martes, 30 de diciembre de 2008

AMNESIA

Aquella noche tuve mi propia epifanía. Resolví el caso o encontré la pista que me llevaría a hacerlo. La anotación "CASO CERRADO" en mi cuadernillo no dejaba lugar a dudas. Sin embargo, de nada sirve una buena iluminación cuando tu cerebro está fuera de foco.

Al amanecer del día siguiente, tirado en el suelo del despacho, no recordaba nada de la maldita Nochebuena. Durante los días siguientes, dediqué bastante tiempo intentando reconstruir mis pasos pero todo fue inútil. Indagué en los garitos habituales pero no me había dejado caer por allí. Tampoco había señales de actividad en mi teléfono móvil, ni movimientos en mi tarjeta del banco que me pusieran sobre la pista de mi pista. Ya es mala suerte, la que uno se busca.

Una jornada más, regresaba desnortado hacia mi apartamento cuando recibí una llamada:

- Capullo ¿hasta cuándo vas a esperar para resolver el misterio Valeria?

Era Mario Bravo. Me explicó que nos encontramos en la calle la noche del 24 y que estuvimos bebiendo hasta tarde. Que me contó que se acordaba a menudo de mí pues en su pueblo se cruzaba con una chavala sorprendentemente parecida a Valeria, pero que era absurdo pues la chica residía en una granja, en los alrededores del pueblo, donde se dedicaban a la agricultura e impartían terapias nuevaoleras. Aunque Mario pensaba que era el último lugar donde se refugiaría un personaje como Valeria Fonollosa, yo me mostré excitado y agradecido. Saqué mi cuaderno y apunté algo y que prometí visitarlo en los días siguientes.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

NOCHEBUENA

A traición, como una arcada de buena mañana, llegó la Navidad: la ciudad se transformó en un inmenso burdel, llena de farolillos rojos. Son malas fechas para un investigador privado: los clientes piden resultados y el personal se presta poco a colaborar. Habría que torear a Don Emilio con delicadeza.

La tarde de Nochebuena deambulaba por el centro observando como todo se compra y se vende durante estos días. Incluso yo llevaba una bolsa con provisiones: la botella de bourbon que me ayudaría a sobrellevar la estúpida programación navideña, pletórica de duendes y villancicos. Acudí al restaurante de Antonio, que como buen divorciado, alargaba la jornada antes de irse a casa. Comenzamos a beber un güisqui tras otro hasta eso de las nueve, cuando nuestra estampa a ambos lados de la barra resultaba más patética de lo que podíamos soportar. Me despedí de Antonio y marché a casa entre imbéciles con peluca y gorro de Papa Noel que llegaban tarde a sus cenas.

Me serví unos frutos secos por todo acompañamiento y me propuse descubrir lo que escondía el fondo de la botella. Sonó el móvil que descansaba dentro de mi abrigo. Por un momento, dude en levantarme a cogerlo: me encontraba muy feliz en mi sillón favorito, emborrachándome e intentando descifrar la gracia de los cómicos de la tele. Al final me venció la curiosidad que es la única deontología de un detective. Era mi Marta, mi hermana, desde Galicia.

- Hola Maaadta… – Yo tenía la lengua más blanda que el culo de un banquero.

- Joder, Pardo, ya estás borracho.

- He ehtado tomando algo con los compagggeros del trabajo.

- Vete a la mierda, hermano. Hace tiempo que trabajas por libre.

- Venga Maadta, no te enfadeh conmigo en Nocheuena. ¿Qué tal mis sobrinos? Pónmelos que les feligite las fiejtas.

- ¡Ni lo sueñes! Al menos hasta que te comportes como un verdadero tío. No quiero que tengan esa imagen de ti. Hermano, no puedes seguir machacándote de esa manera.

- Eso es fácil de decir, veeejdad Madta. Desde tu hogar pedjfecto, tu trabajo pedjfecto, tu vida peedfecta…

- Mira Pardo, vamos a dejarlo que ya me has jodido unas cuantas Nochebuenas. Te llamaba para que supieras aún que hay quién se acuerda de ti pero ya veo que lo único que te importa es tu autocompasión. Ya hablaremos. Hazme el favor de no seguir bebiendo y vete a la cama temprano: es lo mejor que puedes hacer. Buenas noches.

Colgó.

- Feliz Navidad, heddmanita.

Mi hermana era buena chica. De pequeña siempre terminaba los deberes a tiempo y así siguió el resto de su vida: en la facultad de agrónomos conoció al que sería su marido y no tuvieron inconveniente a la hora de mudarse a Orense cuando sacó las oposiciones. Allí ha criado a mis sobrinos y hace bastante que no nos visitamos. El que mantenga las formas me enternece pero no cambia un ápice mi percepción de que toda vida se puede ir al carajo por una decisión errónea. La mía fue no mirar hacia otro lado cuando investigaba la trama de Atocha. Pensé que me premiarían por descubrir la implicación de varios miembros de la inteligencia nacional y fue al contrario: tejieron una red a partir de falsos indicios y sobornaron testigos para desacreditarme. Me he preguntado mil veces si no les habría resultado más rápido lanzarme viaducto abajo sin paracaídas pero habrían levantado sospecha. Arruinando mi reputación se cargaron toda mi credibilidad y de paso, mi carrera. Y como en una siniestra carambola, aquella jugada arrasó mi matrimonio. Mi carácter se volvió difícilmente soportable y Carlota hizo las maletas. Aunque no siempre fue así, hubo buenas Nochebuenas solos o con nuestros amigos.

Terminé mi botella a mitad de Qué bello es vivir y seguía con Carlota rebotando de un lado a otro de mi cabeza. Joder, qué mierda. Por algún oscuro conjuro no me acordaba de las broncas, los reproches ni las jugarretas durante nuestro divorcio, solo de su olor, su risa, su piel… Agarré el móvil y marqué su número de teléfono.

- “El abonado tiene restringidas temporalmente las llamadas salientes. Le rogamos se ponga en contacto con la compañía para solucionar la incidencia de facturación.”– Aquella locución me hizo recobrar algo de cordura. Nunca me alegré tanto de un impago.

- A tomar por culo– me dije. Enganché el abrigo y me lancé a las calles.

miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL ATRACO

- Pardo, necesito que acuda a mi casa cuanto antes.- La voz de Don Emilio transmitía una mezcla de autoridad y preocupación.

Conduje rápido hasta la urbanización de lujo donde residía la familia Fonollosa. Don Emilio me estaba esperando, pasamos a un despacho donde encendió la televisión. Me explicó que el vídeo había sido grabado por las cámaras de seguridad de una relojería situada en la milla de oro, de la que Don Emilio era socio. En la pantalla aparecieron las clásicas imágenes del comercio en blanco y negro. De repente, irrumpen cuatro encapuchados, dos de ellos portando rifles, los otros revólveres. Atrancan la puerta y, a empujones, arrinconan a los clientes y empleados en una esquina. Uno de ellos levanta de la corbata al encargado y se lo lleva a la trastienda, mientras otros dos revientan los expositores y vacían las cajas. Al poco el encargado reaparece con el atracador portando una bolsa con lo que parece un buen botín. Puñetazo en el vientre del encargado y los ladrones salen a escape, mientras la plantilla acude a socorrer al pobre hombre. Total de la incursión: tres minutos treinta y cuatro segundos. Al pobre Don Emilio le estaban creciendo los enanos pero era buena señal que siguiera confiando en mí para resolver sus problemas.

