lunes, 23 de febrero de 2009

PASAPORTE

Según regresaba, conduciendo, me sentía un imbécil integral. Haberme dejado asustar por aquel rebaño… pero ciertamente Clementine me parecía peligrosa y uno le debe ya demasiadas vidas a su instinto. Además, era imprudente seguir en la Granja y arriesgarme a un encuentro con Valeria, aunque tan ida como estaba la última vez sería difícil que me reconociera.

Proseguí mis indagaciones en el Ayuntamiento. El propietario de la granja resultó ser un cordial labriego, invalido tras un accidente. La Seguridad Social le había concedido una pensión y en su Granja se encontraba demasiado aislado y decidió alquilarla para venirse al pueblo. Según me explicó, Clementine pagaba puntualmente la cantidad acordada y nunca le había creado problemas, aunque a decir verdad él tampoco se los había dado a ella pues nunca subía por allí. Le pedí ver el contrato y me dijo que nunca habían firmado uno, la única documentación que poseía era una copia del pasaporte. Clementine McGuire, americana, había dado unos cuantos tumbos por el mundo, aunque parecía que Bruselas se destacaba como campamento base de sus variados periplos por Europa, India o las Antípodas. Me despedí del labriego, prometiéndole un chato de vino la próxima vez que nos encontrásemos en la tasca.

Llamé al único amigo que aún me quedaba en el Cuerpo y le pedí que moviera el nombre por los ficheros, a ver qué suerte teníamos. Mientras esperaba y como no me apetecía interrumpir a Mario que estaría absorto en sus estudios sobre hemoglobina, me largué a la taberna más cutre que encontré: de las de suelos de serrín y el poster de la selección española en las paredes, la selección de 1982, claro. Pedí un vermú y luego otro y luego otro, esperando algo de charla. Me sentía como la tipa esa de los gorilas, tratando de ganarme la confianza de los paisanos. Era cuestión de echarle tiempo.

Por fin, uno se avino a hablar conmigo y me contó que el turismo les estaba haciendo mucho bien y trayendo buenos duros al pueblo. Y luego están todos esa gente rara que van a la Granja de la montaña. Toda esa cantidad de tipos que se iban allí a vivir como ganado le llamaban mucho la atención: Bajan al pueblo a vender yogures que luego se llevan los turistas porque nosotros ya lo fabricamos en casa. Y luego, la jefa que tiene una mirada que asustaba. Coincidía al ciento por ciento con el amigo.

A media tarde sonó el teléfono. Como Clementine McGuire no teníamos nada. Pero, podría ser casualidad que alguno de los movimientos del pasaporte coincidían con una tal Angeline Sheperd, sobre todo en cuanto a sus estancias en Bruselas. Y ahora viene lo bueno, actualmente se halla en paradero desconocido, tras ser verse implicada en una trama muy turbia de prostitución y tráfico de estupefacientes. Le pedí a mi amigo que me enviara de inmediato un dossier a mi correo electrónico y allí la tenía… una joven Angeline Sheperd, me miraba desde la pantalla del cibercafé con la misma lumbre en los ojos que aquella misma mañana en la Granja.