba para comer a su lado de la barra. Mientras, le daba palique:

- Pardo, qué te traes entre manos. El menú de hoy era de los que utilizas para remover la sesera.

- Se me acaba de caer un caso y necesito ideas de cómo volver a empezar. Esto es como cuando te divorcias de la parienta: te parece imposible que pueda aparecer otra.

- Sin embargo, antes o después aparecen. No desesperes. ¿Y qué investigas, pájaro?

- Hasta hace rato un secuestro. Ahora puede que se trate de una fuga. Sin embargo, no acierto con los motivos: la niña lo tenía todo.

- Eso huele a calentón de entrepierna.

- Es posible, pero cuando digo que lo tenía todo incluyo una vida sexual envidiable. Además, pude ver a la chica cuando pensaba que estaba secuestrada y me dejó una impresión extraña. No parecía en plena luna de miel.

- Chico, yo qué sé. Solo soy un camarero.

- Restaurador, Antonio. No te quites mérito, joder. En fin, voy a empezar a fisgar en su círculo cercano, a ver qué saco.

- Mira a ver si de paso pegas un braguetazo. Te iría bien.

Lo del braguetazo me dio que pensar: Quizás lo de Valeria no fuese una fuga en sentido estricto sino una seducción interesada. Parecía difícil que la precoz reina del papel couché se dejara engatusar por algún cubano pichabrava pues los había lidiado por docenas, pero al menos era una hipótesis.

Uno siempre acude a los clásicos, básicamente porque es lo único que me dio tiempo a leer antes de empezar con la mala vida. Recordé a Fray Guillermo de Ockham y su Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem o lo que es lo mismo: en la investigación nada de pajas mentales, decántese uno por lo más sencillo. Y qué tipo más sencillo que Antonio. Decidí probar suerte.

martes, 11 de noviembre de 2008

EL ASTURIANO

La mayor parte del tiempo un investigador es un tipo que no entiende ni jota. Ahora, no para de darle vueltas al caso hasta escuchar en su cabeza algo semejante a un “click”. Es el momento en que los datos encajan y casi diría que justifican una existencia; por lo menos una como la mía. Es una cuestión de tiempos: Si escuchas el “click” antes que tu cliente podrás ganarte las habichuelas con esto, de lo contrario búscate un podenco.

Don Emilio era un tipo más inteligente que yo, capaz de levantar un imperio sin otro respaldo que su talento y trabajo. Sin embargo, por su cabeza no llevaba días rondando la idea de que ciertas pistas no cuadraban con la versión oficial. Así, cuando fui testigo de la desaparición de las joyas, sin forzar la cámara, escuché el “click” que me dictaba que nuestro problema no era un secuestro. Una vez vencido el desconcierto inicial, don Emilio habría llegado a la misma conclusión pero, adelantándome, me postulé como el anfitrión de tal idea en su cabeza, que es como acostumbro ganarme la vida.

Como siempre que necesito un extra de materia gris, acudo en busca del amigo Antonio. Suelo imaginarme a Antonio como a uno de los forajidos del Grupo Salvaje, la película de Peckinpah Su mirada es directa y humilde a la vez, ese mirar propio de los que han sufrido unos cuantos revolcones de la vida y se mantienen alerta. Ni vencido, ni convencido. En su trato parece que estuviera constantemente distraído pero no se le escapa una. Su local es un restaurante asturiano que saldría en todas las guías de la ciudad, si su dueño admitiera sus méritos con los fogones. Por fortuna, para los que allí recalamos, Antonio es un tipo humilde.

Unas croquetas para hacer cama, solomillo al punto sobre plato caliente, un caldo aceptable y las ideas vienen solas. El nuevo supuesto aliviaría la tensión familiar pero tiraba por la borda todas mis horas de trabajo. Tenía que invertir la estrategia: Ya no buscaba a los enemigos de Valeria sino a sus amigos. Sobre todo a aquellos capaces de persuadirla para aquella esdtúpida escapada. ¿Quién querría huir del Palacete de los Fonollosa? ¿Quién querría dar portazo al paraíso?

miércoles, 29 de octubre de 2008

UNA SIESTA

Al día siguiente tocaba dar la cara. Lo de la chica no tenía buena pinta y casi hubiera rezado porque sus secuestradores no la hubieran liberado con un tiro en una zanja. En la mansión de los Fonollosa se respiraba el mismo ambiente que en la sala de espera de un quirófano: el mismo deseo de que todo salga bien y el mismo temor contenido de cuando la operación se dilata demasiado. Aquel ambiente era fatal para mi resaca y además, tocaba justificar mis honorarios más allá de hacer desaparecer una bolsa con tres millones de euros.