- La cinta la trajo la policía hará unas dos horas.

- ¿Le han comentado si tienen ya algún sospechoso?

- Mi hija Valeria. Argumentan que el atraco no habría podido llevarse a cabo de no conocer muy bien el terreno. Y es cierto que Valeria conocía bien la tienda. Afirman que los ladrones incluso conocían a los empleados por su nombre.

- Demonios. ¿Y cuál es su opinión?

- Pardo, un padre conoce bien a sus hijos y sé que Valeria es exactamente esta – señaló con su dedo a uno de los enmascarados de la pantalla.- Por supuesto no le he contado nada a la policía, pero estoy seguro de que es ella. ¿En qué se ha metido esta chiquilla?

- En un feo asunto Don Emilio– dije por tirarme, el rollo aunque no tenía ni idea.- Ahora he marcharme. Hay que tomarle la delantera a la pasma.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

CHAKRAS

Natalia abandonó los Berrocales por el garaje privado yo decidí quedarme un rato terminando una copa. Sin pretenderlo, Natalia me había proporcionado un nuevo dato. Al hablarle del caso Valeria, me comentó que la tarde anterior había tomado café en casa de su amiga Encar, que conoció a la chica en una clase de yoga. Yo ya no sabía si marcharme a Villaconejos o subirme al Himalaya. Opté por la segunda opción: me sentía bastante ligero después de mi encuentro con Natalia.

Como no quería implicarla, opté por indagar por mi cuenta. En contacto con el contable de los Fonollosa encontró un único recibo de setenta euros de la Escuela Vishnudevananda. No parecía ni mucha pasta ni mucha pista pero decidí asomar por allí. Afortunadamente, la puerta permanecía abierta en gesto de buena voluntad y pude husmear un rato antes de ser sorprendido: mi aspecto no colaba como yogui. No encontré nada fuera de lo común: un piso de techos altos y suelos de madera, con tufo a incienso, plagado de mujeres tratando de aplacar la ansiedad que les provocaba su matrimonio.

- ¿Puedo ayudarle en algo?- A mi espalda una mujer de mediana edad, larguirucha y algo famélica me estiró la mano.- Soy Hannah, la directora del centro.

- Verá, en realidad sí me puede ayudar. Me llamo Pardo y soy investigador privado. Trato de resolver la desaparición de Valeria Fonollosa y creo que en alguna ocasión vino por aquí.

- Valeria, claro, cómo no acordarse. Lo cierto es que a nosotros también nos sorprendió que viniera a uno de nuestros Amaneceres.

- ¿Amaneceres?

Hannah me hizo pasar a su despacho y ofreció una taza de té verde. La habitación era como un incendio en miniatura, con pequeñas luminarias desprendiendo humo a cada poco.

- Los Amaneceres son el ritual que realizamos una vez al mes: Nos juntamos unas cuantas mujeres y salimos al campo para abrir nuestros chakras y agradecer a la Madre Tierra por el día naciente. Es muy confortante.

- ¿Y Valeria solo acudió en una ocasión?

- Sí. No es necesario ser una iniciada para acudir. Lo cierto es que su actitud respetuosa chocaba con la imagen frívola que teníamos de ella. Fue muy disciplinada en todos los ejercicios.

- Sin embargo, no regresó.

- Verás, hay para quién la experiencia es tan intensa que resulta desagradable.

- ¿Un tal Clemente no participó aquel día?- Hannah me miró escandalizada.

- ¡No! No permitimos asistencia masculina. Es un rito muy íntimo en el que como madres conectamos con la Madre Tierra.

- Curioso.– Apuré el té y al intentar levantarme del cojín donde estaba sentado, sonó un crujido procedente de una de mis extremidades- Joder, tengo los chakras hechos cisco.

viernes, 5 de diciembre de 2008

LOS BERROCALES

De vuelta a casa vi en las marquesinas de la Gran Vía la promoción de la película Llámame Cómo Quieras curiosa adaptación de Como Un Saco Roto, versión cinematográfica de la novela de mi amigo Mario. Espero que los royalties le compensen por el bochornoso cartel de comedia romántica con que se anunciaba su película.

Me dispuse a abrir una botella de Ribera de Duero y echarme a meditar sobre el tal Clemen, que acababa de entrar a formar parte de mi investigación. Un tipo que al parecer tenía un gran ascendente sobre Valeria y le obsequiaba melones. Sonó mi teléfono celular y no pude contener la sonrisa al ver iluminarse en la pantalla el nombre de “Natalia Masdeu”.

Natalia Masdeu era en realidad Natalia Gálvez. Un día de estos debería actualizar mi agenda. La conocí en Barcelona cuando aún estaba casada y utilizaba el apellido de su marido, el conocido joyero, para el que resolví un caso de distracción de piedras preciosas en uno de sus establecimientos. Durante dicha investigación conocí a Natalia una mujer astuta que había ascendido de contable a asistente personal de Carles Masdeu y de ahí a su cónyuge. Lo cierto es que el matrimonio hubiera funcionado de no ser por las preocupaciones de Natalia: “No quiero que cuando se me caiga el pecho me abandonen por una becaria. Me gusta la buena vida, Pardo, y no soporto depender de nadie.” No fue complicado descubrir que el señor Masdeu mantenía a una de sus amantes, residente del Eixample. Esto facilitó mucho los trámites, pero hasta que se resolvió el divorcio ni Natalia, ni yo queríamos destapar quién había servido como agente doble, así que acordamos el pago en especie: Estuve varios meses tirándome a la mujer del jefe. Al regresar a Madrid pensé que mi suerte había terminado pero, de cuando en cuando, Natalia se acordaba de los viejos amigos.

En los años sucesivos y con la ayuda de la enorme indemnización que le proporcionó su divorcio, Natalia se convirtió en empresaria: Montó una cadena de tiendas de ropa exclusiva a lo largo de la Costa Brava, donde vendía camisetas de diseño a los cachorros con mejor pedigrí de Pedralbes. El negocio no era sino una excusa para pasarse cuatro meses tomando el sol en la cala privada de su chalet de S´agaró. El resto del año lo pasaba viajando, de pasarela en pasarela, seleccionando su próxima colección.

Recibí la llamada:

- Buenas noches, guapa.

- Hola Pardo ¿qué haces mañana?

- Supongo que veré a una antigua amiga.

- Ok. Estaré por allí a mediodía.

