lunes, 6 de abril de 2009

CANUTO

Poco podía hacer, atado como estaba por muñecas y tobillos. Todos mis intentos de acceder al ventanuco terminaban con mis huesos en el suelo. Me prometí que si salía de aquella volvería a ponerme en forma. Se abrió la puerta. Era Angeline Shepard, vestida con la túnica naranja con la que oficiaba en las orgías. De su zurrón extrajo un canuto.

- Me han dicho que deseabas fumar algo –dijo mientras prendía el porro antes de ofrecérmelo.- Esto te relajará.

- Muy piadoso por tu parte – Me miró ofendida, como si ese último detalle de generosidad redimiera sus intenciones de darme matarile.

- No nos pongas las cosas más difíciles, Pardo.

- Realmente me parece muy osado mezclar a Emilio Fonollosa con su hija en una bacanal.

- No somos tan inconsciente. Las actividades de nuestra comunidad son populares en los círculos que frecuenta el señor Fonollosa y resultaría desconsiderado negarnos sus generosos donativos. Pero Valeria hoy descansa; solo tú sabes de su presencia en nuestra casa.

- El que juega con fuego termina chamuscado.

- ¡Desagradecido!-contestó airada, mientras cerraba de un portazo.

Me quedé solo en la habitación, pegando suaves caladas al porro. No tardarían en venir a por mí pues escuchaba el parlamento de la Shepard a través de los muros de madera. Se dirigía a Don Emilio:

- …esta noche cerrarás un pacto con nosotros. Derramarás sangre la sangre de un elegido como sagrado sacrificio a la Madre Tierra y ella te concederá los dones del placer y la dicha…

Di una penúltima calada al porro. Lancé la colilla sobre el montón de paja y arpillera que hacía las veces de camastro y comencé a soplar intentando avivar el fuego. Una vez lo conseguí me puse de espaldas, intentando quemar las correas sin lesionarme las muñecas. No lo conseguí pero aguanté lo suficiente para consumir la cuerda. Hecho esto, no fue difícil desatarme los tobillos. La pira comenzó a humear de lo lindo, convirtiendo la celda en una cámara de gas. Comencé a asfixiarme y me derrumbé en el suelo en el momento en que escuché como descorrían el cerrojo de la puerta. El incendio produjo en el guardia un momento de confusión que aproveché para derribarlo y golpearle hasta que perdió el conocimiento.

Del barracón asomaba el sonido de la orgía y la voz de Angeline alentando a sus discípulos. No tardarían en descubrir mi fuga pero no iba a marcharme de allí sin Valeria. Entré en el edificio que hacía de dormitorio, abriendo una habitación tras otra. Por fin encontré a Valeria descansando en una litera. Intenté despertarla, abrió los ojos pero no miraba: se encontraba como en trance. Decidí cargarla sobre mi espalda.

Al volver al exterior la situación había cambiado. El fuego se estaba extendiendo a todas las naves de la Granja. El barracón donde celebraba la orgía comenzaba a arder por el tejado. Alguien dio la alarma pero estaban todos tan colocados que no acertaban qué hacer. Corrían de un lado a otro como pollos decapitados. Angeline Shepard gritaba “¡Hay que apagar el fuego!¡Qué alguien acerque la manguera!”. El techo comenzó a derrumbarse, maderos en llamas caían sobre la tribu y un formidable tapón humano colapsaba la salida. Los barbudos y las chicas que escapaban con cuentagotas se perdían en el bosque entre gritos histéricos. Me acordé de Don Emilio pero era demasiado arriesgado esperar allí más tiempo; tendría que apañarse el solo. Me marché en dirección al coche cargando con Valeria sobre mis hombros.