- Necesito inspeccionar de nuevo la habitación de Valeria – solicité misterioso.

La sirvienta me condujo al cuarto. Nadie iba a entretenerse en subir a vigilarme pero corrí el pestillo por seguridad y me eché en la piltra, a ver si una cabezada mejoraba mi jaqueca. Estuve allí tumbado unos prudenciales veinte minutos pero el dolor de cabeza no aflojaba. Cuando me disponía a marchar, me dio por husmear en la mesita de noche de la chica. Sobre ella reposaba lo que parecía su joyero. Lo abrí para echar un vistazo a las bagatelas de Valeria y lo encontré vacío. Bajé a preguntar a la familia.

- Tal vez me equivoque pero ¿este estuche no debería contener alguna clase de joya? – La expresión de Don Emilio adelantó su respuesta.

- Es el joyero de Valeria. En el guardaba aquellas piezas que acostumbraba ponerse. El resto están guardadas en la caja fuerte.

- ¿Podría mostrármelas?

Don Emilio me introdujo en un suntuoso despacho y tras desplazar un sillón, abrió una caja fuerte empotrada en la pared. Extrajo una serie de cajas que depositó en una mesita de estilo victoriano. Con cada caja que abría la expresión de Don Emilio se tornaba más severa: todas se hallaban vacías.

- Pardo, no sabe la fortuna que nos han robado.

- Me temo que no nos enfrentamos a un hurto, Don Emilio, ni a un secuestro, sino a una fuga.

jueves, 9 de octubre de 2008

DESPEDIDA

A las seis de la mañana, el aspecto de toda ciudad que se precie tiene más que ver con la Noche de los Muertos Vivientes que con cualquier otra clase de vida organizada. Torpes los cuerpos por el abuso de licores, avanzan bamboleándose de lado a lado de la acera, arrastrando los pies de puro cansancio y aturdimiento.

Invisibles para el ejército de zombis, Mario y yo continuábamos con nuestra conversación.

- Corrompe, Mario, corrompe. Pero para a mí ya se me ha pasado el arroz.

- No creas. La corrupción es reversible. Te aseguro que al aire libre estarías tan fresco en un par de semana. A mí me ocurrió. El día que hice las maletas mis tripas estaban a punto de reventar, mis pulmones encharcados de alquitrán y el blanco de mis ojos más amarillo que el orín de mendigo.

- Na, la vida pastueña no es lo mío. No me veo capitaneando un rebaño de ovejas. Echaré el resto en este lodazal y cuando reviente no habrá nadie para ocupar mi puesto; ni falta que hará.

- Mira que eres cafre, Pardo. No te niegues la posibilidad de una vida mejor.

- A mí no es que se me escapen los trenes, Mario, es que me he especializado en verlos pasar. Y no me des la murga, tío. Me alegro de tú hallas salido de esta mierda pero déjame morir a mi manera, jodido Walt Whitman.

- Ja, ja, ja…. Sigues siendo el puto borde de siempre. Tú mismo ¿En qué andas ahora?

- Pues mira, hoy mismo he entregado el rescate del secuestro de Valeria Follonosa ¿te suena?

- Como no recordar las mejores nalgas de la Jet.

- Esa misma. Sin embargo, ando inquieto. Deberían haberla liberado a estas horas y no he tenido noticias de su familia. Algo no encaja en este caso desde el principio. Hay ciertos detalles que me hacen saltar las alarmas.

Nuestros refrescos habían tocado a su fin y el frío se hacía notar. Nos levantamos para unirnos a la procesión de los muertos.

- Nos vemos Pardo. Si te apetece un poco de oxigeno ya sabes dónde encontrarme.

- Descuida, el oxígeno solo me produce mareos a estas alturas. Cuídate, y disfruta tu suerte.

- Lo hago, créeme que lo hago.

Nos dimos un golpe en el brazo como despedida y partimos hacía rumbos y vidas opuestos.

lunes, 6 de octubre de 2008

ESCRITOR

- La entrega se ha llevado a cabo sin grandes contratiempos.- Le mentí al padre de la chica.– La liberarán a lo largo del día pero le adelanto que no ha sufrido maltrato severo.

- Pero ¿y el paquete con el pezón?

