lunes, 27 de abril de 2009

TRAGEDIA LA GRANJA

“Un aparatoso incendio arrasó, en la noche de ayer, las instalaciones de una granja ecologista situada en el término municipal de Mingorriana. Según fuentes del Seprona, las causas del mismo podría ser la mala combustión de un calefactor. Los habitantes de la granja se encontraban concentrados en una sesión de ejercicios espirituales y no percibieron el fuego hasta que resultó incontrolable. Efectivos del cuerpo de bomberos trabajaron durante toda la noche para impedir que las llamas se extendieran por el monte a poblaciones cercanas. Aunque no se han registrado víctimas mortales, hay más de una decena de personas ingresadas en el hospital de la comarca por intoxicación, fruto de la inhalación de monóxido de carbono.”

Eso era todo. Ni drogas, ni orgias, ni Angeline Shepard, ni referencia a ningún capitoste… Tan solo una columna en página par de un diario regional. Don Emilio y sus socios habían conseguido imponer su versión oficial; no me resultó extraño.

Pasamos unos días cuidando de Valeria. A base de tranquilizantes, descanso y buenos alimentos logramos atajar sus delirios. Le recomendé que se pusiera en manos de un especialista cuando la devolviera a su familia.

- No quiero volver.

- Ese no es mi problema. Yo tengo que entregarte.

- No soporto lo que me aguarda.- Me tocaba sesión de sicoanálisis. Me armé de paciencia para escuchar lo que ya intuía.- ¿Recuerdas cuándo mi padre te contrato la primera vez, después del atentado que sufrimos en la Costa del Sol?

- Sí.

- Yo viajaba en el asiento trasero. El coche dio dos vueltas de costado debido a la onda expansiva. No llevaba el cinturón de seguridad y mientras volteaba supe que iba a morir. Cuando el vehículo se detuvo y nos sacaron por la ventanilla seguía conociendo que mi muerte llegaría. Hasta entonces, me limitaba a disfrutar de los mimos que me dispensaban familiares y amigos, pensando que durarían para siempre.- A pesar de su aspecto zarrapastroso, seguía expresándose con la afectación de las niñas consentidas.- A partir del atentado fui consciente de que mi vida podía terminar en cualquier instante. Entonces todo comenzó a parecerme vacuo y banal: la noche, las fiestas, mis romances… me aburría y me invadían una terrible tristeza al contemplarlos a todos: a mis amigos con sus perpetuas competiciones, a mi padre y su nulo interés por todo aquello que no diera rendimientos, mi madre con su vida al vacío... Fue justo entonces, durante un seminario sobre superación de la melancolía, cuando conocí a Clementine. Comencé a acudir a sus clases. Ella nos enseñó que existe un mundo más allá de lo sensible, que hay fuerzas ocultas a los sentidos, que el gozo no se terminaba con la muerte, ella nos mostró la inmortalidad… No quiero perder ese sentimiento, no puedo integrarme de nuevo en mi antigua vida.

- Joder, te podías haber metido a monja y no dar tanta guerra- lo pensé pero callé. Al fin y acabo aquella aventura espiritual no había terminado del todo mal e iba a sanear mi cuenta corriente. La habían utilizado para cometer crímenes, drogado, prostituido y aún así la chica quería más. El padre de Valeria iba a necesitar de un desprogramador, mejor que de sicólogo, pero eso ya no era cosa mía. Volvíamos a casa.

Cuando entregué a Valeria me sentí como si yo fuese su secuestrador: cabizbaja, llorosa, hundida, saludó a su familia sin efusividad alguna. Sé demasiado bien que los afectos deben circular en ambas direcciones para que funcionen. La chica quedó a merced de su madre y el servicio. Don Emilio me hizo pasar a su despacho para arreglar cuentas. Intenté darle los pormenores del caso pero declinó mi ofrecimiento; me dio la impresión de que ya tenía más información de la que yo podía proporcionarle. Sin explicitarlo, compró mi silencio pagándome el doble de lo convenido. Me sentí violento pero mis números no estaban como para rechazar su oferta y la última vez que me hice el héroe perdí la mujer, el trabajo y la credibilidad.

Cuando termino con un caso siempre experimento una sensación de vacío. Creo que es la certeza de que, en realidad, no he solucionado nada. Que pese a nuestros esfuerzos, el mundo seguirá girando igual de mal que siempre. Ya me conozco esa suerte de tristeza post coitum así que en cuanto la detecto intento dominarla: Me encaminé al restaurante de mi amigo Antonio a escanciar unas sidras y dar cuenta de una ración de cabrales. No conozco mejor remedeio para el desánimo.

A los pocos días el cartero trajo a mi despacho un curioso paquete. Me extrañó, dado que los últimos meces tan solo recibía cartas del banco. Un paquete franqueado desde Francia que contenía algo enroscado en espiral. Pensé en una serpiente, tanteé con mi revolver pero aquello no mostraba signos de vida. Al abrir el sobre, contenía un cinturón: el mismo con el que dejé amarrada a Angeline Shepard la última vez que la vi.

viernes, 24 de abril de 2009

INTOXICACIÓN

El viaje con las ventanillas del coche abiertas, espabiló a Valeria. Por el espejo retrovisor observaba su cara de desconcierto: la expresión era semejante a la que tendría si viajara en OVNI. No sé qué mierda se estaban metiendo en la granja pero veríamos a ver si aquello no dejaba secuelas.

Negociando con su cuerpo, que no estaba por ofrecer demasiada resistencia, la empujé hasta el piso de Mario, que al verme aparecer mostró cierta extrañeza.

- Ahora te explico. Acabo de escapar de una buena– le dije señalando a Valeria.

