lunes, 27 de abril de 2009

TRAGEDIA LA GRANJA

“Un aparatoso incendio arrasó, en la noche de ayer, las instalaciones de una granja ecologista situada en el término municipal de Mingorriana. Según fuentes del Seprona, las causas del mismo podría ser la mala combustión de un calefactor. Los habitantes de la granja se encontraban concentrados en una sesión de ejercicios espirituales y no percibieron el fuego hasta que resultó incontrolable. Efectivos del cuerpo de bomberos trabajaron durante toda la noche para impedir que las llamas se extendieran por el monte a poblaciones cercanas. Aunque no se han registrado víctimas mortales, hay más de una decena de personas ingresadas en el hospital de la comarca por intoxicación, fruto de la inhalación de monóxido de carbono.”

Eso era todo. Ni drogas, ni orgias, ni Angeline Shepard, ni referencia a ningún capitoste… Tan solo una columna en página par de un diario regional. Don Emilio y sus socios habían conseguido imponer su versión oficial; no me resultó extraño.

Pasamos unos días cuidando de Valeria. A base de tranquilizantes, descanso y buenos alimentos logramos atajar sus delirios. Le recomendé que se pusiera en manos de un especialista cuando la devolviera a su familia.

- No quiero volver.

- Ese no es mi problema. Yo tengo que entregarte.

- No soporto lo que me aguarda.- Me tocaba sesión de sicoanálisis. Me armé de paciencia para escuchar lo que ya intuía.- ¿Recuerdas cuándo mi padre te contrato la primera vez, después del atentado que sufrimos en la Costa del Sol?

- Sí.

- Yo viajaba en el asiento trasero. El coche dio dos vueltas de costado debido a la onda expansiva. No llevaba el cinturón de seguridad y mientras volteaba supe que iba a morir. Cuando el vehículo se detuvo y nos sacaron por la ventanilla seguía conociendo que mi muerte llegaría. Hasta entonces, me limitaba a disfrutar de los mimos que me dispensaban familiares y amigos, pensando que durarían para siempre.- A pesar de su aspecto zarrapastroso, seguía expresándose con la afectación de las niñas consentidas.- A partir del atentado fui consciente de que mi vida podía terminar en cualquier instante. Entonces todo comenzó a parecerme vacuo y banal: la noche, las fiestas, mis romances… me aburría y me invadían una terrible tristeza al contemplarlos a todos: a mis amigos con sus perpetuas competiciones, a mi padre y su nulo interés por todo aquello que no diera rendimientos, mi madre con su vida al vacío... Fue justo entonces, durante un seminario sobre superación de la melancolía, cuando conocí a Clementine. Comencé a acudir a sus clases. Ella nos enseñó que existe un mundo más allá de lo sensible, que hay fuerzas ocultas a los sentidos, que el gozo no se terminaba con la muerte, ella nos mostró la inmortalidad… No quiero perder ese sentimiento, no puedo integrarme de nuevo en mi antigua vida.

- Joder, te podías haber metido a monja y no dar tanta guerra- lo pensé pero callé. Al fin y acabo aquella aventura espiritual no había terminado del todo mal e iba a sanear mi cuenta corriente. La habían utilizado para cometer crímenes, drogado, prostituido y aún así la chica quería más. El padre de Valeria iba a necesitar de un desprogramador, mejor que de sicólogo, pero eso ya no era cosa mía. Volvíamos a casa.

Cuando entregué a Valeria me sentí como si yo fuese su secuestrador: cabizbaja, llorosa, hundida, saludó a su familia sin efusividad alguna. Sé demasiado bien que los afectos deben circular en ambas direcciones para que funcionen. La chica quedó a merced de su madre y el servicio. Don Emilio me hizo pasar a su despacho para arreglar cuentas. Intenté darle los pormenores del caso pero declinó mi ofrecimiento; me dio la impresión de que ya tenía más información de la que yo podía proporcionarle. Sin explicitarlo, compró mi silencio pagándome el doble de lo convenido. Me sentí violento pero mis números no estaban como para rechazar su oferta y la última vez que me hice el héroe perdí la mujer, el trabajo y la credibilidad.

Cuando termino con un caso siempre experimento una sensación de vacío. Creo que es la certeza de que, en realidad, no he solucionado nada. Que pese a nuestros esfuerzos, el mundo seguirá girando igual de mal que siempre. Ya me conozco esa suerte de tristeza post coitum así que en cuanto la detecto intento dominarla: Me encaminé al restaurante de mi amigo Antonio a escanciar unas sidras y dar cuenta de una ración de cabrales. No conozco mejor remedeio para el desánimo.

A los pocos días el cartero trajo a mi despacho un curioso paquete. Me extrañó, dado que los últimos meces tan solo recibía cartas del banco. Un paquete franqueado desde Francia que contenía algo enroscado en espiral. Pensé en una serpiente, tanteé con mi revolver pero aquello no mostraba signos de vida. Al abrir el sobre, contenía un cinturón: el mismo con el que dejé amarrada a Angeline Shepard la última vez que la vi.