- No se lo puedo garantizar pero su hija aparentaba tener todo en su sitio. Probablemente, sería el de alguna pobre chica, de esas que nadie echa de menos. Ya únicamente nos queda esperar. Avísenme en cuanto tengan noticias de Valeria.

Y esperé, y esperé pero el teléfono se resistía a sonar. Aquello comenzó a incomodarme. Decidí acudir a un pub cerca de mi apartamento. En aquel garito de iluminación tenue uno podía sentarse a beber sin ser molestado, el camarero era un tipo discreto que me rellenaba el vaso sin necesidad de mediar palabra. A los cuatro whisckeys de estar allí, una mano golpeó mi hombro y me revolví con la intención de defenderme. Me hallaba bastante alterado.

- Tranquilo, tigre, compartamos un trago antes de morderme.

Era Mario Bravo, el escritor. Durante años fue un plumilla mercenario que escribía para cualquier medio donde le permitiesen publicar. Compartimos bastantes correrías. Era buen conversador y sabía estar delante de una barra sin buscarse líos. Me dio un abrazo.

- No contaba con encontrar a nadie de la vieja guardia.

- La vieja guardia ha sido desmantelada entre las cirrosis y los tiros. Yo quedó de retén porque heredé el hígado de mi abuelo y mis enemigos tienen mala puntería.

- …Y si cruzas el puente te la das - susurró, citando a Rosendo.

- Oí decir que te marchaste al campo.

- Así es, he venido a una firma de ejemplares. Ahora que la película es un éxito resulta que se interesan por la novela que la inspiró. Con la de miserias que me hicieron sufrir los muy capullos hasta publicarla.

Como los verdaderos escritores, Mario no tenía oficio, ni beneficio. Lo cual le capacitaba para sacar beneficio de cualquier oficio. En los años en que compartíamos tragos había trabajado en toda clase de trabajos inhóspitos, mientras remataba una novela que parecía interminable. Finalmente, consiguió colocar su libro en las estanterías con escaso éxito, hasta que una torpe adaptación del texto se convirtió en éxito cinematográfico. Mario huyó al campo y nunca más se le vio por los antros de siempre. Me contó que incluso hacía sus pinitos como agricultor en su minifundio doméstico. El camarero comenzó a recoger la barra y Mario se hizo cargo de la cuenta:

- Déjame que te invite. Por los viejos y no tan buenos tiempos. Manolo, – le dijo al barman- pon un par de plásticos para el camino.

Aquello también era una vieja costumbre: terminar la noche departiendo sobre lo divino y lo humano sentados en algún banco, mientras sacudíamos el frio con la ayuda de un escocés de batalla. Le dije que tenía buen aspecto.

- Pardo, hay que huir de esta ciudad. No hace otra cosa que corrompernos hasta volvernos tan sucios como ella.

martes, 30 de septiembre de 2008

ENTREGA

Hubo poca actividad los días previos a la entrega. Las magulladuras, aún dolientes después de la última paliza, eran el mejor recordatorio de que lo mejor era estarse quieto, entregar la pasta, cobrar la minuta y seguir con mi vida.

Llegado el momento, las instrucciones eran claras: desplazarme hasta un pueblo cercano de la sierra, localizar un descampado en las afueras y llamar a un número de teléfono móvil que me habían proporcionado. Eran las doce de la mañana y me encontraba en posición: vacié media petaca de bourbon y realicé la llamada. No tardó en aparecer un vehículo de color negro en la lejanía, alguien descendió, parecía un hombre de largas melenas vestido con túnica. Se diría que el mismo Jesucristo venía a recoger la pasta. Sonó mi teléfono.

- Avance despacio con la bolsa hasta la mitad del terreno. Nada de titubeos.

Solicité ver a Valeria sana y salva.

- Descuide, ella misma recogerá la bolsa, nos la entregará y la liberaremos a lo largo del día, en algún punto de la provincia.

Caminaba despacio. Según acortaba distancias pude comprobar que no era la figura Jesucristo sino la propia Valeria Fonollosa la que había descendido del vehículo. Pobre niña pija, la habían vestido con harapos. Nos aproximamos. Su mirada estaba se perdía en algún punto del horizonte. Probablemente le habían administrado pastillas para dulcificarle el carácter.

- Tienen armas – me dijo. No esperaba menos.

- Tranquila, todo va a salir bien. Esta noche dormirás en tu casa.