La pobre se encontraba completamente perdida, ni rastro de aquella muchacha en ebullición que conocí hace años en la Costa del Sol. Era mejor dejarla descansar porque al día siguiente le aguardaba una resaca de espanto. Salí al encuentro de mi amigo.

- ¿Tienes posibilidad de conseguir tranquilizantes, Mario? Los vamos a necesitar a paladas.

- No hay problema, conozco a la farmacéutica. Pero ¿tú no habías marchado a la ciudad?

- ¿Cómo?

- Me llamaste para decirme que tenías asuntos pendientes allí.

- Hijoputas. Me mangaron el móvil y te llamaron pensando que sospecharías de mi ausencia. Me han tenido secuestrado en la Granja.

- No jodas, tío.

- Espérate a mañana. Estaban organizando orgías para gente muy importante, todo ello regado por buenas dosis de peyote –Mario me miro incrédulo-. Mira cómo viene esta pobre chica. Dormiré en tu sofá, si no te importa. Estoy molido pero Valeria esta peor aún, necesita descansar en condiciones.

- Sin problemas. Puedes usarlo cuanto necesites.

Algo semejante a un rugido nos distrajo, provenía de la habitación donde se encontraba Valeria. Acudimos para comprobar que había vomitado. Se encontraba tiritando encharcada en sudor helado. La llevé al baño. La desnudé y le di una ducha para limpiar los restos de vómito. Mientras lo hacía, Mario me dijo que salía en busca de medicamentos, en aquella casa no había una mala aspirina.

Nos preparamos para pasar la noche cuidando de la niña del exorcista, a juzgar por su mirada de pánico, Valeria estaba sufriendo alucinaciones. Con cada lexatin conseguíamos calmarla un poco pero su sueño era inquieto, lleno de delirios y convulsiones. Esperaba poder recuperarla un poco antes de entregarla a su familia aunque, si lo habían trincado los civiles, igual don Emilio se encontraba ahora en calabozo. Probé a marcar su número.

- Pardo, estoy de regreso de un viaje y voy al volante ¿qué desea? –mintió.

- Tengo a Valeria.

- Gracias al cielo, Pardo. Estaba seguro que lo conseguiría. Cuándo podremos verla.

- Creo que en un par de días. Yo también estoy fuera. La he rescatado de una Granja de Mingorriana que ha sido pasto de las llamas ¿le suena el asunto? – percibí como Emilio Fonollosa tragaba saliva y se hizo un incómodo silencio.

- Escúcheme, Pardo. Sobre todo en este momento, le ruego especial discreción. Estamos tratando de darle al asunto el tratamiento adecuado y no querríamos que el nombre de Valeria saliese implicado.

- Por supuesto, don Emilio, ni su honorable apellido– no me pude reprimir-. Espero, pues, sus órdenes. Buenas noches.

miércoles, 15 de abril de 2009

LLAMAS

Arrastraba por el bosque el cuerpo de una Valeria semiconsciente. De tanto en tanto, nos adelantaba alguno de los adeptos que escapaban, entre el shock y el colocón. Yo me lo tomaba con calma, aquellos pobres eran inofensivos con el susto que llevaban. Al fondo, las llamas iluminaban la noche mientras devoraban la Granja y sus alrededores.

Por momentos, tenía que detenerme a recuperar el resuello; definitivamente iba a tener que recuperar la forma. En una de las necesarias paradas para respirar, algo me derribo por detrás dando un buen costalazo en el suelo. Lo siguiente fue un madero que avanzaba hacía mi rostro y que apenas logré esquivar. El madero se estrelló contra la tierra del camino levantando una polvareda de cazabombarderos derribado. Al otro extremo, la puta Angeline Shepard con los ojos a juego con su cabello rojo, que se negaba a dejarme marchar. Alzó de nuevo su arma para intentar otro golpe. A juzgar por la expresión de su rostro debía pesar un quintal. Con un torpe juego de piernas, de nuevo pensé en ponerme en forma, conseguí derribarla. Me senté a horcajadas sobre su cuerpo inmovilizándola con mis noventa kilos de peso; mira, a veces va bien no estar tan en forma. La Shephard chillaba como un maldito gorrino. Le asesté una buena bofetada, me desabroché el cinturón y le ate las manos. Comencé a escuchar sirenas, los guardias forestales habían detectado el fuego y venían a toda prisa. Valeria estaba hecha un fardo y Angeline una víbora, era imposible escapar de allí con las dos así que amarré a la Shepard al tronco de un árbol y cargué de nuevo con la chavala.

Por fin alcancé mi coche, eché a Valeria en el asiento trasero y me dirigí hacía Mingorriana. De camino me crucé con varios camiones de bomberos y un coche de la Guardia Civil. Como suele decirse, la había liado parda.

lunes, 6 de abril de 2009

CANUTO

Poco podía hacer, atado como estaba por muñecas y tobillos. Todos mis intentos de acceder al ventanuco terminaban con mis huesos en el suelo. Me prometí que si salía de aquella volvería a ponerme en forma. Se abrió la puerta. Era Angeline Shepard, vestida con la túnica naranja con la que oficiaba en las orgías. De su zurrón extrajo un canuto.

- Me han dicho que deseabas fumar algo –dijo mientras prendía el porro antes de ofrecérmelo.- Esto te relajará.

- Muy piadoso por tu parte – Me miró ofendida, como si ese último detalle de generosidad redimiera sus intenciones de darme matarile.

- No nos pongas las cosas más difíciles, Pardo.

- Realmente me parece muy osado mezclar a Emilio Fonollosa con su hija en una bacanal.

- No somos tan inconsciente. Las actividades de nuestra comunidad son populares en los círculos que frecuenta el señor Fonollosa y resultaría desconsiderado negarnos sus generosos donativos. Pero Valeria hoy descansa; solo tú sabes de su presencia en nuestra casa.

