jueves, 5 de febrero de 2009

FORASTEROS

Los pacharanes y la exaltación de la amistad nos hicieron pasar a mayores. Sírvanos un par de gin tonics repetido el suficiente número de veces te garantiza una estupenda melopea,y aunque al final pronunciásemos hirfanoz un bar de girntonis el camarero seguía entendiendo nuestro mandado. Y los servía, claro. Seguimos departiendo de la condición de meretrices del género femenino, excepción hecha de madres y hermanas y de cuantos temas absurdos se nos ocurrían. Con el suficiente combustible, Mario se liaba a teorizar sobre los asuntos más peregrinos: desde filosofía presocrática a la vanidad de los que soportan las oenegés. Nuestra sobremesa devino cena y ya éramos parte del mobiliario de la taberna. Los paisanos nos miraban con una mezcla de sorpresa y hostilidad, al tiempo que mi percepción de los mismos varió de la de inocentes moradores de la tierra a embrutecidos explotadores de la misma. Cosas que me suceden cuando bebo.

Decidimos plegar velas no sin antes tomar la penúltima en el pub local. Entramos y observamos el singular concepto de elegancia de su propietario: una mezcla entre bar de camioneros y cantina del oeste, con acabados en madera y algún animal disecado por sus paredes. Desde luego no desentonábamos entre grupos que terminaban el día jugando al billar, las divorciadas borrachas gritando canciones de Shakira o el tipo derrumbado delante de su enésima cerveza al final de la barra. Nuestra charla seguía y seguía: ahora Mario me explicaba cómo los servicios de inteligencia habían conseguido burlar la infertilidad de un miembro de la casa real, fingiendo el embarazo a base de almohadones y un secuestro; cosas que se entera uno por internet. Naturalmente no creía en conspiraciones pero le divertía difundirlas. Y de lo que seguimos hablando ya no me acuerdo. Solo recuerdo que, en un momento dado, al levantar la vista de la barra, observé como detrás de mi amigo aparecía un garrulo tambaleante intentando abrirle la cabeza con un taburete. Me asusté y al percibirlo, Mario se dio la vuelta y un empujón de su dedo índice bastó para que el agresor perdiera todo equilibrio y cayera de culo al suelo.

- Te presento a Damián. Es un clásico. Odia a los forasteros, lo cual significa odiar a cualquiera que no haya nacido en un kilómetro a la redonda. Sucede mucho por aquí; por este país me refiero…- y rió con sordina.