De repente un murmullo rompió el silencio. Qué cojones era aquello. El sonido, como de sierra eléctrica, fue en ascenso y de uno de los montones de escombros surgió, en pleno brinco, un motorista. Valeria se asustó, yo estaba desconcertado. Se escuchó un disparo, el motorista cayó al suelo. Valeria tiró de la bolsa y salió corriendo en el momento que una ráfaga de disparos levantaba la tierra junto a mis zapatos. Copón. Me tiré al suelo y saqué mi arma pero el único objetivo a mi alcance era Valeria que corría despavorida hacia sus captores. Subió al coche y arrancaron. Esperé largo rato tumbado en el suelo. Cuando me puse en pie mi traje estaba hecho una pena. Afortunadamente, aún me quedaba media petaca de bourbon para templar el ánimo. Estaba deseando dar por zanjado aquel caso.

Me acerqué al motorista: estaba frito como una ración de calamares. No era un pasma. La hipótesis más plausible era que el pobre chico decidió practicar motociclismo en el lugar menos oportuno y los secuestradores se habían puesto nerviosos. Siempre tendemos a dotar la muerte de algún sentido que nos ayude a encajarla, pero la familia de aquel chaval lo iba a tener difícil: su cadáver no eran sino daños colaterales del secuestro de Valeria Fonollosa.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

ABDEL

Cuando digo que mi ex es una bruja no pretendo ser peyorativo sino científico. Sus capacidad para encontrar el momento perfecto para joderme y rejoderme es infinita. Así, no me extrañó que, apenas colgar el teléfono, volviera a sonar y al otro lado su voz me reclamara el pago de las costas del divorcio que le debía desde hace meses. Ya solo me faltaba que viniera a seguirme el puto cobrador del frac. Había que buscar financiación, más que nada porque no se puede investigar un caso sin incurrir en ciertos gastos, digamos, de representación, como el de la noche anterior.

Me aseé la sobaquera, cogí mi mejor sombrero y me dirigí a ver a Abdel, mi prestamista de cabecera. Un usurero en toda regla que, no obstante, me cobraba intereses inferiores a los de cualquier banco. ¿Por qué un tipo que tiene en su casa una bolsa de deportes forrada de billetes acude a pedir dinero es algo que ni yo puedo resolver?

Abdel posee un comercio en la segunda planta de un edificio centenario de la calle Mayor. El deterioro de la fachada, el crujido de las escaleras, la ausencia de bombillas, aún mejor la omnipresencia de bombillas fundidas, transmiten cierta sensación de posguerra, que es el momento en el que se establecieron allí sus moradores. Por contra, en las diferentes viviendas y despachos que lo integran existe una actividad económica febril: talleres de joyería, casas de empeño, prestamistas… todos al socaire de las fuerzas del orden en tanto no traspasen ciertos límites. Fiscales y policías claro que conocían de su existencia pero se diría que les consideran pacientes terminales de la más cruel de las enfermedades: el paso del tiempo.

Abdel atendía detrás de un mostrador, blindado por un cristal antibalas; algo sospechoso para un comerciante de tecnología barata: despertadores, transistores y demás cacharros que importa desde china. No es hasta que te abre la puerta de su trastienda que sabes de su verdadero negocio. Con modales de marica reprimido me prepara un té, charlamos un rato sobre lo mal que va el negocio y después me entrega la cantidad acordada. No hay preguntas incómodas, indagaciones, ni contratos. Solo la palabra de dos hombres. Efectivamente, un espécimen en vías de extinción; igual que yo.

lunes, 22 de septiembre de 2008

CABALGADA

Subimos escaleras arriba. Conocedora de sus virtudes, Irina tomó la delantera mostrándome una fenomenal perspectiva de sus nalgas. Nos adentramos en una destartalada habitación con ducha al fondo, una cama y una silla por todo mobiliario. Olía a ambientador pero, por fortuna, mi pituitaria fue invadida por los estrógenos de Irina en cuanto se arrimó a mí y comenzó a masajearme la bragueta. Mi pene no tardó en asomarse a saludar e Irina se acuclilló para practicarme una felación. Cuando me arrastró al catre, yo no era sino un pelele en sus manos. Su piel era suave y fría como por una pista de hielo y cuando fui consciente ya estaba dentro de ella con condón y todo. Era una profesional, supe que me encontraba en buenas manos y me dejé hacer. Aquello era mejor que el tiovivo. El mundo giraba alrededor nuestro y giraba y giraba y giraba…

Desperté, magullado y con los pantalones por los tobillos, en un callejón cuyo hedor a orín comenzaba a contagiarme. Un gato dio un rodeo para esquivarme y no me extrañó. Me levanté y subí la bragueta en un intento de recuperar algo de dignidad. Como siempre que recupero el conocimiento, inspeccione mi cartera y me sorprendió encontrar todo en orden. No tenía idea de dónde me hallaba pero me asaltó una imagen borrosa del estibador irrumpiendo en la habitación, justo en el momento en que Irina cabalgaba sujetándome los brazos. El resto era fácil de deducir: Al gorila no le gustaban los fisgones en su local y me había despachado con viento fresco. Era hora de volver a casa.