- El que juega con fuego termina chamuscado.

- ¡Desagradecido!-contestó airada, mientras cerraba de un portazo.

Me quedé solo en la habitación, pegando suaves caladas al porro. No tardarían en venir a por mí pues escuchaba el parlamento de la Shepard a través de los muros de madera. Se dirigía a Don Emilio:

- …esta noche cerrarás un pacto con nosotros. Derramarás sangre la sangre de un elegido como sagrado sacrificio a la Madre Tierra y ella te concederá los dones del placer y la dicha…

Di una penúltima calada al porro. Lancé la colilla sobre el montón de paja y arpillera que hacía las veces de camastro y comencé a soplar intentando avivar el fuego. Una vez lo conseguí me puse de espaldas, intentando quemar las correas sin lesionarme las muñecas. No lo conseguí pero aguanté lo suficiente para consumir la cuerda. Hecho esto, no fue difícil desatarme los tobillos. La pira comenzó a humear de lo lindo, convirtiendo la celda en una cámara de gas. Comencé a asfixiarme y me derrumbé en el suelo en el momento en que escuché como descorrían el cerrojo de la puerta. El incendio produjo en el guardia un momento de confusión que aproveché para derribarlo y golpearle hasta que perdió el conocimiento.

Del barracón asomaba el sonido de la orgía y la voz de Angeline alentando a sus discípulos. No tardarían en descubrir mi fuga pero no iba a marcharme de allí sin Valeria. Entré en el edificio que hacía de dormitorio, abriendo una habitación tras otra. Por fin encontré a Valeria descansando en una litera. Intenté despertarla, abrió los ojos pero no miraba: se encontraba como en trance. Decidí cargarla sobre mi espalda.

Al volver al exterior la situación había cambiado. El fuego se estaba extendiendo a todas las naves de la Granja. El barracón donde celebraba la orgía comenzaba a arder por el tejado. Alguien dio la alarma pero estaban todos tan colocados que no acertaban qué hacer. Corrían de un lado a otro como pollos decapitados. Angeline Shepard gritaba “¡Hay que apagar el fuego!¡Qué alguien acerque la manguera!”. El techo comenzó a derrumbarse, maderos en llamas caían sobre la tribu y un formidable tapón humano colapsaba la salida. Los barbudos y las chicas que escapaban con cuentagotas se perdían en el bosque entre gritos histéricos. Me acordé de Don Emilio pero era demasiado arriesgado esperar allí más tiempo; tendría que apañarse el solo. Me marché en dirección al coche cargando con Valeria sobre mis hombros.

lunes, 30 de marzo de 2009

LA ÚLTIMA CENA

No acertaba averiguar las razones por las que prolongaban mi cautiverio, aunque era evidente que el final se aproximaba pues me habían doblado la ración de puré sicotrópico: me querían dócil y sedado en el momento de eliminarme. Por fortuna, logré adiestrar mi estomago como una adolescente anoréxica para devolver cada ingesta en cuanto me quedaba solo.

Con el aumento de mis vómitos hube de depurar la técnica para escamotearlos. En el cubículo donde me mantenían secuestrado me obligaban a hacer mis necesidades en un cubo que después algún lacayo vaciaba en la fosa séptica. El único modo de camuflar mis vómitos era mezclándolo con una porción de heces y orín, de modo que se formara una papilla inidentificable. Solo entonces avisaba al encargado de vaciar el balde. Así me convertí en una suerte de recién nacido, únicamente preocupado de vomitar, cagar y orinar.

Una noche me trajeron una cena especial. Al contemplar el menú a base de humus, braseado de setas y pastel de verduras lo tuve claro.

- ¿No crees que una última cena se merece acompañarse de un último pitillo?- pregunté al esbirro que esquivó mi mirada.

- Lo comentaré a la señora –respondió mientras cerraba la puerta.

Cené y en seguida percibí los primeros signos de confusión. Me introduje los dedos por el gaznate y tras un par de arcadas, vomité el menú completo. Si ellos no se arriesgaban a un último error, yo tampoco.

Había anochecido. Me asome por el ventanuco en busca de movimientos de mi ejecución. Todo en el campamento estaba en aparente calma. Los discípulos se preparaban, como tantas otras noches, para otro presumible ritual orgiástico. A lo lejos, observé una procesión de linternas que avanzaba por la senda que baja a la Granja. En los soportales de uno de los barracones aguardaba Angeline Shepard escoltada por dos de sus secuaces. Según se acercaban, Angeline saludaba afectuosa a cada miembro de la comitiva: a Fernando Espinosa y Martos Tejero ya los había visto en acción antes de que me secuestraran; sin embargo, con ellos venía un nuevo integrante, presto a unirse a la bacanal. Cuando se acercó a presentarse a la anfitriona el candil iluminó el rostro de ¡la puta! Emilio Fonollosa.

jueves, 26 de marzo de 2009

INTERLUDIO

Mario se encontraba enfrascado en lecturas sobre melanocitos cuando sonó el teléfono. Era Pardo.

- ¿Qué pasa, tío? Llevas tres días sin aparecer por aquí. Estaba a punto de avisar a la policía.

- Tranquilo– La voz sonaba extraña por culpa de la cobertura.- He tenido que venir a la ciudad para seguir una pista. No te preocupes por mis cosas regresaré pronto a por ellas.

- Vale, vale, tú a lo tuyo. Vuelve cuando quieras.

- Hablamos.

- Ciao.

