lunes, 30 de marzo de 2009

LA ÚLTIMA CENA

No acertaba averiguar las razones por las que prolongaban mi cautiverio, aunque era evidente que el final se aproximaba pues me habían doblado la ración de puré sicotrópico: me querían dócil y sedado en el momento de eliminarme. Por fortuna, logré adiestrar mi estomago como una adolescente anoréxica para devolver cada ingesta en cuanto me quedaba solo.

Con el aumento de mis vómitos hube de depurar la técnica para escamotearlos. En el cubículo donde me mantenían secuestrado me obligaban a hacer mis necesidades en un cubo que después algún lacayo vaciaba en la fosa séptica. El único modo de camuflar mis vómitos era mezclándolo con una porción de heces y orín, de modo que se formara una papilla inidentificable. Solo entonces avisaba al encargado de vaciar el balde. Así me convertí en una suerte de recién nacido, únicamente preocupado de vomitar, cagar y orinar.

Una noche me trajeron una cena especial. Al contemplar el menú a base de humus, braseado de setas y pastel de verduras lo tuve claro.

- ¿No crees que una última cena se merece acompañarse de un último pitillo?- pregunté al esbirro que esquivó mi mirada.

- Lo comentaré a la señora –respondió mientras cerraba la puerta.

Cené y en seguida percibí los primeros signos de confusión. Me introduje los dedos por el gaznate y tras un par de arcadas, vomité el menú completo. Si ellos no se arriesgaban a un último error, yo tampoco.

Había anochecido. Me asome por el ventanuco en busca de movimientos de mi ejecución. Todo en el campamento estaba en aparente calma. Los discípulos se preparaban, como tantas otras noches, para otro presumible ritual orgiástico. A lo lejos, observé una procesión de linternas que avanzaba por la senda que baja a la Granja. En los soportales de uno de los barracones aguardaba Angeline Shepard escoltada por dos de sus secuaces. Según se acercaban, Angeline saludaba afectuosa a cada miembro de la comitiva: a Fernando Espinosa y Martos Tejero ya los había visto en acción antes de que me secuestraran; sin embargo, con ellos venía un nuevo integrante, presto a unirse a la bacanal. Cuando se acercó a presentarse a la anfitriona el candil iluminó el rostro de ¡la puta! Emilio Fonollosa.