A la mañana siguiente me despertó una llamada del banco que, con el lenguaje alambicado de siempre, me informaba de un descubierto en mi cuenta corriente. Qué hijos de puta: Me habían cobrado por darme una paliza.

lunes, 15 de septiembre de 2008

KATRINA´S

Cuando por fin el retrete dejó de marcar mi agenda, salí a airearme. Quería indagar sobre las sucursales de la mafia rusa en la ciudad pero sin descubrir que fui parte del encarcelamiento de Sergei Goloubintseff, pues sería fatal para mi motricidad. Descartando acudir a la cafetería del Hotel Nevski donde se cerraban la mayor parte de los acuerdos, había dos opciones que se resumían en una. El Katrina´s: whiskería por una entrada, timba por la otra, todo ello a una manzana de una comisaria, cuyos funcionarios eran buenos clientes del establecimiento. Contra el refrán nunca se me dieron bien ni las mujeres, ni el juego, así que tanto daba por qué puerta entrara, nada bueno me sucedería. Tampoco pretendía llamar la atención, así que pedí un whiscky doble y me acodé en la barra. No tardó en acudir una preciosa veinteañera, o eso afirmaba aunque probablemente fuera menor de dieciséis, a la que expresé mis nulos propósitos de subir. Se llamaba Irina y se acurrucó a mi lado, decidida a socavar mi voluntad. Al final le pagué una de esas rituales botellas de falso champán con que acostumbran a vaciar los bolsillos de los incautos. La luz tenue y los sillones acolchados escondían tanto romanticismo como el de la máquina de tabaco. No obstante, me dejé llevar y al poco estaba haciéndome pasar por funcionario con la intención de que la muchacha entendiera que era un pasma. Me interesaba descubrir lo que ocultaba, dado que sería ingenuo esperar cualquier información en positivo. No saqué gran cosa. Deduje que, tras la prisión de Goloubintseff, su hombre de confianza en la ciudad había pasado a un discreto segundo plano y alguno de los varones emergentes se habría hecho cargo de los negocios. No importaba si se apellidaba Antonov, Petrov o Kalashnikov… ninguno iba a tomarse la molestia de vengar a su antecesor en el cargo, porque cualquiera de ellos habría pagado por enchironarlo. Un camarero con pinta de estibador no paraba de mirar en nuestra dirección y su manera de limpiar los vasos delató su desacuerdo con el interrogatorio. Obviamente, tenía fichados a todos los pasma de la zona y yo no aparecía en su registro. Al otro lado del burdel un chaval andaba armando lío, iba bastante pasado y pretendía que las chicas le hiciesen un favor por su cara bonita. Con una agilidad inesperada, el estibador saltó la barra, lo levantó por el cuello y cuando quisimos darnos cuenta el chaval había desaparecido del local. Yo también desaparecí, con Irina escaleras arriba: era el modo más eficaz de no levantar más sospechas.

jueves, 11 de septiembre de 2008

ESCATOLOGÍA

Aún quedaban tres días para la fecha que habían fijado los secuestradores. Fui a comer al restaurante de mi amigo Chen. Después de devorar media docena de empanadillas, unos tallarines fritos y un plato de cerdo agridulce, Chen se sentó en mi mesa portando una botella de licor de flores. Hace unos meses, mi declaración fue clave durante el proceso que enchironó a un grupo de policías que se dedicaban a extorsionarle, desde entonces Chen demostraba su agradecimiento cada vez que paraba por allí. No tardamos en verle el fondo a la botella y me marché de allí más cargado que una meada mañanera de Maruja Torres.