Y Mario siguió leyendo tranquilamente.

martes, 24 de marzo de 2009

CAUTIVERIO

Aún ahora, no podría cuantificar correctamente los días posteriores a mi captura recurriendo a mi memoria. Debido a las sustancias que me administraban, me encontraba en un estado vaporoso, carecía de preocupaciones a pesar de encontrarme maniatado y por momentos, amordazado. Mi existencia se disolvía como una bruma y apenas tomaba consciencia de mi ser cuando alguno de los esbirros de la Shepard venía a darme una suerte de papilla adulterada con sicotrópicos que me ponía a flotar de nuevo. Experimentaba una anormal empatía por los habitantes de la Granja. Me sometieron a interrogatorios a los que me entregué sin oponer la menor resistencia. Canté que, al contrario de lo que suponían, no era policía y que trabajaba para el padre de Valeria. Para mantenerme aún más desconcertado y premiar mi comportamiento sumiso, Angeline Shepard, colaba en mi habitáculo a alguna de sus concubinas. Teníamos sexo pausado con la extraña sensación de no ser protagonista del encuentro, como un sujeto pasivo que disfrutara del acto desde varios metros por encima del catre. Todo ello con el fin de impedir que mi ego recuperara los mandos de mi cabeza.

Poco a poco desarrollé cierta tolerancia a aquella droga. Habían pasado varios días y comencé a recuperar sensaciones. Lo primero fueron unas terribles ganas de fumar, después tomé conciencia del peligro que corría y desapareció mi simpatía hacía los integrantes de la secta. Aunque no había informado a nadie de mis indagaciones, me extrañaba que mi amigo Mario no se alarmara por mi ausencia; más tarde entendería por qué.

Cada vez que me alimentaban, me provocaba arcadas con objeto de eliminar la mayor cantidad de droga. Fingía aspecto de colgado igual que los días anteriores, intentando no levantar sospechas y recuperar mis neuronas para urdir un plan. No acertaba a entender porque me mantenían con vida cuando era evidente que mi fuga desbarataría toda su organización. Desde mi cubículo descubrí que los yogures y las hortalizas eran el menor de los negocios de aquella granja. Observé a un individuo de aspecto extranjero que venía con frecuencia a retirar su pedido. El principal activo de la granja era la exportación de hongos a todas luces alucinógenos.

viernes, 20 de marzo de 2009

VIGILANCIA

Cuando uno piensa que hasta lo que le salió bien salió mal, aprende a disfrutar de las raras ocasiones en que uno se siente feliz en sus zapatos. El asunto Valeria iba por buen camino: había conseguido encontrar a la chica y el hallazgo me había revelado una trama de sexo y drogas que implicaba a figuras relevantes de la alta sociedad. Quizás el destino me reservaba un último golpe de gracia después de tantos sinsabores. Aunque la vida también me había enseñado a desdeñar los golpes de suerte.

Quería liberar a Valeria antes de dar el soplo a la pasma a través de Óscar, mi último amigo en el cuerpo de policía. Para ello establecí un puesto de observación del campamento. El buen tiempo hacía que la tarea de vigilancia fuese de lo más agradable. Oculto por la maleza me recostaba en una ladera del monte, con dos paquetes de Coronas y unas cuantas cervezas siendo mi única preocupación que el reflejo del sol no delatara mis prismáticos. Así me fui familiarizando con la rutina de la Granja a la espera de encontrar un hueco por donde sacar a Valeria. Madrugaban bastante y tras practicar todos juntos una serie de suaves ejercicios gimnásticos entraban a desayunar una suerte de gachas y abundante fruta. Tras lo cual, adecentaban el barracón que hacía de dormitorio y se repartían las tareas (alimentar y ordeñar el ganado, desbrozar los caminos, cultivar el huerto, limpiar la piscina, atender la tienda, bajar a comerciar al pueblo…). A mediodía realizaban el ritual del baño y saludo al sol que ya contemplé en mi primer acercamiento, después parecía gozar de tiempo libre hasta la hora del almuerzo. Recogida la mesa se volvían a dividir en grupos y se dedicaban a la oración, al yoga o talleres diversos. Aquello era una mezcla entre campamento y monasterio, salvo por las frecuentes orgías que organizaban a la noche; si bien en varios días no vi aparecer ninguna celebridad. Me devanaba los sesos sobre cómo secuestrar a Valeria. Lo más sensato sería esperar un día en que le tocara llevar productos al pueblo pero la espera empezaba a impacientarme.

Apuraba la quinta birra cuando unas manos vigorosas me apretaron el gaznate, la presión me hizo atragantarme y expulsé cerveza por la nariz. Dos barbudos trataban de sujetarme y uno de ellos me introdujo alguna sustancia en la boca, tapándome las vías respiratorias hasta que perdí el sentido.

Desperté en un suelo de madera, atado con sogas, mi vista tardó en enfocar. Enfrente, Angeline Shepard ya no me parecía aquella bruja famélica sino una belleza deslumbrante. Su pelo rojo refulgía, su blusa trasparentaba unos pechos airosos que apuntaban al cielo, su mirada era tan tierna y a la vez tan excitante que me produjo una erección. Me habían drogado a base de bien.

jueves, 12 de marzo de 2009

PERSEGUIDO

Debí haberle arreado con más fuerza pero en el último momento aflojé el golpe y ahora me encontraba huyendo por el bosque de un mastín gigantesco. El golpe había aturdido al chucho dándome unos metros de distancia que el animal no tardaría en recortar. A oscuras, escuchaba sus pisadas cada vez más cerca y veía la luna reflejada en sus ojos, semejando un par de luciérnagas con mandíbulas de caimán. Me dio alcance y lanzó tal dentellada que hube de ahogar mi grito, cabrón. Mientras me sujetaba la pantorrilla con sus mandíbulas, lancé una patada hacía su sombra alcanzando su mullido estómago, el perro aflojó su presa y proseguí mi renqueante huída. El animal no tardó en recuperarse, mientras yo corría a tientas arrasando toda vegetación a mi paso. Tropecé con algo, tirado en el suelo sentía como el perro se aproximaba; a tomar por culo la discreción. Saqué la linterna y la alineé con mi arma, la cabeza del mastín no tardó en entrar en foco, despacio, como saboreando una victoria. La pedrada le había provocado una brecha y la sangre le chorreaba por el morro tiñendo sus colmillos de rojo. Apunté a su cabeza cuando el animal emitió un gruñido, sufrió un espasmo y cayó derrumbado, algo había reventado por dentro.