Allí era el Hotel Los Berrocales; un negocio cuya clave era ser conocido solo por sus clientes. Desde luego, la agencia publicitaria había hecho un magnífico trabajo: arrumbado en un apeadero de la autopista de La Coruña, el hotel funcionaba como picadero de artistas, empresarios, probos padres de familia homosexuales y algún ministro.

Yo era uno de los pocos visitantes que entraba por la recepción, la mayoría accedía por el aparcamiento, donde el registro se realizaba por un interfono que impedía ver y ser visto. Y desde el parking individual se subía por una escalera a cada una de las habitaciones.

Golpeé en la puerta de la 104 y escuché como cedía el pestillo, crucé el umbral y me encontré con Natalia al otro lado. La situación era un tanto chocante dado que, en aquel momento, ninguno de los dos estábamos comprometidos pero el amor furtivo era nuestra costumbre, además Natalia no quería líos.

- Hola, preciosa, cuánto tiempo – dije mientras la estrechaba. Olía a ángel.

Ve con cuidado: es de las que pueden arruinarte la vida con solo pestañear, me dijo alguien al conocer mi romance con Natalia. Sin embargo, solo los imbéciles esperan que la familia real se quede a dormir cuando te concede una visita.

Natalia se despojó del albornoz y se introdujo en la bañera de hidromasaje. Sus pechos lucían mejor que la última vez que la vi hace unos meses, aunque Natalia no era como esas bobas que a la que pueden se aumentan diez tallas el sostén.

- Pide algo, Pardo.

Telefoneé al servicio para que nos sirviera una botella champán y un buen güisqui. Los pedidos llegaban a través de una celdilla, donde la luz de una bombilla avisaba al depositarlos el camarero. Me recordaba a las inclusas.

Acompañé a Natalia en la bañera, tratando de reducir el tiempo de exposición de mi desnudo; pasados los cuarenta, mi cuerpo semeja al de Harvey Keitel en Bad Lieutenant. Servimos las bebidas y comenzamos a restregarnos. Natalia posee dos grandes virtudes: una, disfruta haciendo felaciones. Sumergió su cabeza en mi entrepierna. La otra virtud es la cantidad de segundos que aguanta sin respirar bajo el agua.

martes, 2 de diciembre de 2008

MELONES

Siguiendo la sugerencia de Antonio, hice algunas llamadas para confirmar lo que ya intuía: Valeria era demasiado joven, guapa y lista como para entregarse en exclusiva a ningún amante. Sin embargo, la conversación con Cuca Gamoneda despertó mi curiosidad hacia un tal Rubén Alameda: Había liderado uno de esos grupos pop a punto de ser la gran sensación. Sin embargo, problemas de ego habían dado al traste con una carrera que lo tenía todo para triunfar: Cuatro imberbes, vistiendo perpetuas gafas de sol, vaqueros caídos y modales portuarios. El sueño de toda suegra, vaya. Al parecer el resto de la banda había desertado dejando a Rubén Alameda con su gesto de “sin mí no valéis una mierda”. El tiempo demostró que en aquella banda no había otro talento que el saber combinar ropa de mercadillo y el resto de los chicos al menos sabían sostener algún instrumento. Rubén se forjó una aureola de maldito, mientras se fundía en sicotrópicos los escasos royalties generados por su tema Strange Hearth, incluido en la promoción de una marca de pantalones vaqueros. Al parecer Valeria se veía con el rockero los meses antes de su desaparición y paraba por el estudio del rentista con cierta frecuencia.

La puerta estaba mal cerrada y al golpearla se abrió dejando escapar un tufo acido, como de fruta podrida. La estampa del piso de Rubén Alameda era desoladora. Un pobre chaval con pinta de abandonado, despatarrado sobre unos cojines escandinavos a modo de cutre-chill-out. Se encontraba a escasos días de realizar el clásico viaje de regreso a casa de sus padres, previo paso por alguna clínica de desintoxicación. El suelo era un revuelto de pelusas y envases de comida a domicilio. Como pude me hice un hueco entre los cojines en los que sufría la resaca la última estrella estrellada del panorama musical.

- No quiero entretenerte mucho. Ando tras los pasos de Valeria Fonollosa y alguien pronunció tu nombre.

- Tranquilo. No tengo gran cosa que hacer. Echa un trago – Me alcanzó una litrona caliente a medio consumir.

- Nunca bebo antes de caer la noche – Mentí.- Es mi secreto para mantenerme en forma. ¿Qué hay de Valeria?

- Me caía bien esa chica. No era una estirada como el resto de sus amigas. Tenía inquietudes ¿sabes?

- ¿Inquietudes? ¿Aparte de la ropa exclusiva y su bronceado?

- Sí, le interesaban el karma y esas cosas.

- ¿El karma? No tenía ni idea.

- Si estaba preocupada. Sobre todo después del atentado. Quería estar preparada por si la muerte la alcanzaba inesperadamente- Rubén regurgitó, su boca se inundó de bilis que volvió a tragar.

- ¿Preparada? ¿Y cómo se prepara uno para eso?

- Bueno, tío, no hablaba demasiado sobre eso. Peros cuando fumábamos maría empezaba a delirar sobre conexiones invisibles en el universo. Sobre el orden secreto del cosmos y mil paranoias más.

- Vaya y quién le enseñaba eso.

- Por lo que sé un tal Clemen.

- ¿Clemen? – Aquel nombre no figuraba en mi lista de celebritys.

- Siempre que recibía su llamada Valeria salía disparada; no importa lo fumados que estuviéramos. Y luego volvía cargada de melones.

- ¿Melones? ¿Quién coño era, el frutero?

- Ni puta idea, pero mira– Rubén Alameda señaló la barra que separaba la cocina americana. Me incorporé y contemplé el espectáculo de varias decenas de melones en diferente grado de descomposición. Me giré pero Rubén se había vuelto a derrumbar y estaba inconsciente. Le giré la cabeza con el pie para evitar que se ahogara con su vómito y me marché del apartamento.

lunes, 17 de noviembre de 2008

FRAY GUILLERMO

Acabé de comer y me arrimé a la barra a tomar un digestivo. El turno de comidas tocaba a su fin y en el asturiano los sindicalistas montaban su habitual timba de mus de todas las tardes. Era el momento en que Antonio cedía los trastos y aprovechaba para comer a su lado de la barra. Mientras, le daba palique:

- Pardo, qué te traes entre manos. El menú de hoy era de los que utilizas para remover la sesera.

- Se me acaba de caer un caso y necesito ideas de cómo volver a empezar. Esto es como cuando te divorcias de la parienta: te parece imposible que pueda aparecer otra.

- Sin embargo, antes o después aparecen. No desesperes. ¿Y qué investigas, pájaro?

- Hasta hace rato un secuestro. Ahora puede que se trate de una fuga. Sin embargo, no acierto con los motivos: la niña lo tenía todo.

- Eso huele a calentón de entrepierna.

