lunes, 15 de septiembre de 2008

KATRINA´S

Cuando por fin el retrete dejó de marcar mi agenda, salí a airearme. Quería indagar sobre las sucursales de la mafia rusa en la ciudad pero sin descubrir que fui parte del encarcelamiento de Sergei Goloubintseff, pues sería fatal para mi motricidad. Descartando acudir a la cafetería del Hotel Nevski donde se cerraban la mayor parte de los acuerdos, había dos opciones que se resumían en una. El Katrina´s: whiskería por una entrada, timba por la otra, todo ello a una manzana de una comisaria, cuyos funcionarios eran buenos clientes del establecimiento. Contra el refrán nunca se me dieron bien ni las mujeres, ni el juego, así que tanto daba por qué puerta entrara, nada bueno me sucedería. Tampoco pretendía llamar la atención, así que pedí un whiscky doble y me acodé en la barra. No tardó en acudir una preciosa veinteañera, o eso afirmaba aunque probablemente fuera menor de dieciséis, a la que expresé mis nulos propósitos de subir. Se llamaba Irina y se acurrucó a mi lado, decidida a socavar mi voluntad. Al final le pagué una de esas rituales botellas de falso champán con que acostumbran a vaciar los bolsillos de los incautos. La luz tenue y los sillones acolchados escondían tanto romanticismo como el de la máquina de tabaco. No obstante, me dejé llevar y al poco estaba haciéndome pasar por funcionario con la intención de que la muchacha entendiera que era un pasma. Me interesaba descubrir lo que ocultaba, dado que sería ingenuo esperar cualquier información en positivo. No saqué gran cosa. Deduje que, tras la prisión de Goloubintseff, su hombre de confianza en la ciudad había pasado a un discreto segundo plano y alguno de los varones emergentes se habría hecho cargo de los negocios. No importaba si se apellidaba Antonov, Petrov o Kalashnikov… ninguno iba a tomarse la molestia de vengar a su antecesor en el cargo, porque cualquiera de ellos habría pagado por enchironarlo. Un camarero con pinta de estibador no paraba de mirar en nuestra dirección y su manera de limpiar los vasos delató su desacuerdo con el interrogatorio. Obviamente, tenía fichados a todos los pasma de la zona y yo no aparecía en su registro. Al otro lado del burdel un chaval andaba armando lío, iba bastante pasado y pretendía que las chicas le hiciesen un favor por su cara bonita. Con una agilidad inesperada, el estibador saltó la barra, lo levantó por el cuello y cuando quisimos darnos cuenta el chaval había desaparecido del local. Yo también desaparecí, con Irina escaleras arriba: era el modo más eficaz de no levantar más sospechas.