Me dirigí a mi casa a echar la siesta. Tumbado en el sofá, miraba la bolsa con los tres millones y esta me devolvía la mirada. ¿Qué me impedía coger el dinero y desaparecer? La única respuesta razonable era la curiosidad. Aquel caso presentaba demasiados cabos que no conseguía atar: la maleta desaparecida, el pezón sin agujerear, el cambio de carácter de la secuestrada… Un retortijón me sacó de mis ensoñaciones. Aquella puta comida china. Dicen que a los orientales les cae mal el alcohol por carencia de una enzima pues, a buen seguro, a los occidentales nos falta la enzima necesaria para digerir sus rebozados. Pasé el resto de la tarde sin poder alejarme del wáter. Así no había manera de resolver el caso.

jueves, 4 de septiembre de 2008

EL PEZÓN SANGUINOLENTO

Me dirigí, lo más veloz posible, a la mansión de los Fonollosa. Don Emilio me recibió con gesto adusto y me hizo pasar a su despacho. Sobre la mesa, una bolsa de deporte que uno no necesitaba visión de rayos x para saber qué contenía: los tres millones de euros del primer pago del secuestro. Observando lo poco que abultaban, pensé que la conversión al euro no había sido sino una excusa para facilitar toda clase de movimientos de capital ilícitos. Don Emilio no estaba dispuesto a sacrificar ni una pieza más de la anatomía de su hija en tan peligroso pulso contra la mafia rusa. Las instrucciones que había recibido eran muy concretas: una hora, un lugar y nada de titubeos, solo en ese caso sus secuestradores entregarían a Valeria. Por supuesto, quería encomendarme la misión. Le pedí inspeccionar el pezón y sacó de su escritorio una caja de alpaca donde, entre algodones, reposaba un sanguinolento pezón femenino, semejante a un plato de pulpo a feira. Llamó mi atención que no hubiera perforación alguna, cuando en una reciente portada de la revista Internews publicaron un "pillado" de Valeria Fonollosa con un famoso pichadiscos en una cala de Ibiza y lucía piercings en ambos pezones. Había demasiadas pistas que no encajaban pero oculté la observación a su padre; en cualquier caso había una chica a la que habían practicado una carnicería para hacerse con la pasta del secuestro. Acepté la bolsa y anoté las instrucciones de la entrega. Advertí a Don Emilio que cualquier injerencia de la policía daría al traste con la operación; en este punto estábamos de acuerdo con los secuestradores.

Mientras regresaba a casa, ojeando la bolsa a cada rato como si temiera que se esfumara supe lo que debió sentir un día el Dioni. Por mi cabeza pasó una jubilación dorada, fulanas de vértigo, litros de daiquiri, conciertos en exclusiva de los Stones y tal vez, enviarle una foto de cada una de las playas del Caribe a la puta de mi ex mujer.

martes, 2 de septiembre de 2008

EL DHARMA

No esperaba que Don Emilio aceptara mi propuesta de inmediato, aunque confiaba en que me encargara la investigación. Su carácter bragado era impermeable a la presión; no en vano su reputación empresarial se cimentaba en la numantina resistencia a la opa de una corporación india sobre sus acerías, que no solo consiguió evitar sino de la que salió fortalecido. Me dijo que debía meditarlo así que me retiré para dejarle espacio.

Dado que no tenía gran cosa que rascar, inicié mis averiguaciones. Aquella noche acudí al Dharma, lo más en garitos de moda de la ciudad. Un lugar donde las putas se hacen llamar señoritas y los hijos de las clases privilegiadas se aflojan la corbata dispuestos a despilfarrar unos euros mientras esperan la sucesión al trono de sus progenitores. Hace unos meses había colaborado en desmontar una red tráfico de drogas que funcionaba a espaldas de los dueños del club y que les estaba estropeando el negocio; así que las puertas del Dharma se me abrían de par en par, cuando lo normal es que me hubieran echado a patadas con solo asomarme por allí. Un camarero me dijo que durante las últimas visitas de Valeria Fonollosa había hecho gala de un comportamiento anómalo. Nada de escándalos en el reservado, ni bailes encima de las mesas, ni siquiera el consumo desmesurado de Martini que la caracterizaba. Me señaló el lugar donde estaba sentada una de sus amigas íntimas, Cuca Gamoneda. Me acerqué discreto, el rostro de Cuca expresaba un disgusto de niño porque el pony que le acaban de regalar no es lo suficiente caro. Me presente bajo la promesa de no entretener demasiado sus labores de cazadora, que es a lo que estaba sentada allí sola. Cuca Gamoneda me confirmó la versión del camarero: tras su repentina interrupción de las vacaciones, por culpa del atentado, Valeria había regresado cambiada. Estaba sosa y mohína, costaba mucho sacarla de casa y cuando lo lograban, en seguida aducía cansancio para retirarse. Además, empezó a manifestar inquietudes espirituales, algo curioso en alguien cuya máxima relación con la metafísica habían sido sus clases pilates. Dediqué el resto de la noche a dar cuenta de una decena de whisckys, a cuenta de la casa, mientras me divertía haciendo quinielas sobre los ritos de apareamiento de la jet. Finalmente, Cuca Gamoneda marchó del brazo del heredero de una importante naviera; chica lista.