Volví a apagar la linterna y busqué una pendiente accesible para alcanzar el camino forestal. Me costó un huevo llegar al coche: cojeaba y disipado el miedo, el mordisco había empezado a dolerme como una res marcada a fuego. Mañana me tocaría ir a ponerme la anti rábica pero por lo pronto conduje hasta una taberna para serenarme.

Después de media docena de chupitos, la cosa pintaba mejor. Ya no me escocía la pierna y pensaba con mayor claridad. No pensaba acudir a la pasma: a la familia Fonollosa no le agradaría ver a su niña implicada en semejante escándalo. Pero había que arrebatarla de manos de Angie Shepard. No quedaba otro remedio que, esta vez sí, secuestrar a Valeria Fonollosa.

viernes, 6 de marzo de 2009

OJIPLÁTICO

Fui a por mi vehículo. ¿Qué pintaba aquel furgón de lujo en dirección a la Sierra a aquella hora? No tenía sentido que fueran vulgares excursionistas cuando apenas quedaban unos minutos de luz. Ascendí por la carretera con precaución y abandoné el coche en un apeadero, a un kilómetro de donde terminaba. La oscuridad iba en aumento, lo cual favorecía mi invisibilidad. En el pequeño aparcamiento donde arrancan las sendas forestales encontré el Hummer: el conductor fumaba despreocupado y lo sorteé sin dificultad. Desde el camino se divisaban los pabellones de la Granja, por las ventanas asomaba el titubeo luminoso propio de una combustión. Me deslicé por un terraplén intentado no abrirme la crisma y con sigilo me acerqué al pabellón. Tenía una idea de lo que podría encontrarme, aún así me quedé ojiplático.

Bajo la luz de las antorchas, se celebraba una extraña orgía. Sonaba una suave música tecno, saturada de sitares y bucles sicodélicos, los discípulos, esparcidos por una alfombra, se entregaban al sexo desapasionado, parecían babosas copulando. Angeline paseaba entre los diferentes grupos, no siempre parejas, portando un bolso de cuero del que extraía lo que me parecieron unos hongos que iba administrando a sus súbditos. “Ofreceos a Gaia, nuestra Madre Tierra” repetía entre los alucinados. Varios miembros de la secta vestían máscaras de arpillera lo cual, unido a la languidez general, los hacían parecer lúbricos espantapájaros. Todos follaban con la mirada perdida marca de la casa, salvo cuatro o cinco que lo hacían como bestias en celo. Mi asombro fue mayúsculo cuando logré reconocerlos: Fernando Espinosa, genio de las finanzas; Martos Tejero, la mano derecha del edil de urbanismo; Estefanía Molero, viuda heredera de un importante legado artístico, y al otro no conseguí ponerle nombre pero estaba seguro de su relevancia en la prensa salmón y casi de que la chica enmascarada con la que yacía era la misma Valeria Fonollosa. Parecían sentirse muy excitados entre aquella manada de zombies barbudos y ninfas famélicas pastoreados por una bruja new wave repartiendo consignas y sicotrópicos. De no mediar el caso Valeria, tiro de cámara de fotos y armo la mundial.

Sentí una suerte de vapor caliente que me acariciaba la mejilla. Al girarme, di de bruces con un enorme mastín. Su mirada era de abierta hostilidad, y emitía un gruñido ascendente que no tardaría en convertirse en ladrido y delatarme. No quedó otra que arrearle al chucho con un pedrusco y salir de allí por pies.

viernes, 27 de febrero de 2009

DOSSIER

Dediqué buen tiempo a leer los pormenores del dossier sobre Angeline Sheperd. Desde muy joven tuvo interés por los estados alterados de conciencia. Tras convertirse en maestra de yoga, fue introduciéndose en todas aquellas disciplinas que prometían conectarla con otras realidades, de ahí su continuado viaje a las fuentes del esoterismo. Con el tiempo, descubriría una herramienta para expandir su mente mucho más poderosa que los ejercicios físicos o la respiración en cuatro tiempos: las drogas. Comenzó a experimentar y quedó fascinada por el enorme potencial de los sicotrópicos. Sin embargo, necesitaba alguien que le sufragara sus excursiones mentales y decidió abrir una escuela orientalista en Ixelles. Lo que se inició como una academia, devino en autentica secta: Abrió una residencia permanente donde los que ingresaban eran aislados de su entorno, se les sometía a trepanaciones con objeto de favorecer el riego del cerebro y se les infligían pequeñas mutilaciones para que explorasen a través del dolor áreas ocultas de su sique. Aunque aquellas prácticas pusieron la fundación en el punto de mira de la policía, poco se pudo hacer en tanto que contaban con el beneplácito de los adeptos. Hubo que esperar a que, tras varios ejercicios discretos, la cuenta de resultados se disparase: no era posible generar aquellas cifras de ingresos a partir de seminarios de meditación tántrica. La investigación destapó un laboratorio clandestino en el que se sintetizaban estupefacientes de todo tipo y se desmontó una red de distribución que proporcionaba pingües beneficios. Se sospechaba que Angeline controlaba a sus adeptos a través de un cóctel de ácido lisérgico mezclado con otras drogas y que ejercía de madame en orgías en las que podrían participar magnates y políticos de Bruselas. No parecía mala hipótesis a tenor del comportamiento de estos, entorpeciendo la investigación y silenciándola en los medios. Incluso se acusó a un director de periódico de complicidad en la inmediata fuga de Angie. Nadie contaba con la proverbial actuación de un mediocre detective de bajos fondos. Por fin, aquel asunto me ofrecía la oportunidad de lucirme; una oportunidad que llevaban demasiado tiempo hurtándome. Me invadió cierto pánico.

