viernes, 20 de marzo de 2009

VIGILANCIA

Cuando uno piensa que hasta lo que le salió bien salió mal, aprende a disfrutar de las raras ocasiones en que uno se siente feliz en sus zapatos. El asunto Valeria iba por buen camino: había conseguido encontrar a la chica y el hallazgo me había revelado una trama de sexo y drogas que implicaba a figuras relevantes de la alta sociedad. Quizás el destino me reservaba un último golpe de gracia después de tantos sinsabores. Aunque la vida también me había enseñado a desdeñar los golpes de suerte.

Quería liberar a Valeria antes de dar el soplo a la pasma a través de Óscar, mi último amigo en el cuerpo de policía. Para ello establecí un puesto de observación del campamento. El buen tiempo hacía que la tarea de vigilancia fuese de lo más agradable. Oculto por la maleza me recostaba en una ladera del monte, con dos paquetes de Coronas y unas cuantas cervezas siendo mi única preocupación que el reflejo del sol no delatara mis prismáticos. Así me fui familiarizando con la rutina de la Granja a la espera de encontrar un hueco por donde sacar a Valeria. Madrugaban bastante y tras practicar todos juntos una serie de suaves ejercicios gimnásticos entraban a desayunar una suerte de gachas y abundante fruta. Tras lo cual, adecentaban el barracón que hacía de dormitorio y se repartían las tareas (alimentar y ordeñar el ganado, desbrozar los caminos, cultivar el huerto, limpiar la piscina, atender la tienda, bajar a comerciar al pueblo…). A mediodía realizaban el ritual del baño y saludo al sol que ya contemplé en mi primer acercamiento, después parecía gozar de tiempo libre hasta la hora del almuerzo. Recogida la mesa se volvían a dividir en grupos y se dedicaban a la oración, al yoga o talleres diversos. Aquello era una mezcla entre campamento y monasterio, salvo por las frecuentes orgías que organizaban a la noche; si bien en varios días no vi aparecer ninguna celebridad. Me devanaba los sesos sobre cómo secuestrar a Valeria. Lo más sensato sería esperar un día en que le tocara llevar productos al pueblo pero la espera empezaba a impacientarme.

Apuraba la quinta birra cuando unas manos vigorosas me apretaron el gaznate, la presión me hizo atragantarme y expulsé cerveza por la nariz. Dos barbudos trataban de sujetarme y uno de ellos me introdujo alguna sustancia en la boca, tapándome las vías respiratorias hasta que perdí el sentido.

Desperté en un suelo de madera, atado con sogas, mi vista tardó en enfocar. Enfrente, Angeline Shepard ya no me parecía aquella bruja famélica sino una belleza deslumbrante. Su pelo rojo refulgía, su blusa trasparentaba unos pechos airosos que apuntaban al cielo, su mirada era tan tierna y a la vez tan excitante que me produjo una erección. Me habían drogado a base de bien.