- Es posible, pero cuando digo que lo tenía todo incluyo una vida sexual envidiable. Además, pude ver a la chica cuando pensaba que estaba secuestrada y me dejó una impresión extraña. No parecía en plena luna de miel.

- Chico, yo qué sé. Solo soy un camarero.

- Restaurador, Antonio. No te quites mérito, joder. En fin, voy a empezar a fisgar en su círculo cercano, a ver qué saco.

- Mira a ver si de paso pegas un braguetazo. Te iría bien.

Lo del braguetazo me dio que pensar: Quizás lo de Valeria no fuese una fuga en sentido estricto sino una seducción interesada. Parecía difícil que la precoz reina del papel couché se dejara engatusar por algún cubano pichabrava pues los había lidiado por docenas, pero al menos era una hipótesis.

Uno siempre acude a los clásicos, básicamente porque es lo único que me dio tiempo a leer antes de empezar con la mala vida. Recordé a Fray Guillermo de Ockham y su Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem o lo que es lo mismo: en la investigación nada de pajas mentales, decántese uno por lo más sencillo. Y qué tipo más sencillo que Antonio. Decidí probar suerte.

martes, 11 de noviembre de 2008

EL ASTURIANO

La mayor parte del tiempo un investigador es un tipo que no entiende ni jota. Ahora, no para de darle vueltas al caso hasta escuchar en su cabeza algo semejante a un “click”. Es el momento en que los datos encajan y casi diría que justifican una existencia; por lo menos una como la mía. Es una cuestión de tiempos: Si escuchas el “click” antes que tu cliente podrás ganarte las habichuelas con esto, de lo contrario búscate un podenco.

Don Emilio era un tipo más inteligente que yo, capaz de levantar un imperio sin otro respaldo que su talento y trabajo. Sin embargo, por su cabeza no llevaba días rondando la idea de que ciertas pistas no cuadraban con la versión oficial. Así, cuando fui testigo de la desaparición de las joyas, sin forzar la cámara, escuché el “click” que me dictaba que nuestro problema no era un secuestro. Una vez vencido el desconcierto inicial, don Emilio habría llegado a la misma conclusión pero, adelantándome, me postulé como el anfitrión de tal idea en su cabeza, que es como acostumbro ganarme la vida.

Como siempre que necesito un extra de materia gris, acudo en busca del amigo Antonio. Suelo imaginarme a Antonio como a uno de los forajidos del Grupo Salvaje, la película de Peckinpah Su mirada es directa y humilde a la vez, ese mirar propio de los que han sufrido unos cuantos revolcones de la vida y se mantienen alerta. Ni vencido, ni convencido. En su trato parece que estuviera constantemente distraído pero no se le escapa una. Su local es un restaurante asturiano que saldría en todas las guías de la ciudad, si su dueño admitiera sus méritos con los fogones. Por fortuna, para los que allí recalamos, Antonio es un tipo humilde.

Unas croquetas para hacer cama, solomillo al punto sobre plato caliente, un caldo aceptable y las ideas vienen solas. El nuevo supuesto aliviaría la tensión familiar pero tiraba por la borda todas mis horas de trabajo. Tenía que invertir la estrategia: Ya no buscaba a los enemigos de Valeria sino a sus amigos. Sobre todo a aquellos capaces de persuadirla para aquella esdtúpida escapada. ¿Quién querría huir del Palacete de los Fonollosa? ¿Quién querría dar portazo al paraíso?

miércoles, 29 de octubre de 2008

UNA SIESTA

Al día siguiente tocaba dar la cara. Lo de la chica no tenía buena pinta y casi hubiera rezado porque sus secuestradores no la hubieran liberado con un tiro en una zanja. En la mansión de los Fonollosa se respiraba el mismo ambiente que en la sala de espera de un quirófano: el mismo deseo de que todo salga bien y el mismo temor contenido de cuando la operación se dilata demasiado. Aquel ambiente era fatal para mi resaca y además, tocaba justificar mis honorarios más allá de hacer desaparecer una bolsa con tres millones de euros.

- Necesito inspeccionar de nuevo la habitación de Valeria – solicité misterioso.

La sirvienta me condujo al cuarto. Nadie iba a entretenerse en subir a vigilarme pero corrí el pestillo por seguridad y me eché en la piltra, a ver si una cabezada mejoraba mi jaqueca. Estuve allí tumbado unos prudenciales veinte minutos pero el dolor de cabeza no aflojaba. Cuando me disponía a marchar, me dio por husmear en la mesita de noche de la chica. Sobre ella reposaba lo que parecía su joyero. Lo abrí para echar un vistazo a las bagatelas de Valeria y lo encontré vacío. Bajé a preguntar a la familia.

- Tal vez me equivoque pero ¿este estuche no debería contener alguna clase de joya? – La expresión de Don Emilio adelantó su respuesta.

- Es el joyero de Valeria. En el guardaba aquellas piezas que acostumbraba ponerse. El resto están guardadas en la caja fuerte.

- ¿Podría mostrármelas?

Don Emilio me introdujo en un suntuoso despacho y tras desplazar un sillón, abrió una caja fuerte empotrada en la pared. Extrajo una serie de cajas que depositó en una mesita de estilo victoriano. Con cada caja que abría la expresión de Don Emilio se tornaba más severa: todas se hallaban vacías.

- Pardo, no sabe la fortuna que nos han robado.

- Me temo que no nos enfrentamos a un hurto, Don Emilio, ni a un secuestro, sino a una fuga.

jueves, 9 de octubre de 2008

DESPEDIDA

A las seis de la mañana, el aspecto de toda ciudad que se precie tiene más que ver con la Noche de los Muertos Vivientes que con cualquier otra clase de vida organizada. Torpes los cuerpos por el abuso de licores, avanzan bamboleándose de lado a lado de la acera, arrastrando los pies de puro cansancio y aturdimiento.

Invisibles para el ejército de zombis, Mario y yo continuábamos con nuestra conversación.

- Corrompe, Mario, corrompe. Pero para a mí ya se me ha pasado el arroz.

- No creas. La corrupción es reversible. Te aseguro que al aire libre estarías tan fresco en un par de semana. A mí me ocurrió. El día que hice las maletas mis tripas estaban a punto de reventar, mis pulmones encharcados de alquitrán y el blanco de mis ojos más amarillo que el orín de mendigo.

- Na, la vida pastueña no es lo mío. No me veo capitaneando un rebaño de ovejas. Echaré el resto en este lodazal y cuando reviente no habrá nadie para ocupar mi puesto; ni falta que hará.

- Mira que eres cafre, Pardo. No te niegues la posibilidad de una vida mejor.

- A mí no es que se me escapen los trenes, Mario, es que me he especializado en verlos pasar. Y no me des la murga, tío. Me alegro de tú hallas salido de esta mierda pero déjame morir a mi manera, jodido Walt Whitman.

- Ja, ja, ja…. Sigues siendo el puto borde de siempre. Tú mismo ¿En qué andas ahora?