Sonó la señal de mensajes de texto en mi móvil: “Necsito l piso un par de horas. S ha prsentado Aurora. Mario”. Había de ser cuidadoso con mis siguientes pasos, así que renuncié a hacer tiempo en la taberna por aquello de mantener la cabeza despejada. Caminé hasta el parque del pueblo y me detuve en su mirador. Mingorriana está levantado apurando al máximo la orografía serrana, por lo que ofrece unas espléndidas vistas del valle en su atardecer. A un lado quedaba la carretera que sube hacía la sierra y que se corta a los dos kilómetros, justo donde arranca el camino forestal que conduce a la Granja. Vi pasar un furgón Hummer que ascendía en esta misma dirección.

lunes, 23 de febrero de 2009

PASAPORTE

Según regresaba, conduciendo, me sentía un imbécil integral. Haberme dejado asustar por aquel rebaño… pero ciertamente Clementine me parecía peligrosa y uno le debe ya demasiadas vidas a su instinto. Además, era imprudente seguir en la Granja y arriesgarme a un encuentro con Valeria, aunque tan ida como estaba la última vez sería difícil que me reconociera.

Proseguí mis indagaciones en el Ayuntamiento. El propietario de la granja resultó ser un cordial labriego, invalido tras un accidente. La Seguridad Social le había concedido una pensión y en su Granja se encontraba demasiado aislado y decidió alquilarla para venirse al pueblo. Según me explicó, Clementine pagaba puntualmente la cantidad acordada y nunca le había creado problemas, aunque a decir verdad él tampoco se los había dado a ella pues nunca subía por allí. Le pedí ver el contrato y me dijo que nunca habían firmado uno, la única documentación que poseía era una copia del pasaporte. Clementine McGuire, americana, había dado unos cuantos tumbos por el mundo, aunque parecía que Bruselas se destacaba como campamento base de sus variados periplos por Europa, India o las Antípodas. Me despedí del labriego, prometiéndole un chato de vino la próxima vez que nos encontrásemos en la tasca.

Llamé al único amigo que aún me quedaba en el Cuerpo y le pedí que moviera el nombre por los ficheros, a ver qué suerte teníamos. Mientras esperaba y como no me apetecía interrumpir a Mario que estaría absorto en sus estudios sobre hemoglobina, me largué a la taberna más cutre que encontré: de las de suelos de serrín y el poster de la selección española en las paredes, la selección de 1982, claro. Pedí un vermú y luego otro y luego otro, esperando algo de charla. Me sentía como la tipa esa de los gorilas, tratando de ganarme la confianza de los paisanos. Era cuestión de echarle tiempo.

Por fin, uno se avino a hablar conmigo y me contó que el turismo les estaba haciendo mucho bien y trayendo buenos duros al pueblo. Y luego están todos esa gente rara que van a la Granja de la montaña. Toda esa cantidad de tipos que se iban allí a vivir como ganado le llamaban mucho la atención: Bajan al pueblo a vender yogures que luego se llevan los turistas porque nosotros ya lo fabricamos en casa. Y luego, la jefa que tiene una mirada que asustaba. Coincidía al ciento por ciento con el amigo.

A media tarde sonó el teléfono. Como Clementine McGuire no teníamos nada. Pero, podría ser casualidad que alguno de los movimientos del pasaporte coincidían con una tal Angeline Sheperd, sobre todo en cuanto a sus estancias en Bruselas. Y ahora viene lo bueno, actualmente se halla en paradero desconocido, tras ser verse implicada en una trama muy turbia de prostitución y tráfico de estupefacientes. Le pedí a mi amigo que me enviara de inmediato un dossier a mi correo electrónico y allí la tenía… una joven Angeline Sheperd, me miraba desde la pantalla del cibercafé con la misma lumbre en los ojos que aquella misma mañana en la Granja.

lunes, 16 de febrero de 2009

PELIRROJA

Terminada la sesión de solárium, la formación se disolvió, acudieron a un barracón que servía de vestuario y de allí salieron hacia diferentes frentes, cada uno con su tarea: el huerto, los establos, limpieza, la venta… Se movían ordenada y pausadamente, como una colonia de abejas funcionando al ralentí.

Decidí saltar al ruedo. Retrocediendo unos cien metros desde mi posición se abría el sendero que descendía al campamento. Era un camino incómodo plagado de guijarros que cedían con mis pisadas, como intentando salvaguardar alguna clase de secreto. En el último tramo, por culpa de un resbalón, casi doy de bruces con uno de los tipos, barbudo y desaliñado, que desbrozaba la entrada de la Granja. La mirada era la misma que lucía Valeria el día de su fallida liberación: pupilas, como platos, perdidas en el horizonte. El tipo sonrió mecánicamente. Aquello era como aparecer en mitad de La Invasión de los Ladrones de Cuerpos. Avancé entre los miembros de la comunidad que desempeñaban su labor, ajenos a cuanto les rodeaba.

Accedí al a un almacén de madera abierto al público. Me detuve a estudiar el tablón de anuncios que ofrecía información sobre talleres de artesanía, cursos de meditación vedanta y ponencias sobre sanación y homeopatía. Un poco más adelante un pequeño mostrador desvencijado tras el que se exponían toda clase de cultivos y productos naturales. Atendía una chica de apenas veinte años: mismos andrajos, misma mirada. De la trastienda apareció la mujer huesuda y pelirroja; de momento era la única que no exhibía mirada ausente sino que clavó en mí sus pupilas de fuego. Cada vez daba peor rollo andar por allí.

