jueves, 4 de septiembre de 2008

EL PEZÓN SANGUINOLENTO

Me dirigí, lo más veloz posible, a la mansión de los Fonollosa. Don Emilio me recibió con gesto adusto y me hizo pasar a su despacho. Sobre la mesa, una bolsa de deporte que uno no necesitaba visión de rayos x para saber qué contenía: los tres millones de euros del primer pago del secuestro. Observando lo poco que abultaban, pensé que la conversión al euro no había sido sino una excusa para facilitar toda clase de movimientos de capital ilícitos. Don Emilio no estaba dispuesto a sacrificar ni una pieza más de la anatomía de su hija en tan peligroso pulso contra la mafia rusa. Las instrucciones que había recibido eran muy concretas: una hora, un lugar y nada de titubeos, solo en ese caso sus secuestradores entregarían a Valeria. Por supuesto, quería encomendarme la misión. Le pedí inspeccionar el pezón y sacó de su escritorio una caja de alpaca donde, entre algodones, reposaba un sanguinolento pezón femenino, semejante a un plato de pulpo a feira. Llamó mi atención que no hubiera perforación alguna, cuando en una reciente portada de la revista Internews publicaron un "pillado" de Valeria Fonollosa con un famoso pichadiscos en una cala de Ibiza y lucía piercings en ambos pezones. Había demasiadas pistas que no encajaban pero oculté la observación a su padre; en cualquier caso había una chica a la que habían practicado una carnicería para hacerse con la pasta del secuestro. Acepté la bolsa y anoté las instrucciones de la entrega. Advertí a Don Emilio que cualquier injerencia de la policía daría al traste con la operación; en este punto estábamos de acuerdo con los secuestradores.

Mientras regresaba a casa, ojeando la bolsa a cada rato como si temiera que se esfumara supe lo que debió sentir un día el Dioni. Por mi cabeza pasó una jubilación dorada, fulanas de vértigo, litros de daiquiri, conciertos en exclusiva de los Stones y tal vez, enviarle una foto de cada una de las playas del Caribe a la puta de mi ex mujer.