lunes, 6 de octubre de 2008

ESCRITOR

- La entrega se ha llevado a cabo sin grandes contratiempos.- Le mentí al padre de la chica.– La liberarán a lo largo del día pero le adelanto que no ha sufrido maltrato severo.

- Pero ¿y el paquete con el pezón?

- No se lo puedo garantizar pero su hija aparentaba tener todo en su sitio. Probablemente, sería el de alguna pobre chica, de esas que nadie echa de menos. Ya únicamente nos queda esperar. Avísenme en cuanto tengan noticias de Valeria.

Y esperé, y esperé pero el teléfono se resistía a sonar. Aquello comenzó a incomodarme. Decidí acudir a un pub cerca de mi apartamento. En aquel garito de iluminación tenue uno podía sentarse a beber sin ser molestado, el camarero era un tipo discreto que me rellenaba el vaso sin necesidad de mediar palabra. A los cuatro whisckeys de estar allí, una mano golpeó mi hombro y me revolví con la intención de defenderme. Me hallaba bastante alterado.

- Tranquilo, tigre, compartamos un trago antes de morderme.

Era Mario Bravo, el escritor. Durante años fue un plumilla mercenario que escribía para cualquier medio donde le permitiesen publicar. Compartimos bastantes correrías. Era buen conversador y sabía estar delante de una barra sin buscarse líos. Me dio un abrazo.

- No contaba con encontrar a nadie de la vieja guardia.

- La vieja guardia ha sido desmantelada entre las cirrosis y los tiros. Yo quedó de retén porque heredé el hígado de mi abuelo y mis enemigos tienen mala puntería.

- …Y si cruzas el puente te la das - susurró, citando a Rosendo.

- Oí decir que te marchaste al campo.

- Así es, he venido a una firma de ejemplares. Ahora que la película es un éxito resulta que se interesan por la novela que la inspiró. Con la de miserias que me hicieron sufrir los muy capullos hasta publicarla.

Como los verdaderos escritores, Mario no tenía oficio, ni beneficio. Lo cual le capacitaba para sacar beneficio de cualquier oficio. En los años en que compartíamos tragos había trabajado en toda clase de trabajos inhóspitos, mientras remataba una novela que parecía interminable. Finalmente, consiguió colocar su libro en las estanterías con escaso éxito, hasta que una torpe adaptación del texto se convirtió en éxito cinematográfico. Mario huyó al campo y nunca más se le vio por los antros de siempre. Me contó que incluso hacía sus pinitos como agricultor en su minifundio doméstico. El camarero comenzó a recoger la barra y Mario se hizo cargo de la cuenta:

- Déjame que te invite. Por los viejos y no tan buenos tiempos. Manolo, – le dijo al barman- pon un par de plásticos para el camino.

Aquello también era una vieja costumbre: terminar la noche departiendo sobre lo divino y lo humano sentados en algún banco, mientras sacudíamos el frio con la ayuda de un escocés de batalla. Le dije que tenía buen aspecto.

- Pardo, hay que huir de esta ciudad. No hace otra cosa que corrompernos hasta volvernos tan sucios como ella.