- Pues mira, hoy mismo he entregado el rescate del secuestro de Valeria Follonosa ¿te suena?

- Como no recordar las mejores nalgas de la Jet.

- Esa misma. Sin embargo, ando inquieto. Deberían haberla liberado a estas horas y no he tenido noticias de su familia. Algo no encaja en este caso desde el principio. Hay ciertos detalles que me hacen saltar las alarmas.

Nuestros refrescos habían tocado a su fin y el frío se hacía notar. Nos levantamos para unirnos a la procesión de los muertos.

- Nos vemos Pardo. Si te apetece un poco de oxigeno ya sabes dónde encontrarme.

- Descuida, el oxígeno solo me produce mareos a estas alturas. Cuídate, y disfruta tu suerte.

- Lo hago, créeme que lo hago.

Nos dimos un golpe en el brazo como despedida y partimos hacía rumbos y vidas opuestos.

lunes, 6 de octubre de 2008

ESCRITOR

- La entrega se ha llevado a cabo sin grandes contratiempos.- Le mentí al padre de la chica.– La liberarán a lo largo del día pero le adelanto que no ha sufrido maltrato severo.

- Pero ¿y el paquete con el pezón?

- No se lo puedo garantizar pero su hija aparentaba tener todo en su sitio. Probablemente, sería el de alguna pobre chica, de esas que nadie echa de menos. Ya únicamente nos queda esperar. Avísenme en cuanto tengan noticias de Valeria.

Y esperé, y esperé pero el teléfono se resistía a sonar. Aquello comenzó a incomodarme. Decidí acudir a un pub cerca de mi apartamento. En aquel garito de iluminación tenue uno podía sentarse a beber sin ser molestado, el camarero era un tipo discreto que me rellenaba el vaso sin necesidad de mediar palabra. A los cuatro whisckeys de estar allí, una mano golpeó mi hombro y me revolví con la intención de defenderme. Me hallaba bastante alterado.

- Tranquilo, tigre, compartamos un trago antes de morderme.

Era Mario Bravo, el escritor. Durante años fue un plumilla mercenario que escribía para cualquier medio donde le permitiesen publicar. Compartimos bastantes correrías. Era buen conversador y sabía estar delante de una barra sin buscarse líos. Me dio un abrazo.

- No contaba con encontrar a nadie de la vieja guardia.

- La vieja guardia ha sido desmantelada entre las cirrosis y los tiros. Yo quedó de retén porque heredé el hígado de mi abuelo y mis enemigos tienen mala puntería.

- …Y si cruzas el puente te la das - susurró, citando a Rosendo.

- Oí decir que te marchaste al campo.

- Así es, he venido a una firma de ejemplares. Ahora que la película es un éxito resulta que se interesan por la novela que la inspiró. Con la de miserias que me hicieron sufrir los muy capullos hasta publicarla.

Como los verdaderos escritores, Mario no tenía oficio, ni beneficio. Lo cual le capacitaba para sacar beneficio de cualquier oficio. En los años en que compartíamos tragos había trabajado en toda clase de trabajos inhóspitos, mientras remataba una novela que parecía interminable. Finalmente, consiguió colocar su libro en las estanterías con escaso éxito, hasta que una torpe adaptación del texto se convirtió en éxito cinematográfico. Mario huyó al campo y nunca más se le vio por los antros de siempre. Me contó que incluso hacía sus pinitos como agricultor en su minifundio doméstico. El camarero comenzó a recoger la barra y Mario se hizo cargo de la cuenta:

- Déjame que te invite. Por los viejos y no tan buenos tiempos. Manolo, – le dijo al barman- pon un par de plásticos para el camino.

Aquello también era una vieja costumbre: terminar la noche departiendo sobre lo divino y lo humano sentados en algún banco, mientras sacudíamos el frio con la ayuda de un escocés de batalla. Le dije que tenía buen aspecto.

- Pardo, hay que huir de esta ciudad. No hace otra cosa que corrompernos hasta volvernos tan sucios como ella.

martes, 30 de septiembre de 2008

ENTREGA

Hubo poca actividad los días previos a la entrega. Las magulladuras, aún dolientes después de la última paliza, eran el mejor recordatorio de que lo mejor era estarse quieto, entregar la pasta, cobrar la minuta y seguir con mi vida.

Llegado el momento, las instrucciones eran claras: desplazarme hasta un pueblo cercano de la sierra, localizar un descampado en las afueras y llamar a un número de teléfono móvil que me habían proporcionado. Eran las doce de la mañana y me encontraba en posición: vacié media petaca de bourbon y realicé la llamada. No tardó en aparecer un vehículo de color negro en la lejanía, alguien descendió, parecía un hombre de largas melenas vestido con túnica. Se diría que el mismo Jesucristo venía a recoger la pasta. Sonó mi teléfono.

- Avance despacio con la bolsa hasta la mitad del terreno. Nada de titubeos.

Solicité ver a Valeria sana y salva.

- Descuide, ella misma recogerá la bolsa, nos la entregará y la liberaremos a lo largo del día, en algún punto de la provincia.

Caminaba despacio. Según acortaba distancias pude comprobar que no era la figura Jesucristo sino la propia Valeria Fonollosa la que había descendido del vehículo. Pobre niña pija, la habían vestido con harapos. Nos aproximamos. Su mirada estaba se perdía en algún punto del horizonte. Probablemente le habían administrado pastillas para dulcificarle el carácter.

- Tienen armas – me dijo. No esperaba menos.

- Tranquila, todo va a salir bien. Esta noche dormirás en tu casa.

De repente un murmullo rompió el silencio. Qué cojones era aquello. El sonido, como de sierra eléctrica, fue en ascenso y de uno de los montones de escombros surgió, en pleno brinco, un motorista. Valeria se asustó, yo estaba desconcertado. Se escuchó un disparo, el motorista cayó al suelo. Valeria tiró de la bolsa y salió corriendo en el momento que una ráfaga de disparos levantaba la tierra junto a mis zapatos. Copón. Me tiré al suelo y saqué mi arma pero el único objetivo a mi alcance era Valeria que corría despavorida hacia sus captores. Subió al coche y arrancaron. Esperé largo rato tumbado en el suelo. Cuando me puse en pie mi traje estaba hecho una pena. Afortunadamente, aún me quedaba media petaca de bourbon para templar el ánimo. Estaba deseando dar por zanjado aquel caso.

Me acerqué al motorista: estaba frito como una ración de calamares. No era un pasma. La hipótesis más plausible era que el pobre chico decidió practicar motociclismo en el lugar menos oportuno y los secuestradores se habían puesto nerviosos. Siempre tendemos a dotar la muerte de algún sentido que nos ayude a encajarla, pero la familia de aquel chaval lo iba a tener difícil: su cadáver no eran sino daños colaterales del secuestro de Valeria Fonollosa.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

ABDEL

Cuando digo que mi ex es una bruja no pretendo ser peyorativo sino científico. Sus capacidad para encontrar el momento perfecto para joderme y rejoderme es infinita. Así, no me extrañó que, apenas colgar el teléfono, volviera a sonar y al otro lado su voz me reclamara el pago de las costas del divorcio que le debía desde hace meses. Ya solo me faltaba que viniera a seguirme el puto cobrador del frac. Había que buscar financiación, más que nada porque no se puede investigar un caso sin incurrir en ciertos gastos, digamos, de representación, como el de la noche anterior.