Fingí ser un comprador. Pedí lo primero que encontré a la vista: pimientos, tomates y un tarro de yogur que producían con métodos naturales. Mi médico estaría orgulloso, de existir.

- ¿Me aconsejas un producto más? – pregunté por distraer las miradas de la pelirroja que se hallaba tensa como un perro de presa.

- Nuestros melones tienen buena fama.

- Bien, llevaré uno mediano.

- ¿Clementine? –preguntó la chica que despachaba - ¿A cuánto está el kilo de melón?

Joder, era Clementine y no Clemente a quién andaba buscando; así habían errado mis indagaciones. Por fin, en una sola mañana, conseguía atar varios de los cabos que me habían atormentado las últimas semanas. Decidí salir de allí cuanto antes. Mejor no tentar la suerte porque se apoderó de mí una extraña sensación: De repente, no me pareció disparatada la idea de que la tipa ordenara mi despiece a su legión de zombies. Tan precipitado salí en mi huida que choqué contra uno de aquellos mastuerzos que empujaba una carretilla, derramando todo su contenido. Volví a sentir como se me clavaba la mirada de Clementine mientras subía la pendiente que me alejaba de la Granja.

martes, 10 de febrero de 2009

LA GRANJA

La noche acabó como dios manda: dos tipos tambaleantes marcándose el rumbo a casa a empujones en el costado.

Las resacas con pan son menos y en el campo apenas una molestia. El sol calentaba lo suficiente para que salir de la cama no fuese un calvario y el reloj de campana que habitualmente golpea mi cabeza era hoy un Casio de pulsera.

Mario ya se estaba levantado, trabajando en su escritorio.

- Pensé que ibas a pasarte todo el día sobando. A este paso Valeria muere de vieja antes que la localices. – Sufrí un deja vu: ¿había regresado a casa de mis padres?

Mientras se hacía el café, cotilleaba en el escritorio de mi amigo, plagado de libros de medicina.

- ¿En qué andas, tío?

- Estoy documentándome para mi próxima novela.

- ¿Y de qué trata, de un hospital?

- De vampiros.

Me resultó curioso pero me abstuve de hacer más preguntas. Como muchos, Mario tiene sus supersticiones respecto a sus proyectos. No es que crea mucho en ellas pero gusta respetarlas.

Me disfracé de excursionista: chirucas, pantalón de pana y, si no fuese por el forro polar, parecería un progre trasnochado. Los prismáticos, dos paquetes de Coronas y una petaca por todo equipamiento.

Arranqué el coche y serpenteé hasta el apeadero donde terminaba la carretera. “Sigue a pie por el camino forestal y a unos quinientos metros, a la derecha, queda la Granja Violácea” me indicó Mario. Fue fácil dar con ello: un cartel de madera en forma de flecha indicaba el camino que descendía hacía la Granja. No se ocultaban de nadie.

Decidí husmear. El camino forestal quedaba como a unos 50 metros por encima del valle dónde se ubicaba la granja. Estaba compuesta por tres edificios, uno de ellos un establo por el que asomaban gallinas y otros animales.

No hacía frío pero sí fresco. Por eso me sorprendió encontrarme en la trasera del último edificio a una treintena de personas en pelotas. Pegué un lingotazo a la petaca y me senté en una piedra a espiar con los prismáticos: era un grupo variopinto, formados por tipos barbudos y chicas de pelo sucio. Se encontraban en formación de semicírculo frente a una alberca en la que se iban introduciendo de uno en uno. Al salir por el lado opuesto les esperaba una mujer pelirroja y enjuta: Parecía que le hubiesen introducido un aspirador por el culo, vaciándola de masa corporal; sus pechos colgaban como dos diminutas bolsas de basura. La pelirroja, con un paño, iba secando al resto antes de incorporarse a una nueva formación, que tomaba el sol en medio de una explanada. Allí estaba Valeria, huesuda y desaliñada; apenas recordaba a aquella lolita con la capacidad de pervertir al monje más virtuoso. Me administré un trago. Otra de las chicas salió de la piscina, mientras la pelirroja secaba sus pechos reparé en la espantosa cicatriz que lucía donde debía figurar su pezón izquierdo. El lingotazo se me acababa de atragantar en el gaznate.

jueves, 5 de febrero de 2009

FORASTEROS

Los pacharanes y la exaltación de la amistad nos hicieron pasar a mayores. Sírvanos un par de gin tonics repetido el suficiente número de veces te garantiza una estupenda melopea,y aunque al final pronunciásemos hirfanoz un bar de girntonis el camarero seguía entendiendo nuestro mandado. Y los servía, claro. Seguimos departiendo de la condición de meretrices del género femenino, excepción hecha de madres y hermanas y de cuantos temas absurdos se nos ocurrían. Con el suficiente combustible, Mario se liaba a teorizar sobre los asuntos más peregrinos: desde filosofía presocrática a la vanidad de los que soportan las oenegés. Nuestra sobremesa devino cena y ya éramos parte del mobiliario de la taberna. Los paisanos nos miraban con una mezcla de sorpresa y hostilidad, al tiempo que mi percepción de los mismos varió de la de inocentes moradores de la tierra a embrutecidos explotadores de la misma. Cosas que me suceden cuando bebo.

