viernes, 24 de abril de 2009

INTOXICACIÓN

El viaje con las ventanillas del coche abiertas, espabiló a Valeria. Por el espejo retrovisor observaba su cara de desconcierto: la expresión era semejante a la que tendría si viajara en OVNI. No sé qué mierda se estaban metiendo en la granja pero veríamos a ver si aquello no dejaba secuelas.

Negociando con su cuerpo, que no estaba por ofrecer demasiada resistencia, la empujé hasta el piso de Mario, que al verme aparecer mostró cierta extrañeza.

- Ahora te explico. Acabo de escapar de una buena– le dije señalando a Valeria.

La pobre se encontraba completamente perdida, ni rastro de aquella muchacha en ebullición que conocí hace años en la Costa del Sol. Era mejor dejarla descansar porque al día siguiente le aguardaba una resaca de espanto. Salí al encuentro de mi amigo.

- ¿Tienes posibilidad de conseguir tranquilizantes, Mario? Los vamos a necesitar a paladas.

- No hay problema, conozco a la farmacéutica. Pero ¿tú no habías marchado a la ciudad?

- ¿Cómo?

- Me llamaste para decirme que tenías asuntos pendientes allí.

- Hijoputas. Me mangaron el móvil y te llamaron pensando que sospecharías de mi ausencia. Me han tenido secuestrado en la Granja.

- No jodas, tío.

- Espérate a mañana. Estaban organizando orgías para gente muy importante, todo ello regado por buenas dosis de peyote –Mario me miro incrédulo-. Mira cómo viene esta pobre chica. Dormiré en tu sofá, si no te importa. Estoy molido pero Valeria esta peor aún, necesita descansar en condiciones.

- Sin problemas. Puedes usarlo cuanto necesites.

Algo semejante a un rugido nos distrajo, provenía de la habitación donde se encontraba Valeria. Acudimos para comprobar que había vomitado. Se encontraba tiritando encharcada en sudor helado. La llevé al baño. La desnudé y le di una ducha para limpiar los restos de vómito. Mientras lo hacía, Mario me dijo que salía en busca de medicamentos, en aquella casa no había una mala aspirina.

Nos preparamos para pasar la noche cuidando de la niña del exorcista, a juzgar por su mirada de pánico, Valeria estaba sufriendo alucinaciones. Con cada lexatin conseguíamos calmarla un poco pero su sueño era inquieto, lleno de delirios y convulsiones. Esperaba poder recuperarla un poco antes de entregarla a su familia aunque, si lo habían trincado los civiles, igual don Emilio se encontraba ahora en calabozo. Probé a marcar su número.

- Pardo, estoy de regreso de un viaje y voy al volante ¿qué desea? –mintió.

- Tengo a Valeria.

- Gracias al cielo, Pardo. Estaba seguro que lo conseguiría. Cuándo podremos verla.

- Creo que en un par de días. Yo también estoy fuera. La he rescatado de una Granja de Mingorriana que ha sido pasto de las llamas ¿le suena el asunto? – percibí como Emilio Fonollosa tragaba saliva y se hizo un incómodo silencio.

- Escúcheme, Pardo. Sobre todo en este momento, le ruego especial discreción. Estamos tratando de darle al asunto el tratamiento adecuado y no querríamos que el nombre de Valeria saliese implicado.

- Por supuesto, don Emilio, ni su honorable apellido– no me pude reprimir-. Espero, pues, sus órdenes. Buenas noches.