Me aseé la sobaquera, cogí mi mejor sombrero y me dirigí a ver a Abdel, mi prestamista de cabecera. Un usurero en toda regla que, no obstante, me cobraba intereses inferiores a los de cualquier banco. ¿Por qué un tipo que tiene en su casa una bolsa de deportes forrada de billetes acude a pedir dinero es algo que ni yo puedo resolver?

Abdel posee un comercio en la segunda planta de un edificio centenario de la calle Mayor. El deterioro de la fachada, el crujido de las escaleras, la ausencia de bombillas, aún mejor la omnipresencia de bombillas fundidas, transmiten cierta sensación de posguerra, que es el momento en el que se establecieron allí sus moradores. Por contra, en las diferentes viviendas y despachos que lo integran existe una actividad económica febril: talleres de joyería, casas de empeño, prestamistas… todos al socaire de las fuerzas del orden en tanto no traspasen ciertos límites. Fiscales y policías claro que conocían de su existencia pero se diría que les consideran pacientes terminales de la más cruel de las enfermedades: el paso del tiempo.

Abdel atendía detrás de un mostrador, blindado por un cristal antibalas; algo sospechoso para un comerciante de tecnología barata: despertadores, transistores y demás cacharros que importa desde china. No es hasta que te abre la puerta de su trastienda que sabes de su verdadero negocio. Con modales de marica reprimido me prepara un té, charlamos un rato sobre lo mal que va el negocio y después me entrega la cantidad acordada. No hay preguntas incómodas, indagaciones, ni contratos. Solo la palabra de dos hombres. Efectivamente, un espécimen en vías de extinción; igual que yo.

lunes, 22 de septiembre de 2008

CABALGADA

Subimos escaleras arriba. Conocedora de sus virtudes, Irina tomó la delantera mostrándome una fenomenal perspectiva de sus nalgas. Nos adentramos en una destartalada habitación con ducha al fondo, una cama y una silla por todo mobiliario. Olía a ambientador pero, por fortuna, mi pituitaria fue invadida por los estrógenos de Irina en cuanto se arrimó a mí y comenzó a masajearme la bragueta. Mi pene no tardó en asomarse a saludar e Irina se acuclilló para practicarme una felación. Cuando me arrastró al catre, yo no era sino un pelele en sus manos. Su piel era suave y fría como por una pista de hielo y cuando fui consciente ya estaba dentro de ella con condón y todo. Era una profesional, supe que me encontraba en buenas manos y me dejé hacer. Aquello era mejor que el tiovivo. El mundo giraba alrededor nuestro y giraba y giraba y giraba…

Desperté, magullado y con los pantalones por los tobillos, en un callejón cuyo hedor a orín comenzaba a contagiarme. Un gato dio un rodeo para esquivarme y no me extrañó. Me levanté y subí la bragueta en un intento de recuperar algo de dignidad. Como siempre que recupero el conocimiento, inspeccione mi cartera y me sorprendió encontrar todo en orden. No tenía idea de dónde me hallaba pero me asaltó una imagen borrosa del estibador irrumpiendo en la habitación, justo en el momento en que Irina cabalgaba sujetándome los brazos. El resto era fácil de deducir: Al gorila no le gustaban los fisgones en su local y me había despachado con viento fresco. Era hora de volver a casa.

A la mañana siguiente me despertó una llamada del banco que, con el lenguaje alambicado de siempre, me informaba de un descubierto en mi cuenta corriente. Qué hijos de puta: Me habían cobrado por darme una paliza.

lunes, 15 de septiembre de 2008

KATRINA´S

Cuando por fin el retrete dejó de marcar mi agenda, salí a airearme. Quería indagar sobre las sucursales de la mafia rusa en la ciudad pero sin descubrir que fui parte del encarcelamiento de Sergei Goloubintseff, pues sería fatal para mi motricidad. Descartando acudir a la cafetería del Hotel Nevski donde se cerraban la mayor parte de los acuerdos, había dos opciones que se resumían en una. El Katrina´s: whiskería por una entrada, timba por la otra, todo ello a una manzana de una comisaria, cuyos funcionarios eran buenos clientes del establecimiento. Contra el refrán nunca se me dieron bien ni las mujeres, ni el juego, así que tanto daba por qué puerta entrara, nada bueno me sucedería. Tampoco pretendía llamar la atención, así que pedí un whiscky doble y me acodé en la barra. No tardó en acudir una preciosa veinteañera, o eso afirmaba aunque probablemente fuera menor de dieciséis, a la que expresé mis nulos propósitos de subir. Se llamaba Irina y se acurrucó a mi lado, decidida a socavar mi voluntad. Al final le pagué una de esas rituales botellas de falso champán con que acostumbran a vaciar los bolsillos de los incautos. La luz tenue y los sillones acolchados escondían tanto romanticismo como el de la máquina de tabaco. No obstante, me dejé llevar y al poco estaba haciéndome pasar por funcionario con la intención de que la muchacha entendiera que era un pasma. Me interesaba descubrir lo que ocultaba, dado que sería ingenuo esperar cualquier información en positivo. No saqué gran cosa. Deduje que, tras la prisión de Goloubintseff, su hombre de confianza en la ciudad había pasado a un discreto segundo plano y alguno de los varones emergentes se habría hecho cargo de los negocios. No importaba si se apellidaba Antonov, Petrov o Kalashnikov… ninguno iba a tomarse la molestia de vengar a su antecesor en el cargo, porque cualquiera de ellos habría pagado por enchironarlo. Un camarero con pinta de estibador no paraba de mirar en nuestra dirección y su manera de limpiar los vasos delató su desacuerdo con el interrogatorio. Obviamente, tenía fichados a todos los pasma de la zona y yo no aparecía en su registro. Al otro lado del burdel un chaval andaba armando lío, iba bastante pasado y pretendía que las chicas le hiciesen un favor por su cara bonita. Con una agilidad inesperada, el estibador saltó la barra, lo levantó por el cuello y cuando quisimos darnos cuenta el chaval había desaparecido del local. Yo también desaparecí, con Irina escaleras arriba: era el modo más eficaz de no levantar más sospechas.

jueves, 11 de septiembre de 2008

ESCATOLOGÍA

Aún quedaban tres días para la fecha que habían fijado los secuestradores. Fui a comer al restaurante de mi amigo Chen. Después de devorar media docena de empanadillas, unos tallarines fritos y un plato de cerdo agridulce, Chen se sentó en mi mesa portando una botella de licor de flores. Hace unos meses, mi declaración fue clave durante el proceso que enchironó a un grupo de policías que se dedicaban a extorsionarle, desde entonces Chen demostraba su agradecimiento cada vez que paraba por allí. No tardamos en verle el fondo a la botella y me marché de allí más cargado que una meada mañanera de Maruja Torres.