Decidimos plegar velas no sin antes tomar la penúltima en el pub local. Entramos y observamos el singular concepto de elegancia de su propietario: una mezcla entre bar de camioneros y cantina del oeste, con acabados en madera y algún animal disecado por sus paredes. Desde luego no desentonábamos entre grupos que terminaban el día jugando al billar, las divorciadas borrachas gritando canciones de Shakira o el tipo derrumbado delante de su enésima cerveza al final de la barra. Nuestra charla seguía y seguía: ahora Mario me explicaba cómo los servicios de inteligencia habían conseguido burlar la infertilidad de un miembro de la casa real, fingiendo el embarazo a base de almohadones y un secuestro; cosas que se entera uno por internet. Naturalmente no creía en conspiraciones pero le divertía difundirlas. Y de lo que seguimos hablando ya no me acuerdo. Solo recuerdo que, en un momento dado, al levantar la vista de la barra, observé como detrás de mi amigo aparecía un garrulo tambaleante intentando abrirle la cabeza con un taburete. Me asusté y al percibirlo, Mario se dio la vuelta y un empujón de su dedo índice bastó para que el agresor perdiera todo equilibrio y cayera de culo al suelo.

- Te presento a Damián. Es un clásico. Odia a los forasteros, lo cual significa odiar a cualquiera que no haya nacido en un kilómetro a la redonda. Sucede mucho por aquí; por este país me refiero…- y rió con sordina.

miércoles, 4 de febrero de 2009

PUTAS

- …todas las mujeres son unas putas.

Sin duda, hay oraciones con el poder atávico de provocar la total comunión entre dos hombres. Sobre todo después de una buena comida, tres copas de pacharán y de que mi amigo me preguntara como iban las relaciones con mi ex.

Llegué a casa de Mario en la sierra. Un piso no muy grande de dos habitaciones en una de las cuales me alojó. La estancia, atestada de cajas con libros, tenía una cama desde la que se divisaban los montes. Iba a ser agradable despertar allí.

- Espero que no te molesten las cajas. Llevo aquí ya un año y no he tenido tiempo de ordenar la biblioteca. Creo que estoy esperando a la jubilación- se disculpó y marchamos a comer.

La cercanía de la materia prima es señal de que uno disfrutará de un buen almuerzo y entre los dos diezmamos las ganaderías que pacían en los pastos cercanos. Charlamos e interrogué a Mario sobre la lamentable adaptación al cine de su novela.

- Sabía que sería una mierda pero me ha permitido cumplir con mi anhelo de establecerme en el campo. ¿Qué otras opciones tiene una película en este país si no trata sobre la guerra civil? Pero si te soy sincero me importa un bledo: yo escribí una novela, no una película. Que por carambola las facturas me las pague el cine en lugar de los libros es algo que no me quita el sueño. Al menos no rodaron un thriller erótico.

Mario me estuvo explicando hacia dónde debía encaminar mis investigaciones: una granja naturista en las afueras de Mingorriana. Allí se asentaba una comuna que se pretendía autosuficiente, aunque no lo era tanto y solían bajar al pueblo a comerciar con huevos, hortalizas y artesanía. En una de esas fue donde Mario creyó reconocer a Valeria. Husmearía por allí tan pronto digiriese el efecto de los pacharanes.

Igual que le había pasado con la vida en la urbe, Mario se había cansado del perfil femenino habitual de los círculos intelectuales, plagado de neuróticas dueñas de su vagina, y había decidido buscar la sencillez. Le pregunté por Aurora, la chavala del pueblo con la que se veía:

- Lo dicho, Pardo, todas unas putas.

- Salud, amigo.

lunes, 26 de enero de 2009

KRAKEN

Mientras preparaba la bolsa para pasar unos días en la sierra, escuchaba los golpes de las vecinas de arriba, moviéndose como rinocerontes borrachos; la discusión de la pareja de al lado que no han dejado de gritarse desde su luna de miel; el atronador sonido de la televisión del anciano de enfrente, al que algún día habremos de regalar un audífono… Demasiado ruido.

En la calle nadie da ya los buenos días, no se cede el asiento ni a la ancianita más desvalida y todos conducen como si participaran en una competición para atropellar peatones.… Demasiada hostilidad.

Los timadores tratan de estafar al pardillo y el timo se ha institucionalizado: el funcionario se escaquea, el sindicalista entretiene su jornada jugando al mus y el trabajador escribiendo a sus falsos amigos del facebook… Demasiada falsedad.

Cuando cargo mis bolsas en el maletero del coche, me siento como si me fuese de vacaciones en lugar de a seguir investigando el caso. Esta ciudad puede resultar agotadora, es demasiado el nivel de exigencia que requiere estar en la pomada. Por eso me alegro que la deriva del caso me aparte una temporada. Según me alejo por la autopista, imagino que voy recorriendo un enorme tentáculo: el tentáculo de una bestia milenaria que se alimenta de hostilidad y odio. Un Kraken que hubiera escapado de las fosas abisales y tomado posesión de la meseta. Por un momento, siento el absurdo temor de que la bestia descubra mi huida y me atraiga con su tentáculo para devorarme.

Cambia el paisaje y con este mi ánimo. Hace una mañana luminosa y en mi cabeza se instala el buen humor. Según avanzo, observo como va desapareciendo el caparazón de metal y hormigón y se descubre la verdadera piel del planeta de un verde y ocre realmente hermosos. Al desviarme de la autopista hacia la sierra, el paisaje estalla en mil variantes de vegetal y roca. Bajo la ventanilla y el flujo de aire frio contra mi rostro me despeja y pienso en por qué nos negamos con frecuencia los placeres más disfrutables.

Paro a comprar algunas viandas para no presentarme de vacío en casa de Mario: un par de botellas de Beronia, pan de horno y una frasca de licor de hierbas para la sobremesa; según se gana altura los licores pesados se vuelven menos.

Cuando llego a Mingorriana el pueblo huele a la madera en combustión de las chimeneas. Un coro de perros ladra en la lejanía pero no es ese grito enfebrecido del perro urbano, sino un grito de comunión con la tierra y el aire. Vaya, qué pastoril me vuelvo al contacto con el agro.