A la mañana siguiente, me despertó el teléfono. Don Emilio me reclamaba de inmediato. Había recibido un paquete que contenía un pezón de mujer envuelto entre algodones.

lunes, 1 de septiembre de 2008

TIPOLOGÍA DE UN SECUESTRO

Existen dos tipos de secuestro, le expliqué a Don Emilio, los puramente recaudatorios y aquellos que, además, persiguen fines propagandísticos. El caso de los secuestros de ETA u otras bandas terroristas suelen perseguir ambas finalidades: proveerse de fondos para su causa, a la par que gozar de presencia en los medios de comunicación. Sin embargo, aunque es pronto para afirmarlo, no parece el caso. Nadie se ha presentado en nombre de organización alguna y parecen bastante interesados en resolver el asunto con la máxima brevedad, lo cual es lógico dado el riesgo que supone retener a una persona contra su voluntad. Es una decisión estrictamente familiar pero mi consejo es que, siendo usted una persona con posibles, y si, como ambos sospechamos, son los rusos quienes están detrás del asunto, debería concertar el pago lo antes posible, si no desea recibir a su hija en el buzón por fascículos. Por mi parte, le ofrezco actuar de mediador y siempre que sea posible, sin perjuicio de la salud de su hija, intentar seguir la pista de los secuestradores.

jueves, 28 de agosto de 2008

UN HUECO

A las pocas semanas, Don Emilio me telefoneó personalmente. Como el que comenta una pequeña incidencia en la cuenta de resultados, me explicó que su hija había salido la noche anterior para asistir a un cocktail, numerosos testigos dieron fe de su presencia. Se retiró hacia las tres de la mañana, bastante temprano para alguien acostumbrado a ver amanecer bebiendo sorbos de champán. Por la mañana, todos supusieron que estaba durmiendo. Hasta el mediodía en que la sirvienta llamó a su puerta para ofrecerle un refresco y preguntarle si comería algo. No había nadie en su habitación y trataron de localizarla en su móvil que resulto apagado o fuera de cobertura. Y las amigas interrogadas declararon que marchó sola de la fiesta. Todo era raro en su proceder y Don Emilio sospechaba que algún tipo de chantaje o secuestro planeaba sobre sus cabezas.

Acudí a la mansión de los Fonollosa para interrogar a la familia. Don Emilio mantenía a raya los nervios de su esposa a base de chupitos de licor y me uní al festejo. Don Emilio no era ningún tonto y su hija era discretamente seguida por un guardaespaldas que también estaba convocado y confirmó la versión oficial: se fue a descansar alrededor de las tres y media cuando Valeria entraba en la mansión. La única posibilidad de secuestro pasaba por una invasión en el recinto de la finca, evitando tanto los perros como las alarmas. Pedí inspeccionar la habitación de la chica. Fui conducido a una estancia tres veces mayor que mi apartamento, con varios ambientes, todos decorados en un intento de detener el tiempo; querubines, peluches, encajes y cursiladas diversas trataban, en vano, de ocultar la evidencia de que la niña había franqueado la pubertad por la puerta grande.

En el otro extremo de la habitación existía una puerta que conducía a un vestidor de unos diez metros cuadrados. Al pie del espejo, al fondo, se veía una montaña de diseños exclusivos, rechazados por no ser suficientemente buenos para Valeria Fonollosa. La cantidad de prendas que se apretaban por centímetro en los estantes darían para reponer una planta entera de unos grandes almacenes. De ahí que me sorprendiera un espacio vacío de medio metro en uno de los altillos. Interrogué a la sirvienta y me contestó que era el hueco que ocupaba la maleta de la niña. Bajé y le dije a Don Emilio que no se preocupara por extorsión alguna: Nadie prepara las maletas antes de su secuestro.

Sonó el teléfono: Alguien al otro lado exigía cinco millones de euros a cambio de la liberación de Valeria. Empezamos bien.