Me dirigí a mi casa a echar la siesta. Tumbado en el sofá, miraba la bolsa con los tres millones y esta me devolvía la mirada. ¿Qué me impedía coger el dinero y desaparecer? La única respuesta razonable era la curiosidad. Aquel caso presentaba demasiados cabos que no conseguía atar: la maleta desaparecida, el pezón sin agujerear, el cambio de carácter de la secuestrada… Un retortijón me sacó de mis ensoñaciones. Aquella puta comida china. Dicen que a los orientales les cae mal el alcohol por carencia de una enzima pues, a buen seguro, a los occidentales nos falta la enzima necesaria para digerir sus rebozados. Pasé el resto de la tarde sin poder alejarme del wáter. Así no había manera de resolver el caso.

jueves, 4 de septiembre de 2008

EL PEZÓN SANGUINOLENTO

Me dirigí, lo más veloz posible, a la mansión de los Fonollosa. Don Emilio me recibió con gesto adusto y me hizo pasar a su despacho. Sobre la mesa, una bolsa de deporte que uno no necesitaba visión de rayos x para saber qué contenía: los tres millones de euros del primer pago del secuestro. Observando lo poco que abultaban, pensé que la conversión al euro no había sido sino una excusa para facilitar toda clase de movimientos de capital ilícitos. Don Emilio no estaba dispuesto a sacrificar ni una pieza más de la anatomía de su hija en tan peligroso pulso contra la mafia rusa. Las instrucciones que había recibido eran muy concretas: una hora, un lugar y nada de titubeos, solo en ese caso sus secuestradores entregarían a Valeria. Por supuesto, quería encomendarme la misión. Le pedí inspeccionar el pezón y sacó de su escritorio una caja de alpaca donde, entre algodones, reposaba un sanguinolento pezón femenino, semejante a un plato de pulpo a feira. Llamó mi atención que no hubiera perforación alguna, cuando en una reciente portada de la revista Internews publicaron un "pillado" de Valeria Fonollosa con un famoso pichadiscos en una cala de Ibiza y lucía piercings en ambos pezones. Había demasiadas pistas que no encajaban pero oculté la observación a su padre; en cualquier caso había una chica a la que habían practicado una carnicería para hacerse con la pasta del secuestro. Acepté la bolsa y anoté las instrucciones de la entrega. Advertí a Don Emilio que cualquier injerencia de la policía daría al traste con la operación; en este punto estábamos de acuerdo con los secuestradores.

Mientras regresaba a casa, ojeando la bolsa a cada rato como si temiera que se esfumara supe lo que debió sentir un día el Dioni. Por mi cabeza pasó una jubilación dorada, fulanas de vértigo, litros de daiquiri, conciertos en exclusiva de los Stones y tal vez, enviarle una foto de cada una de las playas del Caribe a la puta de mi ex mujer.

martes, 2 de septiembre de 2008

EL DHARMA

No esperaba que Don Emilio aceptara mi propuesta de inmediato, aunque confiaba en que me encargara la investigación. Su carácter bragado era impermeable a la presión; no en vano su reputación empresarial se cimentaba en la numantina resistencia a la opa de una corporación india sobre sus acerías, que no solo consiguió evitar sino de la que salió fortalecido. Me dijo que debía meditarlo así que me retiré para dejarle espacio.

Dado que no tenía gran cosa que rascar, inicié mis averiguaciones. Aquella noche acudí al Dharma, lo más en garitos de moda de la ciudad. Un lugar donde las putas se hacen llamar señoritas y los hijos de las clases privilegiadas se aflojan la corbata dispuestos a despilfarrar unos euros mientras esperan la sucesión al trono de sus progenitores. Hace unos meses había colaborado en desmontar una red tráfico de drogas que funcionaba a espaldas de los dueños del club y que les estaba estropeando el negocio; así que las puertas del Dharma se me abrían de par en par, cuando lo normal es que me hubieran echado a patadas con solo asomarme por allí. Un camarero me dijo que durante las últimas visitas de Valeria Fonollosa había hecho gala de un comportamiento anómalo. Nada de escándalos en el reservado, ni bailes encima de las mesas, ni siquiera el consumo desmesurado de Martini que la caracterizaba. Me señaló el lugar donde estaba sentada una de sus amigas íntimas, Cuca Gamoneda. Me acerqué discreto, el rostro de Cuca expresaba un disgusto de niño porque el pony que le acaban de regalar no es lo suficiente caro. Me presente bajo la promesa de no entretener demasiado sus labores de cazadora, que es a lo que estaba sentada allí sola. Cuca Gamoneda me confirmó la versión del camarero: tras su repentina interrupción de las vacaciones, por culpa del atentado, Valeria había regresado cambiada. Estaba sosa y mohína, costaba mucho sacarla de casa y cuando lo lograban, en seguida aducía cansancio para retirarse. Además, empezó a manifestar inquietudes espirituales, algo curioso en alguien cuya máxima relación con la metafísica habían sido sus clases pilates. Dediqué el resto de la noche a dar cuenta de una decena de whisckys, a cuenta de la casa, mientras me divertía haciendo quinielas sobre los ritos de apareamiento de la jet. Finalmente, Cuca Gamoneda marchó del brazo del heredero de una importante naviera; chica lista.

A la mañana siguiente, me despertó el teléfono. Don Emilio me reclamaba de inmediato. Había recibido un paquete que contenía un pezón de mujer envuelto entre algodones.

lunes, 1 de septiembre de 2008

TIPOLOGÍA DE UN SECUESTRO

Existen dos tipos de secuestro, le expliqué a Don Emilio, los puramente recaudatorios y aquellos que, además, persiguen fines propagandísticos. El caso de los secuestros de ETA u otras bandas terroristas suelen perseguir ambas finalidades: proveerse de fondos para su causa, a la par que gozar de presencia en los medios de comunicación. Sin embargo, aunque es pronto para afirmarlo, no parece el caso. Nadie se ha presentado en nombre de organización alguna y parecen bastante interesados en resolver el asunto con la máxima brevedad, lo cual es lógico dado el riesgo que supone retener a una persona contra su voluntad. Es una decisión estrictamente familiar pero mi consejo es que, siendo usted una persona con posibles, y si, como ambos sospechamos, son los rusos quienes están detrás del asunto, debería concertar el pago lo antes posible, si no desea recibir a su hija en el buzón por fascículos. Por mi parte, le ofrezco actuar de mediador y siempre que sea posible, sin perjuicio de la salud de su hija, intentar seguir la pista de los secuestradores.

jueves, 28 de agosto de 2008

UN HUECO

A las pocas semanas, Don Emilio me telefoneó personalmente. Como el que comenta una pequeña incidencia en la cuenta de resultados, me explicó que su hija había salido la noche anterior para asistir a un cocktail, numerosos testigos dieron fe de su presencia. Se retiró hacia las tres de la mañana, bastante temprano para alguien acostumbrado a ver amanecer bebiendo sorbos de champán. Por la mañana, todos supusieron que estaba durmiendo. Hasta el mediodía en que la sirvienta llamó a su puerta para ofrecerle un refresco y preguntarle si comería algo. No había nadie en su habitación y trataron de localizarla en su móvil que resulto apagado o fuera de cobertura. Y las amigas interrogadas declararon que marchó sola de la fiesta. Todo era raro en su proceder y Don Emilio sospechaba que algún tipo de chantaje o secuestro planeaba sobre sus cabezas.

