miércoles, 24 de septiembre de 2008

ABDEL

Cuando digo que mi ex es una bruja no pretendo ser peyorativo sino científico. Sus capacidad para encontrar el momento perfecto para joderme y rejoderme es infinita. Así, no me extrañó que, apenas colgar el teléfono, volviera a sonar y al otro lado su voz me reclamara el pago de las costas del divorcio que le debía desde hace meses. Ya solo me faltaba que viniera a seguirme el puto cobrador del frac. Había que buscar financiación, más que nada porque no se puede investigar un caso sin incurrir en ciertos gastos, digamos, de representación, como el de la noche anterior.

Me aseé la sobaquera, cogí mi mejor sombrero y me dirigí a ver a Abdel, mi prestamista de cabecera. Un usurero en toda regla que, no obstante, me cobraba intereses inferiores a los de cualquier banco. ¿Por qué un tipo que tiene en su casa una bolsa de deportes forrada de billetes acude a pedir dinero es algo que ni yo puedo resolver?

Abdel posee un comercio en la segunda planta de un edificio centenario de la calle Mayor. El deterioro de la fachada, el crujido de las escaleras, la ausencia de bombillas, aún mejor la omnipresencia de bombillas fundidas, transmiten cierta sensación de posguerra, que es el momento en el que se establecieron allí sus moradores. Por contra, en las diferentes viviendas y despachos que lo integran existe una actividad económica febril: talleres de joyería, casas de empeño, prestamistas… todos al socaire de las fuerzas del orden en tanto no traspasen ciertos límites. Fiscales y policías claro que conocían de su existencia pero se diría que les consideran pacientes terminales de la más cruel de las enfermedades: el paso del tiempo.

Abdel atendía detrás de un mostrador, blindado por un cristal antibalas; algo sospechoso para un comerciante de tecnología barata: despertadores, transistores y demás cacharros que importa desde china. No es hasta que te abre la puerta de su trastienda que sabes de su verdadero negocio. Con modales de marica reprimido me prepara un té, charlamos un rato sobre lo mal que va el negocio y después me entrega la cantidad acordada. No hay preguntas incómodas, indagaciones, ni contratos. Solo la palabra de dos hombres. Efectivamente, un espécimen en vías de extinción; igual que yo.