martes, 2 de diciembre de 2008

MELONES

Siguiendo la sugerencia de Antonio, hice algunas llamadas para confirmar lo que ya intuía: Valeria era demasiado joven, guapa y lista como para entregarse en exclusiva a ningún amante. Sin embargo, la conversación con Cuca Gamoneda despertó mi curiosidad hacia un tal Rubén Alameda: Había liderado uno de esos grupos pop a punto de ser la gran sensación. Sin embargo, problemas de ego habían dado al traste con una carrera que lo tenía todo para triunfar: Cuatro imberbes, vistiendo perpetuas gafas de sol, vaqueros caídos y modales portuarios. El sueño de toda suegra, vaya. Al parecer el resto de la banda había desertado dejando a Rubén Alameda con su gesto de “sin mí no valéis una mierda”. El tiempo demostró que en aquella banda no había otro talento que el saber combinar ropa de mercadillo y el resto de los chicos al menos sabían sostener algún instrumento. Rubén se forjó una aureola de maldito, mientras se fundía en sicotrópicos los escasos royalties generados por su tema Strange Hearth, incluido en la promoción de una marca de pantalones vaqueros. Al parecer Valeria se veía con el rockero los meses antes de su desaparición y paraba por el estudio del rentista con cierta frecuencia.

La puerta estaba mal cerrada y al golpearla se abrió dejando escapar un tufo acido, como de fruta podrida. La estampa del piso de Rubén Alameda era desoladora. Un pobre chaval con pinta de abandonado, despatarrado sobre unos cojines escandinavos a modo de cutre-chill-out. Se encontraba a escasos días de realizar el clásico viaje de regreso a casa de sus padres, previo paso por alguna clínica de desintoxicación. El suelo era un revuelto de pelusas y envases de comida a domicilio. Como pude me hice un hueco entre los cojines en los que sufría la resaca la última estrella estrellada del panorama musical.

- No quiero entretenerte mucho. Ando tras los pasos de Valeria Fonollosa y alguien pronunció tu nombre.

- Tranquilo. No tengo gran cosa que hacer. Echa un trago – Me alcanzó una litrona caliente a medio consumir.

- Nunca bebo antes de caer la noche – Mentí.- Es mi secreto para mantenerme en forma. ¿Qué hay de Valeria?

- Me caía bien esa chica. No era una estirada como el resto de sus amigas. Tenía inquietudes ¿sabes?

- ¿Inquietudes? ¿Aparte de la ropa exclusiva y su bronceado?

- Sí, le interesaban el karma y esas cosas.

- ¿El karma? No tenía ni idea.

- Si estaba preocupada. Sobre todo después del atentado. Quería estar preparada por si la muerte la alcanzaba inesperadamente- Rubén regurgitó, su boca se inundó de bilis que volvió a tragar.

- ¿Preparada? ¿Y cómo se prepara uno para eso?

- Bueno, tío, no hablaba demasiado sobre eso. Peros cuando fumábamos maría empezaba a delirar sobre conexiones invisibles en el universo. Sobre el orden secreto del cosmos y mil paranoias más.

- Vaya y quién le enseñaba eso.

- Por lo que sé un tal Clemen.

- ¿Clemen? – Aquel nombre no figuraba en mi lista de celebritys.

- Siempre que recibía su llamada Valeria salía disparada; no importa lo fumados que estuviéramos. Y luego volvía cargada de melones.

- ¿Melones? ¿Quién coño era, el frutero?

- Ni puta idea, pero mira– Rubén Alameda señaló la barra que separaba la cocina americana. Me incorporé y contemplé el espectáculo de varias decenas de melones en diferente grado de descomposición. Me giré pero Rubén se había vuelto a derrumbar y estaba inconsciente. Le giré la cabeza con el pie para evitar que se ahogara con su vómito y me marché del apartamento.