COSAS QUE JODEN

Apuré medio vaso de anticongelante y me serví otro medio. Hay cosas que joden y otras que rejoden. Esperar en una cola me jode, el sonido de las chanclas me jode, las fiestas hasta el amanecer de mis vecinos rumanos me joden, pero repetir el trabajo me rejode. Estoy seguro de que cuando escribí en mi cuaderno CASO CERRADO es porque di con la clave del misterio y ahora me va a tocar hallarla de nuevo. Y esta resaca no está por ayudarme. Hasta donde recuerdo… no recuerdo más que salí a tomar unas copas dispuesto a hacer algunas preguntas. Una excusa como otra para no quedarme encerrado en el despacho compadeciéndome.

Valeria Fonollosa era la hija del importante empresario Emilio Fonollosa, los negocios de papá habían brindado a la joven gacela una existencia feliz y algodonosa; más aún si se tiene en cuenta que la chica se las había arreglado para convertir un físico escuálido, de perfil judío, en el de una de las mujeres más deseadas en cualquier ranking de belleza. Con la cartera llena y sus ingles brasileñas podía meterse en el catre a quien se le antojara. Malcriada, hizo bandera de sus modales caprichosos ante unos medios de comunicación que, literalmente, babeaban ante su arrogancia. Fiestas y saraos eran su hábitat desde muy niña. Una privilegiada en toda regla.

Desgraciadamente, un buen día su padre se aburrió del acero y decidió diversificar su negocio. Invirtió en ladrillos y le fue aún mejor con lo que, crecido, se dedicó también a los combustibles. Con enorme éxito hasta que unas desavenencias con los rusos le pusieron en el punto de mira de la mafia, que aprovechó un veraneo de la familia en la Costa del Sol para volar su vehículo. Bastante magullados, salvaron la vida de milagro y ahí entré yo a participar en el juego de los Fonollosa. Me hicieron llamar, enviándome un billete de avión y un cheque como adelanto por descubrir a los artífices del atentado. No sé quién les habló de mi reputación pero no iba a ser yo el que les llevara la contraria. El día que me personé en la mansión Emilio Fonollosa aún empujaba la silla de ruedas de su esposa y su secretario parecía la momia; sin embargo Valeria no presentaba ni un rasguño y se acurrucaba en un sillón bebiendo batidos de fruta, mientras ojeaba las revistas. Nunca olvidaré los shorts deportivos que vestía aquella mañana.

No me costó mucho descubrir quién estaba detrás del atentado pero le recomendé a Don Emilio Fonollosa que no emprendiera una vendetta contra tipos tan peligrosos. Me respondió: “Pardo, su trabajo ha concluido pero creo que le haré caso”. Días después y aprovechando que gracias a la minuta permanecí un tiempo de vacaciones en la Costa del Sol, leí en un diario local sobre la detención de uno de los capos de la mafia rusa, acusado de ordenar el intento de asesinato de los Fonollosa. No tengo ni idea de qué hilos se movieron durante aquellos días y prefiero no saberlo. Como en El nombre de la rosa, el conocimiento puede resultar mortal.

miércoles, 27 de agosto de 2008

PARDO YA NO TIENE EDAD

Desperté tirado en mitad del despacho que hace las veces de dormitorio demasiado a menudo. La sequedad de la boca me llegaba al esófago y se celebraba una tamborrada en cada hemisferio de mi cerebro. Instintivamente, comprobé si llevaba puestos los zapatos y busqué mi cartera: la encontré más vacía que el corazón de mi ex mujer. Había sido una larga noche de indagaciones por los antros de mi ciudad que jamás recogerá la Guía del Viajero. Andaba tras la pista de la hija de Fonollosa; sí, el importante industrial que acapara las portadas tanto de Actualidad Económica como del Diez Minutos. Me incorporé y me serví una generosa ración de anticongelante, embotellado al modo de bourbon, para aclarar mis ideas o terminar de enmarañarlas. En mi cabeza aparecieron imágenes borrosas de la noche anterior que no era capaz de fijar. Acudí a mi libreta en busca de respuestas, una colección de notas que según avanzan se vuelven menos legibles y una última: CASO CERRADO. Siempre escribo la misma frase cuando doy con la pista que me conducirá al cincuenta por ciento restante de mis honorarios. Sin embargo, no lograba entender mis notas finales y busqué en mi cabeza la última puta pieza del puzle con escasos resultados: no recordaba apenas nada de la noche anterior. Joder, Pardo, pensé, ya no tienes edad para estas cosas.