Acudí a la mansión de los Fonollosa para interrogar a la familia. Don Emilio mantenía a raya los nervios de su esposa a base de chupitos de licor y me uní al festejo. Don Emilio no era ningún tonto y su hija era discretamente seguida por un guardaespaldas que también estaba convocado y confirmó la versión oficial: se fue a descansar alrededor de las tres y media cuando Valeria entraba en la mansión. La única posibilidad de secuestro pasaba por una invasión en el recinto de la finca, evitando tanto los perros como las alarmas. Pedí inspeccionar la habitación de la chica. Fui conducido a una estancia tres veces mayor que mi apartamento, con varios ambientes, todos decorados en un intento de detener el tiempo; querubines, peluches, encajes y cursiladas diversas trataban, en vano, de ocultar la evidencia de que la niña había franqueado la pubertad por la puerta grande.

En el otro extremo de la habitación existía una puerta que conducía a un vestidor de unos diez metros cuadrados. Al pie del espejo, al fondo, se veía una montaña de diseños exclusivos, rechazados por no ser suficientemente buenos para Valeria Fonollosa. La cantidad de prendas que se apretaban por centímetro en los estantes darían para reponer una planta entera de unos grandes almacenes. De ahí que me sorprendiera un espacio vacío de medio metro en uno de los altillos. Interrogué a la sirvienta y me contestó que era el hueco que ocupaba la maleta de la niña. Bajé y le dije a Don Emilio que no se preocupara por extorsión alguna: Nadie prepara las maletas antes de su secuestro.

Sonó el teléfono: Alguien al otro lado exigía cinco millones de euros a cambio de la liberación de Valeria. Empezamos bien.

COSAS QUE JODEN

Apuré medio vaso de anticongelante y me serví otro medio. Hay cosas que joden y otras que rejoden. Esperar en una cola me jode, el sonido de las chanclas me jode, las fiestas hasta el amanecer de mis vecinos rumanos me joden, pero repetir el trabajo me rejode. Estoy seguro de que cuando escribí en mi cuaderno CASO CERRADO es porque di con la clave del misterio y ahora me va a tocar hallarla de nuevo. Y esta resaca no está por ayudarme. Hasta donde recuerdo… no recuerdo más que salí a tomar unas copas dispuesto a hacer algunas preguntas. Una excusa como otra para no quedarme encerrado en el despacho compadeciéndome.

Valeria Fonollosa era la hija del importante empresario Emilio Fonollosa, los negocios de papá habían brindado a la joven gacela una existencia feliz y algodonosa; más aún si se tiene en cuenta que la chica se las había arreglado para convertir un físico escuálido, de perfil judío, en el de una de las mujeres más deseadas en cualquier ranking de belleza. Con la cartera llena y sus ingles brasileñas podía meterse en el catre a quien se le antojara. Malcriada, hizo bandera de sus modales caprichosos ante unos medios de comunicación que, literalmente, babeaban ante su arrogancia. Fiestas y saraos eran su hábitat desde muy niña. Una privilegiada en toda regla.

Desgraciadamente, un buen día su padre se aburrió del acero y decidió diversificar su negocio. Invirtió en ladrillos y le fue aún mejor con lo que, crecido, se dedicó también a los combustibles. Con enorme éxito hasta que unas desavenencias con los rusos le pusieron en el punto de mira de la mafia, que aprovechó un veraneo de la familia en la Costa del Sol para volar su vehículo. Bastante magullados, salvaron la vida de milagro y ahí entré yo a participar en el juego de los Fonollosa. Me hicieron llamar, enviándome un billete de avión y un cheque como adelanto por descubrir a los artífices del atentado. No sé quién les habló de mi reputación pero no iba a ser yo el que les llevara la contraria. El día que me personé en la mansión Emilio Fonollosa aún empujaba la silla de ruedas de su esposa y su secretario parecía la momia; sin embargo Valeria no presentaba ni un rasguño y se acurrucaba en un sillón bebiendo batidos de fruta, mientras ojeaba las revistas. Nunca olvidaré los shorts deportivos que vestía aquella mañana.

No me costó mucho descubrir quién estaba detrás del atentado pero le recomendé a Don Emilio Fonollosa que no emprendiera una vendetta contra tipos tan peligrosos. Me respondió: “Pardo, su trabajo ha concluido pero creo que le haré caso”. Días después y aprovechando que gracias a la minuta permanecí un tiempo de vacaciones en la Costa del Sol, leí en un diario local sobre la detención de uno de los capos de la mafia rusa, acusado de ordenar el intento de asesinato de los Fonollosa. No tengo ni idea de qué hilos se movieron durante aquellos días y prefiero no saberlo. Como en El nombre de la rosa, el conocimiento puede resultar mortal.

miércoles, 27 de agosto de 2008

PARDO YA NO TIENE EDAD

Desperté tirado en mitad del despacho que hace las veces de dormitorio demasiado a menudo. La sequedad de la boca me llegaba al esófago y se celebraba una tamborrada en cada hemisferio de mi cerebro. Instintivamente, comprobé si llevaba puestos los zapatos y busqué mi cartera: la encontré más vacía que el corazón de mi ex mujer. Había sido una larga noche de indagaciones por los antros de mi ciudad que jamás recogerá la Guía del Viajero. Andaba tras la pista de la hija de Fonollosa; sí, el importante industrial que acapara las portadas tanto de Actualidad Económica como del Diez Minutos. Me incorporé y me serví una generosa ración de anticongelante, embotellado al modo de bourbon, para aclarar mis ideas o terminar de enmarañarlas. En mi cabeza aparecieron imágenes borrosas de la noche anterior que no era capaz de fijar. Acudí a mi libreta en busca de respuestas, una colección de notas que según avanzan se vuelven menos legibles y una última: CASO CERRADO. Siempre escribo la misma frase cuando doy con la pista que me conducirá al cincuenta por ciento restante de mis honorarios. Sin embargo, no lograba entender mis notas finales y busqué en mi cabeza la última puta pieza del puzle con escasos resultados: no recordaba apenas nada de la noche anterior. Joder, Pardo, pensé, ya no tienes edad para estas cosas.