viernes, 6 de marzo de 2009

OJIPLÁTICO

Fui a por mi vehículo. ¿Qué pintaba aquel furgón de lujo en dirección a la Sierra a aquella hora? No tenía sentido que fueran vulgares excursionistas cuando apenas quedaban unos minutos de luz. Ascendí por la carretera con precaución y abandoné el coche en un apeadero, a un kilómetro de donde terminaba. La oscuridad iba en aumento, lo cual favorecía mi invisibilidad. En el pequeño aparcamiento donde arrancan las sendas forestales encontré el Hummer: el conductor fumaba despreocupado y lo sorteé sin dificultad. Desde el camino se divisaban los pabellones de la Granja, por las ventanas asomaba el titubeo luminoso propio de una combustión. Me deslicé por un terraplén intentado no abrirme la crisma y con sigilo me acerqué al pabellón. Tenía una idea de lo que podría encontrarme, aún así me quedé ojiplático.

Bajo la luz de las antorchas, se celebraba una extraña orgía. Sonaba una suave música tecno, saturada de sitares y bucles sicodélicos, los discípulos, esparcidos por una alfombra, se entregaban al sexo desapasionado, parecían babosas copulando. Angeline paseaba entre los diferentes grupos, no siempre parejas, portando un bolso de cuero del que extraía lo que me parecieron unos hongos que iba administrando a sus súbditos. “Ofreceos a Gaia, nuestra Madre Tierra” repetía entre los alucinados. Varios miembros de la secta vestían máscaras de arpillera lo cual, unido a la languidez general, los hacían parecer lúbricos espantapájaros. Todos follaban con la mirada perdida marca de la casa, salvo cuatro o cinco que lo hacían como bestias en celo. Mi asombro fue mayúsculo cuando logré reconocerlos: Fernando Espinosa, genio de las finanzas; Martos Tejero, la mano derecha del edil de urbanismo; Estefanía Molero, viuda heredera de un importante legado artístico, y al otro no conseguí ponerle nombre pero estaba seguro de su relevancia en la prensa salmón y casi de que la chica enmascarada con la que yacía era la misma Valeria Fonollosa. Parecían sentirse muy excitados entre aquella manada de zombies barbudos y ninfas famélicas pastoreados por una bruja new wave repartiendo consignas y sicotrópicos. De no mediar el caso Valeria, tiro de cámara de fotos y armo la mundial.

Sentí una suerte de vapor caliente que me acariciaba la mejilla. Al girarme, di de bruces con un enorme mastín. Su mirada era de abierta hostilidad, y emitía un gruñido ascendente que no tardaría en convertirse en ladrido y delatarme. No quedó otra que arrearle al chucho con un pedrusco y salir de allí por pies.