martes, 11 de noviembre de 2008

EL ASTURIANO

La mayor parte del tiempo un investigador es un tipo que no entiende ni jota. Ahora, no para de darle vueltas al caso hasta escuchar en su cabeza algo semejante a un “click”. Es el momento en que los datos encajan y casi diría que justifican una existencia; por lo menos una como la mía. Es una cuestión de tiempos: Si escuchas el “click” antes que tu cliente podrás ganarte las habichuelas con esto, de lo contrario búscate un podenco.

Don Emilio era un tipo más inteligente que yo, capaz de levantar un imperio sin otro respaldo que su talento y trabajo. Sin embargo, por su cabeza no llevaba días rondando la idea de que ciertas pistas no cuadraban con la versión oficial. Así, cuando fui testigo de la desaparición de las joyas, sin forzar la cámara, escuché el “click” que me dictaba que nuestro problema no era un secuestro. Una vez vencido el desconcierto inicial, don Emilio habría llegado a la misma conclusión pero, adelantándome, me postulé como el anfitrión de tal idea en su cabeza, que es como acostumbro ganarme la vida.

Como siempre que necesito un extra de materia gris, acudo en busca del amigo Antonio. Suelo imaginarme a Antonio como a uno de los forajidos del Grupo Salvaje, la película de Peckinpah Su mirada es directa y humilde a la vez, ese mirar propio de los que han sufrido unos cuantos revolcones de la vida y se mantienen alerta. Ni vencido, ni convencido. En su trato parece que estuviera constantemente distraído pero no se le escapa una. Su local es un restaurante asturiano que saldría en todas las guías de la ciudad, si su dueño admitiera sus méritos con los fogones. Por fortuna, para los que allí recalamos, Antonio es un tipo humilde.

Unas croquetas para hacer cama, solomillo al punto sobre plato caliente, un caldo aceptable y las ideas vienen solas. El nuevo supuesto aliviaría la tensión familiar pero tiraba por la borda todas mis horas de trabajo. Tenía que invertir la estrategia: Ya no buscaba a los enemigos de Valeria sino a sus amigos. Sobre todo a aquellos capaces de persuadirla para aquella esdtúpida escapada. ¿Quién querría huir del Palacete de los Fonollosa? ¿Quién querría dar portazo al paraíso?