martes, 2 de septiembre de 2008

EL DHARMA

No esperaba que Don Emilio aceptara mi propuesta de inmediato, aunque confiaba en que me encargara la investigación. Su carácter bragado era impermeable a la presión; no en vano su reputación empresarial se cimentaba en la numantina resistencia a la opa de una corporación india sobre sus acerías, que no solo consiguió evitar sino de la que salió fortalecido. Me dijo que debía meditarlo así que me retiré para dejarle espacio.

Dado que no tenía gran cosa que rascar, inicié mis averiguaciones. Aquella noche acudí al Dharma, lo más en garitos de moda de la ciudad. Un lugar donde las putas se hacen llamar señoritas y los hijos de las clases privilegiadas se aflojan la corbata dispuestos a despilfarrar unos euros mientras esperan la sucesión al trono de sus progenitores. Hace unos meses había colaborado en desmontar una red tráfico de drogas que funcionaba a espaldas de los dueños del club y que les estaba estropeando el negocio; así que las puertas del Dharma se me abrían de par en par, cuando lo normal es que me hubieran echado a patadas con solo asomarme por allí. Un camarero me dijo que durante las últimas visitas de Valeria Fonollosa había hecho gala de un comportamiento anómalo. Nada de escándalos en el reservado, ni bailes encima de las mesas, ni siquiera el consumo desmesurado de Martini que la caracterizaba. Me señaló el lugar donde estaba sentada una de sus amigas íntimas, Cuca Gamoneda. Me acerqué discreto, el rostro de Cuca expresaba un disgusto de niño porque el pony que le acaban de regalar no es lo suficiente caro. Me presente bajo la promesa de no entretener demasiado sus labores de cazadora, que es a lo que estaba sentada allí sola. Cuca Gamoneda me confirmó la versión del camarero: tras su repentina interrupción de las vacaciones, por culpa del atentado, Valeria había regresado cambiada. Estaba sosa y mohína, costaba mucho sacarla de casa y cuando lo lograban, en seguida aducía cansancio para retirarse. Además, empezó a manifestar inquietudes espirituales, algo curioso en alguien cuya máxima relación con la metafísica habían sido sus clases pilates. Dediqué el resto de la noche a dar cuenta de una decena de whisckys, a cuenta de la casa, mientras me divertía haciendo quinielas sobre los ritos de apareamiento de la jet. Finalmente, Cuca Gamoneda marchó del brazo del heredero de una importante naviera; chica lista.

A la mañana siguiente, me despertó el teléfono. Don Emilio me reclamaba de inmediato. Había recibido un paquete que contenía un pezón de mujer envuelto entre algodones.